La ´Hospitalité' de Lourdes que nació de una petición de la Virgen a la que responden miles de voluntarios
El santuario francés acoge cada año a cerca de ocho millones de peregrinos, muchos de ellos enfermos
En el corazón de los Pirineos franceses, Lourdes se alza como uno de los destinos de peregrinación más importantes del mundo católico. Millones de fieles acuden cada año a este santuario en busca de consuelo espiritual, curación y un encuentro profundo con la Santísima Virgen. Pero, para que esa experiencia se dé con plenitud, juega un papel fundamental la Hospitalité Notre-Dame de Lourdes, la responsable de la gestión y acogida de estos peregrinos. Esta organización, compuesta por miles de voluntarios de todo el mundo, se ha convertido en el motor que mantiene vivo el espíritu de Lourdes, haciendo posible que la peregrinación se desarrolle con la devoción y el respeto que merece.
Aunque Lourdes hunde sus raíces en tiempos del imperio romano, el Lourdes actual está absolutamente ligado a santa Bernardita Soubirous, una joven campesina nacida en 1844 en una familia pobre de esta población. Con apenas 14 años tuvo una serie de apariciones de la Virgen María en la gruta de Massabielle, entre el 11 de febrero y el 16 de julio de 1858.
Durante la novena aparición, la Virgen le reveló la presencia de un manantial en la gruta, cuyas aguas han resultado milagrosas para multitud de peregrinos a lo largo de los años. Bernardita también recibió el encargo de transmitir un mensaje de penitencia, oración y conversión.
El origen de la Hospitalité
La Hospitalité Notre-Dame de Lourdes tiene sus raíces en otra solicitud de la Virgen en la que pedía que los sacerdotes acudieran en procesión a la gruta y que se construyera una capilla. Esta llamada ha resonado a lo largo de los años, y en 1885 se fundó la Hospitalité con el objetivo de acoger y asistir a los peregrinos, especialmente a los enfermos que llegaban hasta aquí.
Los hospitaliers son los primeros en dar la bienvenida a los peregrinos cuando llegan a Lourdes, ya sea en la estación de tren o en el aeropuerto, desde donde comienzan a bajar a los enfermos de trenes y aviones, y subirlos a los autobuses que los llevan a sus hospitales.
En el santuario, los hospitaliers se encuentran en puntos clave como las piscinas, donde asisten a los peregrinos en uno de los actos más emblemáticos de Lourdes: el baño o el gesto del agua con las aguas de la gruta de Massabielle. Pero más allá, los hospitaliers juegan un papel vital en la gestión del flujo de peregrinos que acuden a este lugar, garantizando que todos puedan tener un momento de oración y de paz. Su presencia asegura que la visita a la gruta sea un acto de devoción ordenado y respetuoso, evitando cualquier aglomeración que pudiera perturbar la serenidad del lugar, que los enfermos tengan lugares de acogida dignos o que haya una infraestructura que les apoye a moverse en sus desplazamientos por el santuario.
Además, la Hospitalité coordina las dos procesiones emblemáticas del santuario: la procesión eucarística de cada tarde y la procesión de las antorchas por la noche. En la primera se aseguran que los enfermos puedan participar activamente y recibir la bendición con el Santísimo Sacramento. Por la noche, durante la procesión de las antorchas, guían a los peregrinos en una atmósfera de profundo recogimiento y encuentro con la Virgen.
Una vocación al servicio
Ser hospitalier es una vocación a la que se llega tras una formación que se imparte en el santuario a lo largo de, al menos, una semana, durante cuatro años. El aprendiz, el stagiaire, debe pasar por un proceso de formación riguroso, que abarca tanto aspectos espirituales como prácticos a la hora de tratar a los enfermos y peregrinos. Finalizado este tiempo, en el quinto año, el stagiaire se consagra a la Virgen.
Una de las características más distintivas es su vestimenta que, además de identificarles, les enraíza con los orígenes de su hospitalidad. Los hombres suelen vestir con traje y corbata, reflejando la solemnidad y el respeto hacia el lugar y las personas que asisten. Por su parte, las mujeres visten una bata blanca, similar a la de las enfermeras, simbolizando su papel en el cuidado y atención de los enfermos. Pero lo más emblemático de su atuendo son los breteles, una especie de tirantes que en su origen eran utilizados para cargar las camillas de los enfermos mientras mantenían las manos libres para otras tareas. Estos tirantes, que siguen siendo parte del uniforme, recuerdan su compromiso y disponibilidad para asistir en cualquier circunstancia a quien lo necesite.