En su encíclica «Dilexit nos»
Francisco hace un canto al Amor gratuito de Dios y a su ternura e invita a la confianza plena en Él
Advierte contra la «espiritualidad sin carne» y afirma que la devoción al Sagrado Corazón implica «dilatar en este mundo sus oleadas de infinita ternura»
Hay un hilo conductor en Dilexit nos, la encíclica del Papa Francisco publicada este jueves: la plena confianza en Dios. Para ello, el Pontífice recurre a algunos maestros en este terreno, como san Carlos de Foucauld, san Francisco de Sales, san Claudio de la Colombiere y, muy especialmente, santa Teresa del Niño Jesús. El término «confianza» aparece en el texto hasta 33 veces (una feliz coincidencia), y el Santo Padre resume todo en unas palabras de la santa francesa que propuso el petit chemin (el caminito): «¡La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al amor!».
Amor y confianza aparecen indisolublemente unidos en Dilexit nos, que es un canto a la gratuidad del Amor (un término que aparece 286 veces en el documento) que Dios tiene por el hombre. El subtítulo de la encíclica no deja lugar a dudas: «Sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo». «Te aseguro que Dios es mucho mejor de lo que piensas. Él se conforma con una mirada, con un suspiro de amor… Y creo que la perfección es algo muy fácil de practicar, pues he comprendido que lo único que hay que hacer es ganar a Jesús por el corazón», escribe el Pontífice, parafraseando de nuevo a la santa de Lisieux.
«Nada que valga la pena se construye sin el corazón», subraya Francisco al inicio de su encíclica, ya que «en el corazón se juega todo, allí no cuenta lo que uno muestra por fuera y los ocultamientos, allí somos nosotros mismos». «Quizás la pregunta más decisiva que cada uno podría hacerse es: ¿tengo corazón?», abunda, para entrar de lleno en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Éste, para el Papa, «es éxtasis, es salida, es donación, es encuentro». «Nuestro corazón unido al de Cristo es capaz de este milagro social» que será capaz de «construir en este mundo el Reino de amor y de justicia«. Pero, advierte, «tengamos cuidado: nuestro corazón no es autosuficiente; es frágil y está herido».
Él se admira de nosotros
El Amor de Dios por el hombre es ilimitado: «Cuando nos parece que todos nos ignoran, que a nadie le interesa lo que nos pasa, que no tenemos importancia para nadie, él nos está prestando atención», asegura el Pontífice. «Qué hermoso es saber que si los demás ignoran nuestras buenas intenciones o las cosas positivas que podamos hacer, a Jesús no se le escapan, y hasta se admira», exclama Francisco.
El Papa repasa la evolución de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús a lo largo de la historia, que «no es el culto a un órgano separado de la persona de Jesús. Lo que contemplamos y adoramos es a Jesucristo entero», subraya, porque «el Sagrado Corazón es una síntesis del Evangelio». E introduce a continuación un matiz interesante: «Las visiones o manifestaciones místicas narradas por algunos santos que propusieron con pasión la devoción al Corazón de Cristo no son algo que los creyentes estén obligados a creer como si fuera la Palabra de Dios. Son bellos estímulos que pueden motivar y hacer mucho bien, aunque nadie debe sentirse forzado a seguirlos si no constata que le ayudan en su camino espiritual». Aunque añade: «Ruego que nadie se burle de las expresiones de fervor creyente del santo pueblo fiel de Dios, que en su piedad popular intenta consolar a Cristo».
«Organizaciones obsesivas»
En este punto, el Papa entra de lleno en uno de los temas que repite con frecuencia: el del rigorismo en la moral. Sin quitarle un ápice de valor a la verdadera devoción al Sagrado Corazón –«la Iglesia no desprecia nada de todo lo bueno que el Espíritu Santo nos regaló a lo largo de los siglos»– el Santo Padre advierte contra «diversas formas de religiosidad sin referencia a una relación personal con un Dios de amor, que son nuevas manifestaciones de una 'espiritualidad sin carne'». Francisco constata la existencia de «comunidades y pastores concentrados sólo en actividades externas, reformas estructurales vacías de Evangelio, organizaciones obsesivas, proyectos mundanos, reflexiones secularizadas, diversas propuestas que se presentan como formalidades que a veces se pretende imponer a todos».
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Recurriendo a san Francisco de Sales, señala cómo «frente a una moral rigorista o a una religiosidad del mero cumplimiento, el Corazón de Cristo se le presentaba como un llamado a la plena confianza en la acción misteriosa de su gracia». «Lamentablemente, se ha vuelto frecuente en algunos círculos cristianos este intento de encerrar al Espíritu Santo en un esquema que les permita tener todo bajo su supervisión», señala el Pontífice más adelante.
