«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos»
Mientras que no estemos dispuestos a revisar a fondo el fondo de nuestro corazón nada va a cambiar en nosotros y la voz del Bautista seguirá pasando de largo, para quedarse solamente en los corazones sencillos que reconocen la primacía de Dios sobre todas las cosas
Si de algo no nos podemos quejar es de la cantidad de información que recibimos a diario –otra cosa es la veracidad de la misma–, pues gracias a los nuevos medios de comunicación podemos estar al día, incluso al minuto, de lo que va ocurriendo a nuestro alrededor. El único inconveniente que esto podría suponer es que al final no seamos capaces de distinguir qué datos son importantes y cuáles son irrelevantes, perdiendo así la oportunidad de conocer lo que realmente nos importa porque afecta profundamente a nuestras vidas.
También ocurrió lo mismo en Israel cuando Juan el Bautista anunció la llegada del tan esperado Mesías: muchos le tomaron por lunático, otros se admiraban de su austeridad de vida sin poder llegar más lejos, otros le odiaban pues dejaba al descubierto sus miserias e hipocresías… pero en el fondo le tomaron por un Rabino más de los que había en aquella época y su voz aparentemente se perdió en el desierto. Aparentemente, pues Dios quiso dar sensibilidad espiritual a unos pocos, que entendieron que era realmente apremiante la llamada del precursor de Cristo a la conversión, y acogieron el mensaje de conversión con sinceridad de corazón. Pero en el fondo siempre pasa lo mismo con los profetas verdaderos: suelen ser denostados, ridiculizados e incluso eliminados, pues el mundo no puede soportar el reproche a su conducta que suponen sus palabras.
La Iglesia hace posible que la voz del Bautista siga estando presente en cada generación y que esa voz transmita la Palabra que el ser humano necesita para su salvación. Claro que la historia se repite y nos toca ahora a nosotros dar respuesta a la llamada apremiante de san Juan, lo cual nos pone en una situación de cierta incomodidad, pues la conversión que se nos pide puede afectar a lo más profundo de nuestro ser.
No se trata simplemente de comer menos dulce o estar más tiempo de rodillas rezando, se trata de revisar cuáles son los valores que realmente mueven nuestra vida, nuestras obras, nuestros gastos, nuestras conversaciones, nuestros enfados y nuestros sueños, pues mientras que no estemos dispuestos a revisar a fondo el fondo de nuestro corazón nada va a cambiar en nosotros y la voz del Bautista seguirá pasando de largo, para quedarse solamente en los corazones sencillos que reconocen la primacía de Dios sobre todas las cosas. Es por tanto una decisión personal si acogemos o no el mensaje del adviento, que nos recuerda que Jesús está muy cerca y quiere estar en cada uno de nosotros.