Entrevista a Santiago Mata, autor de Los mártires de Japón
«Los mártires de Japón sufrieron los tormentos más crueles y la persecución más duradera»
Mártires de Japón, historia de la expansión cristiana durante los siglos XVI y XVII (Sekotia) muestra la necesidad de tener en cuenta las circunstancias concretas y culturales de los pueblos, a la hora de anunciar a Cristo
El historiador Santiago Mata (Valladolid, 1965) publica en la editorial Sekotia el libro Mártires de Japón, en el que investiga las causas de la persecución religiosa sufrida por los cristianos de aquellas islas desde 1555 hasta 1871. Una de sus principales conclusiones es que los gobernantes de Japón no persiguieron a los católicos para defenderse de una amenaza externa, y en concreto de una invasión española, que nunca fue intentada, ni hubiera sido posible.
–¿En su libro analiza una persecución que duró 250 años: ¿el cristianismo fue perseguido en Japón por ser extranjero?
–No, el cristianismo fue perseguido por razones religiosas y políticas, pero no por ser extranjero; es más, fue perseguido a causa de las precisas circunstancias por las que pasaba Japón, y no por lo que hicieran o planearan los extranjeros que lo llevaron allí en el siglo XVI.
–Dado que esos misioneros eran españoles, ¿influyó en la persecución del cristianismo que España fuera un imperio que amenazara a aquel archipiélago?
–Una vez más, no. Es cierto que los tres primeros misioneros eran españoles: un navarro –san Francisco Javier–, un valenciano –Cosme de Torres– y un cordobés, Juan Fernández. Pero eran religiosos y ningún reino español pretendió ni hubiera podido conquistar japón, y los gobernantes japoneses eran bien conscientes de ello, así que jamás temieron una conquista española: es más, fueron ellos, o más en concreto uno de ellos, Toyotomi Hideyoshi, quien en repetidas ocasiones amenazó con conquistar Filipinas y llegó a planear esta conquista.
–¿Cuál fue entonces la causa de la persecución?
–La decisión de dos grandes líderes políticos, los dos dictadores que unificaron Japón –el citado Toyotomi Hideyoshi y su sucesor, Tokugawa Ieyasu–, de eliminar toda posible resistencia o incluso discrepancia respecto al poder político central recién reconstituido tras más de un siglo de guerras civiles.
–Sin embargo, tú has constatado que antes de ellos hubo un gran líder militar, Oda Nobunaga, que era favorable al cristianismo, ¿por qué se produjo el cambio?
–Precisamente porque Oda Nobunaga fue asesinado, y su sucesor, Toyotomi Hideyoshi, percibía que la enorme violencia que se había requerido para poner fin a la guerra civil, no serviría de nada si no se garantizaba la estabilidad del gobierno. Él la basaría en la pura violencia, mientras que sus sucesores, la dinastía (sogunato) Tokugawa, hallaría una forma más refinada de control ideológico, solo comparable con los totalitarismos del siglo XX y en muchos sentidos más exigente y cruel. Ambos percibieron que el cristianismo era incompatible con esa negación radical de la libertad y decidieron someterlo, en el caso de Hideyoshi, y exterminarlo, en el caso del sogunato Tokugawa.
–¿Lo consiguieron?
–No, pero las huellas de ese control ideológico duran hasta hoy, y puede decirse que por eso sigue habiendo tan pocos cristianos en Japón –poco más del 1 % de la población–, porque se perdió casi por completo la capacidad de iniciativa y la búsqueda de la felicidad personal, y sin eso el cristianismo no puede florecer.
–¿Se distinguen por algo los mártires de Japón?
–Por haber sufrido los tormentos más crueles que se conocen y la persecución más duradera (más de 250 años sin interrupciones); yo diría que también el control ideológico más estricto, aunque el caso de la URSS hace dudar: pero ni siquiera los comunistas han logrado en ningún lugar del mundo mantener por tanto tiempo la persecución.
–¿Pudieron provocar, de alguna manera, la persecución los misioneros, por una predicación defectuosa o por las divisiones internas?
–Eso, como lo de que fuera una reacción de miedo a España –los japoneses de aquella época eran muy valientes y no temían a nadie– es otra de las interpretaciones defectuosas que han circulado. No es cierto que la evangelización fuera defectuosa, por ejemplo que se dirigiera a las clases dirigentes para lograr conversiones masivas: los gobernantes convertidos fueron muy pocos, normalmente tras mucho tiempo, y los misioneros siempre dedicaron sus esfuerzos principales a la gente sencilla que acogían bien el cristianismo, hombres y mujeres de todas condiciones, como luego se verá en los martirios. Incluso aunque hubiera divisiones e imprudencias que no se pueden negar. –las famosas crucifixiones de 26 mártires en Nagasaki en 1597 fueron desencadenadas por una desobediencia puntual, pero cualquier otro descuido pudo haber desatado la ira incontrolada de Hideyoshi–, todos esos errores eran nimiedades y no causas: los gobernantes japoneses de esa época no podían justificar su desconfianza y animadversión en supuestas deslealtades, cuando todas las guerras que habían emprendido durante un siglo eran un complicadísimo ajedrez de rupturas de compromisos y traiciones.
