«Lo reconocieron al partir el pan»
Jesús, empezando por Moisés y a través de la Escritura, les explicó todo lo que el Mesías tenía que padecer para entrar en su gloria y a la vez que esto sucedía el corazón se les iba llenando de calor y esperanza
Confusos, decepcionaos, desconcertados… Así es como se encontraban estos dos discípulos que volvían a su aldea, Emaús, al tercer día de la muerte de Jesús. Comentaban y discutían en el momento en el que Jesús en persona se pone a caminar con ellos, aunque no fueron capaces de reconocerlo. Pero el Señor, con todo el cariño, se interesa por sus cosas y les ayuda a ordenar sus pensamientos pidiéndoles que le cuenten qué es lo que ha sucedido en Jerusalén, es decir, cómo interpretan ellos los acontecimientos vividos.
Sólo cuando ponemos un nombre a las cosas, las objetivamos y se adecuan a la verdad podemos ser capaces de tomar las decisiones acertadas, de tal modo que las experiencias dolorosas no nos hagan huir de nuestro sitio. Los dos discípulos huían de Jerusalén porque se habían roto sus sueños, sus planes no se cumplieron tal y como se los habían imaginado; éste fue su error: pensar que el plan de Dios se tiene que ajustar al nuestro, olvidando que Él siempre sabe más y que todo lo que permite, aunque sea muy doloroso, al final conduce a la salvación del hombre.
Por eso, Jesús, empezando por Moisés y a través de la Escritura, les explicó todo lo que el Mesías tenía que padecer para entrar en su gloria y a la vez que esto sucedía el corazón se les iba llenando de calor y esperanza, pues por fin encontraban un sentido y un significado a todas las cosas que les habían sucedido. Pero no deja de ser significativo que sólo reconocen a Jesús cuando, después de suplicarle al misterioso caminante que se quedara con ellos, sentado en la mesa parte el pan y se lo entrega, es decir, en la Eucaristía.
La Iglesia cree que Jesús resucitado, glorificado por el Padre, sigue viviendo entre nosotros y que el lugar por excelencia donde podemos encontrarle es en la fracción del pan, en el sacramento de la Eucaristía, donde hace presente su gesto de amor infinito de dar la vida por nosotros y a la vez, nos invita a ser nosotros mismos transmisores de ese amor a toda la humanidad. Sin Eucaristía no podemos encontrarnos con Él, pues ha dispuesto, desde el primer instante de su Resurrección, que sus discípulos encontremos en este sacramento la fuerza necesaria para ser sus testigos, no tanto mediante las palabras sino sobre todo por las obras. Por eso vuelven alegres a Jerusalén, al cenáculo, donde encuentran a la comunidad que afirma ya sin ninguna duda que Cristo ha resucitado y se ha aparecido a Simón Pedro.