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Mañana es domingoJesús Higueras

«Habéis oído que se dijo… pero yo os digo»

Sin la Gracia divina sería impensable e imposible perdonar a los enemigos por lo que cada día, al rezar la oración del Padrenuestro le pedimos que nos perdone como nosotros perdonamos a los que nos ofende

Actualizada 09:09

Cuando Jesús explica a sus discípulos cómo se ha de vivir la fe, insiste en que es algo que tiene que suceder en lo más íntimo de nosotros mismos, pues es en esa dimensión donde el hombre convierte su vida en una historia de amor y no en un conjunto de negociaciones en las que aplicas la matemática del ojo por ojo y diente por diente. En el discurso que escuchamos este domingo habla del perdón a los enemigos, sabiendo que el perdón es una de las dimensiones esenciales del amor verdadero y es algo muy específico del cristianismo.

No existe ninguna religión en la que se nos diga que amemos a los enemigos, pues es de derecho natural la defensa de la propia vida ante los agresores injustos. Jesús no niega esto, claro está, pero nos pide que no alberguemos en nuestro corazón esos sentimientos de rabia y dolor que nos provoca el recuerdo de las injusticias que hemos padecido, pues corremos el riesgo de quedarnos con el alma envenenada de rencores y deseos de venganza que nos oscurecen el corazón, con el resultado final que tu enemigo te ha herido por fuera y por dentro.

Amar a los enemigos no significa que nos caigan muy bien y que les demos constantes abrazos y besos. Es algo mucho más serio, pues por ese amor renunciamos a la venganza. Evitamos ser como ellos son y elevamos nuestras súplicas para que se den cuenta del mal que han hecho e intenten rectificar. Supone una elegancia espiritual y una grandeza de ánimo, pues nuestro Padre celestial hace el bien lo mismo a los que le aman que a los que le aborrecen a la espera de su posible conversión.

Nosotros sabemos que sin la Gracia divina sería impensable e imposible perdonar a los enemigos por lo que cada día, al rezar la oración del Padrenuestro le pedimos que nos perdone como nosotros perdonamos a los que nos ofenden, aunque el perdón suceda solamente en la dimensión espiritual y no en la de los sentimientos. No dudemos que Jesús vino al mundo para instaurar un nuevo orden en la humanidad en el que la ley suprema es el amor, sabiendo que amar no es un movimiento puramente intelectual sino espiritual y muchas veces nuestros deseos y sentimientos se rebelan contra nuestros valores espirituales y se desencadena una batalla interior en la que ha de vencer el Espíritu Santo. Es un reto y a la vez un don de Dios.

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