–¿A pesar de todo el balance de la historia del cristianismo en Japón es positivo?
–Sí, precisamente por los mártires; no solo porque los católicos sepamos que han recibido su premio y nos bendicen desde el Cielo, sino porque su lealtad hizo posible que se mantuvieran en la fe, sin que se celebrara en todo Japón una sola misa durante 250 años, los llamados «cristianos ocultos», durante siete generaciones.
–¿Cuántos fueron esos cristianos que aparecieron a la vuelta de los misioneros desde mediados del siglo XIX?
–Se calculan en unos 60.000, pero solo la mitad llegaron a reincorporarse a la Iglesia; para muchos, la religión se había convertido en meros ritos, o la persecución les llevaba a desconfiar de lo que no fuera su círculo más íntimo y se habían hecho tan sectarios que ya no pudieron aceptar integrarse en un grupo mayor. Aparte de que la persecución siguió cayendo contra los cristianos que había acudido a acoger a los misioneros, entre 1868 y 1873.
Pretendieron exterminar la comunidad cristiana físicamente, matando a todos sus miembros
–¿Cuántos católicos murieron en esa última persecución?
–Aproximadamente 600, lo que indica hasta qué punto la brutalidad de la represión perduró incluso dentro de la época Meiji, que queremos imaginar de apertura a occidente, cuando en muchos casos esa apertura era un mero cálculo basado en las ventajas que se podían obtener. Para colmo, sobre esos cristianos perseguidos del pueblo de Urakami, en Nagasaki, cayó en 1945 la segunda bomba atómica: de 15.000 que eran solo sobrevivieron 5.000.
–¿Los inquisidores durante el sogunato Tokugawa se conformaban con que la gente renegara de la fe pisando una imagen religiosa, como aparece en la película «Silencio»?
–No, sometían a la población a una repetición continuada de esos ritos cada año, además de asignar a las familias a un templo y someterlas a vigilancia y a represión en cadena (si aparecía una familia cristiana era reprimido todo su grupo de referencia). No se conformaban con que las personas renunciaran a la fe, sino que pretendieron exterminar la comunidad cristiana físicamente, matando a todos sus miembros, eliminando cualquier imagen, escrito o huella de religiosidad, e imponiendo sobre las personas y familias una vigilancia estricta.
A nosotros no se nos presiona con violencia, pero hay formas más sutiles
–¿Cuántos mártires hubo?
–Uno de los perseguidores, en conversación con el último sacerdote –un italiano– que se atrevió a meterse en Japón a principios del siglo XVIII –y allí murió en prisión– los evaluaba en 300.000. Pero esta cifra es muy alta e imposible de comprobar. Los investigadores los evalúan en torno a 40.000 y hay datos concretos de más de 5.000. No obstante, hay matanzas masivas, particularmente la de los civiles que se acogieron a la protección de los rebeldes de Shimabara entre 1637 y 1638, cuyas víctimas sin duda deseaban ser cristianas, a pesar de llevar décadas sin sacerdotes, y en cierto sentido merecen la consideración de mártires: y allí se ejecutó en un solo día a 36.000 personas. Así que el número es muy elevado.
–¿Qué lecciones podemos extraer los que vivimos tan lejos en el tiempo y el espacio de esa persecución?
–Desde luego la de huir de la comodidad y no pensar que eso no nos puede pasar a nosotros: me refiero tanto al martirio y el exterminio de la fe, como a la apostasía. Claro que Japón era un país muy peculiar, pero como hemos visto en la persecución desatada durante la Revolución española de 1934 a 1939, puede pasar en cualquier parte. El cristiano tiene que estar dispuesto a sufrir por la fe, y para ello poner su confianza en Dios, o si no más vale que sea consciente de que va a apostatar, si no lo ha hecho ya casi sin darse cuenta… A nosotros no se nos presiona con violencia, pero hay formas más sutiles, que en vez de una catana recurren a un dispositivo móvil, de conseguir lo mismo. Así que la fidelidad de estas personas siempre es un gran estímulo, no solo a perseverar en la fe, sino también a conocer más su admirable ejemplo.