Estuvo cerca de la muerte
El último jesuita español que vivió la guerra de Vietnam
Felipe Gómez, SJ, era un veinteañero cuando pisó por primera vez tierra vietnamita. Allí aprendió el idioma y evangelizó en unas condiciones que rayaron la gesta
Su vida daría para un libro. De hecho, lo tiene: ocupa 333 páginas y está por publicar, aunque distribuye copias entre familiares, amigos y cualquiera que se interese por su vida de película. Él, con la modestia de quien ha nacido en un pequeño pueblo segoviano y la sabiduría de quien ha impartido clases en universidades de todo el mundo y habla con fluidez varios idiomas, apenas se da importancia. Felipe Gómez, SJ, nació en Fuentidueña en 1935, «año en que se inventó el radar y el nailon», apostilla.
El 27 de septiembre de 1960 llegó en barco, junto a otros cinco jesuitas, al puerto vietnamita de Saigón. «Era el aniversario del 'Día de la Fundación' de la Compañía de Jesús», rememora el padre Gómez. Y es que su historia se asemeja a la de otros grandes jesuitas misioneros que arribaron siglos atrás hasta los confines del continente asiático como Diego de Pantoja o el propio San Francisco Javier.
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En Thu Dúc vivió en el noviciado de la Compañía, que se encontraba al borde de la jungla. «Se me deslizaban culebras en la habitación, pero eran inofensivas; lo peor eran los alacranes, que tenían la manía de meterse en los zapatos por la noche», observa. «La guerra empezaba a hacerse oír también: los cañonazos lejanos y ráfagas de metralleta cercanas se hacían cada vez más frecuentes», señala el padre Gómez. Un día, después de una refriega entre unos vietcông y unos soldados de Vietnam del Sur, «pasé y recogí del suelo unas granadas y piezas de munición que no había visto nunca. En los bolsillos de la sotana cabían muchas cosas, ¿sabes?», relata con candidez el jesuita. «Apenas desplegué el polvorín sobre mi mesa, entró el padre Lacretelle. Puso el grito en el cielo. Me ordenó recoger los artefactos inmediatamente, hacer un hoyo en el borde del jardín y enterrarlos. Allí estarán todavía, supongo», apostilla.
Pero en la Guerra de Vietnam no todo fueron, ni mucho menos, episodios para tomarse a broma. Había comenzado en 1955, y se fue agravando con la entrada de los Estados Unidos en el conflicto. «No fue una guerra contra ellos; eso nunca existió, es un bulo de la progresía europea», aclara el padre Gómez. «Lo que hubo fue una guerra de los comunistas vietnamitas (vietcông significa vietnamita comunista) contra la República de Vietnam, democrática, ayudada por los Estados Unidos», puntualiza. «Terminó con la salida de los Estados Unidos en 1972 y la conquista del Sur por los norvietnamitas y vietcông en 1975. Yo estuve allí todo el tiempo», desvela.
Un obús en la puerta de su casa
«Nunca estuve en peligro», asegura. Pero, después de un momento de silencio, agrega con sorprendente serenidad: «Bueno, una vez un obús cayó delante de mi puerta y yo estaba allí; pero explotó hacia afuera y quedé ileso». «Éramos pocos españoles en Vietnam: algunos dominicos habían desempeñado un gran papel en la evangelización del país, sobre todo en Tonkin (Vietnam del Norte). Los jesuitas españoles en Vietnam fuimos ocho», prosigue.
Fue párroco de Tao Tác (Dalat) y tenía misas muy tempranas. «Cuando llegaron los comunistas, organizaron el trabajo comunitario desde las 6 de la mañana. El jefe del barrio era mi vecino, así que le pedí permiso para decir misa en la iglesia antes, a las 5, y así se hizo. Si se pedía permiso se podía hacer casi todo», asegura el jesuita. En una ocasión, «vi a una chica acurrucada delante de la estatua de la Virgen; estaba claro que no era católica. Cuando salió, la seguí y le pregunté qué hacía. Me dijo que al día siguiente tenía exámenes y pedía ayuda a la Santa Madre. Los vietnamitas son muy religiosos, así que entran en las iglesias como en las pagodas y rezan a su aire», explica.
Dalat se encuentra a 1500 metros de altura, «con un clima muy agradable». «En las montañas de alrededor vivían varias minorías étnicas que habían sido evangelizadas por los de Missions étrangères de Paris. Los domingos venían bastantes a mi parroquia, tras una caminata de varias horas por veredas. Así que le decía a mi cocinero que preparase bocadillos para ellos, pues, si no, volverían a casa en ayunas. Y la mayoría no hablaba vietnamita, sino sólo su lengua tribal», recalca.
Vuelta a Vietnam de incógnito
A lo largo de esos años, «las relaciones con los vietcông fueron normales, como extranjeros residentes». «Claro, cuando conquistaron el Sur (30 de abril 1975) empezaron a mandar a casa a los extranjeros. Yo salí el 3 de septiembre», afirma. Pero no sería su última estancia en el país asiático: «Luego he vuelto a Vietnam muchas veces a dar clases de teología», eso sí, de incógnito. Después viviría en otras casas de la Compañía de Jesús en París, Roma, Estados Unidos, México, Filipinas y varios países más.
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Hoy, a sus 88 años, el padre Felipe Gómez, SJ, reside en una casa para jesuitas ancianos en Villagarcía de Campos (Valladolid), junto a otros 36 religiosos de su congregación. «¿Que qué hago ahora? Poca cosa. Ayudo en la parroquia del pueblo y, en casa, hago comunidad. La mayoría ya somos ancianos y poco podemos hacer, pero podemos orar por la Iglesia y por la Compañía», concluye con una sonrisa.