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mañana es domingoJesús Higueras

«Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo»

Es precisamente la mansedumbre y la indefensión el camino que escogió el Verbo de Dios para quitar el pecado del mundo

Actualizada 04:30

Con el título de «Cordero de Dios» es presentado Jesús ante Israel por su pariente Juan Bautista. Podría haber dicho el Mesías prometido, el León de la tribu de Judá o el Rey de Reyes y Señor de señores… pero Jesús no quiere ser conocido por su poder físico o por su grandeza interior pues eso ha de llegar más tarde, cuando nuestra cercanía a Él nos lleve a conocerle en su intimidad. Es precisamente la mansedumbre y la indefensión el camino que escogió el Verbo de Dios para quitar el pecado del mundo, un mundo sumido en violencias, luchas de poder y codicias desmedidas. Un mundo que reconoce que está enfermo pero que es incapaz de reconocer que la solución a todos esos infiernos que creamos los hombres no está tanto en ideologías o propuestas fruto de la reflexión humana cuanto en un principio trascendental, exterior al hombre y a la vez implicado con su historia y existencia. Es el pecado del mundo el que debe ser erradicado de cada corazón humano y no por leyes humanas o esfuerzos ascéticos difíciles de alcanzar, sino solo por la Gracia alcanzada por Aquel que se hizo cordero para convertirse en sacrificio pascual que nos libera de la esclavitud interior para llevarnos a la libertad de los hijos de Dios. La razón de ser de la vida humana de Cristo es morir en nuestro lugar como cordero inocente y así darnos la eternidad que tanto deseamos y ésta es también la única razón de ser de la Iglesia como realidad humana y divina puesta por Dios en la tierra para conducir a los hombres a la salvación. Si olvidamos el fin sobrenatural de la Iglesia es fácil caer en el error de considerarla una multinacional que se dedica a proponer obras buenas los demás pero que en sí misma no tiene ninguna autoridad particular. Pero la autoridad de la Iglesia no viene por la virtud de sus miembros –y menos de sus ministros– sino del valor de la sangre del Cordero Divino y de la promesa que Cristo hace a sus apóstoles de no faltar nunca en su asistencia constante en los avatares de la historia en la que habrá persecuciones, incomprensiones, crisis y fracasos pero que se mantendrá fiel hasta el final por virtud de la palabra dada por el Señor a Pedro y sus sucesores: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». La razón de ser de la Iglesia es la misma que la de Cristo y todo lo que no sea así sobra y estropea el rostro de la esposa de Cristo.

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