«Les tapa la boca»
Refiriéndose a la espiritualidad de Santa Teresita del Niño Jesús, el Papa lamentará que «las mentes eticistas, que pretenden llevar un control de la misericordia y de la gracia, dirían que ella podía expresar esto porque era santa, pero que no podría afirmarlo una persona pecadora». Sin embargo, el Papa recurre a una expresión más coloquial para señalar que «esta sabia doctora de la Iglesia les tapa la boca» a esos rigoristas con otra de sus citas: «Aunque hubiera cometido todos los crímenes posibles, seguiría teniendo la misma confianza; sé que toda esa multitud de ofensas sería como una gota de agua arrojada en una hoguera encendida».
Sin abandonar a la santa de Lisieux, Francisco advierte del peligro de concentrar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús «en un aspecto dolorista, ya que algunos entendían la reparación (de las ofrensas a Dios) como una suerte de primacía de los sacrificios o de los cumplimientos moralistas». «Ella, en cambio, resume todo en la confianza como la mejor ofrenda», señala el Santo Padre. «En muchos de sus textos se advierte su lucha contra formas de espiritualidad demasiado centradas en el esfuerzo humano, en el mérito propio, en el ofrecimiento de sacrificios, en determinados cumplimientos para 'ganarse el cielo'», observa Francisco. Y cita de nuevo textualmente a la santa francesa: «A veces, cuando leo ciertos tratados espirituales en los que la perfección se presenta rodeada de mil estorbos y mil trabas, y circundada de una multitud de ilusiones, mi pobre espíritu se fatiga muy pronto, cierro el docto libro que me quiebra la cabeza y me diseca el corazón y tomo en mis manos la Sagrada Escritura. Entonces todo me parece luminoso, una sola palabra abre a mi alma horizontes infinitos, la perfección me parece fácil: veo que basta con reconocer la propia nada y abandonarse como un niño en los brazos de Dios».
Estas amenazas le mueven «a proponer a toda la Iglesia un nuevo desarrollo sobre el amor de Cristo representado en su Corazón santo». Para Francisco, existen «dos aspectos fundamentales que hoy debería reunir la devoción al Sagrado Corazón: la experiencia espiritual personal y el compromiso comunitario y misionero». Efectivamente, la confianza plena en Dios no debe llevar al cristiano a la inacción o a la pereza: «Sabernos amados y depositar toda la confianza en ese amor no significa anular todas nuestras capacidades de entrega, no implica renunciar al imparable deseo de dar alguna respuesta desde nuestras pequeñas y limitadas capacidades». «El pedido de Jesús es amor. Cuando el corazón creyente lo descubre, la respuesta que brota espontáneamente no consiste en una pesada búsqueda de sacrificios o en el mero cumplimiento de un pesado deber, es cuestión de amor», observa el Pontífice. «Hay otra forma de ofrendarse a sí mismo, donde no hay necesidad de saciar la justicia divina sino de permitir al amor infinito del Señor difundirse sin obstáculos», señala. Por eso, «propongo que desarrollemos esta forma de reparación, que es, en definitiva, ofrendar al Corazón de Cristo una nueva posibilidad de difundir en este mundo las llamas de su ardiente ternura». «El camino más adecuado es que nuestro amor regale al Señor una posibilidad de expandirse por aquellas veces en que esto le fue rechazado o negado», subraya. Asi permitiremos al Corazón de Cristo «dilatar en este mundo sus oleadas de infinita ternura».Para ello, bastaría con «actos de amor fraterno con los cuales curamos las heridas de la Iglesia y del mundo». «La reparación que ofrecemos es una participación que aceptamos libremente en su amor redentor y en su único sacrificio», remacha.
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Para lograr esto, se necesitan «misioneros enamorados que se dejan cautivar por Cristo y que inevitablemente transmiten ese amor que les ha cambiado la vida». A estos cristianos transformados «les duele perder el tiempo discutiendo cuestiones secundarias o imponiendo verdades y normas, porque su mayor preocupación es comunicar lo que ellos viven y, sobre todo, que los demás puedan percibir la bondad y la belleza del Amado a través de sus pobres intentos», añade. «Esa también es tu misión. Cada uno la cumple a su modo, y tú verás cómo podrás ser misionero. Jesús se lo merece. Si te atreves, él te iluminará. Él te acompañará y te fortalecerá, y vivirás una valiosa experiencia que te hará mucho bien. No importa si puedes ver algún resultado, eso déjaselo al Señor que trabaja en lo secreto de los corazones, pero no dejes de vivir la alegría de intentar comunicar el amor de Cristo a los demás», concluye Francisco.