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Cosas que pasanAlfonso Ussía

La enfadadita

Afortunadamente, Irene Montero es española —aunque no lo parezca—, y no ha coincidido con Stalin en vida. De ser rusa soviética y experta en proyectar edificios koljosianos, hoy no estaría en el Parlamento Europeo haciendo el indio con su bufanda de Hamás

Actualizada 01:30

Irene Montero es menos que una anécdota en el Parlamento Europeo. Tiene que dar la nota para llamar la atención. Pero sabe lo que hace cuando provoca. No es como los homosexuales que lucen orgullosos sus camisetas con la efigie de Ernesto Guevara, el Ché, ignorando que el señorito comunista fusilaba o encerraba a los mariquitas revolucionarios por su homofobia enfermiza. No es como los senderistas amantes del lobo y el oso que visten prendas con mensajes animalistas y corren despavoridos cuando se topan con un oso o un lobo en sus excursiones estivales. No es como el difunto Julio Anguita, que acudió en su coche a dar una conferencia en Jaén, y al abandonar el local se encontró con su coche sin lunas delanteras y sin aparato de radio, lo que le hizo exclamar toda suerte de exabruptos contra los inmigrantes marroquíes. No; Irene Montero, al sentarse en su escaño con la horrible bufanda palestina rodeando su cuello de colibrí, sabía perfectamente que no podía acceder a la tribuna de oradores con el referido producto textil. Y cuando le ordenó la presidencia que se lo quitara, simuló que se enfurecía, se desprendió del chisme, y acusó al Parlamento de tomar partido a favor de Israel, que en realidad no es así, pero una mentira mil veces emitida se convierte en una semiverdad.

Posteriormente, habló, dijo las mismas tonterías de siempre con su lenguaje equívoco, y su minuto de gloria se instaló en el limbo de la imbecilidad, que es un limbo muy amplio y generoso. De cuando en cuando se siente obligada a interpretarse para que su paso por Europa tenga alguna justificación. Porque el gran problema de esta chica no es su innecesariedad sino su tostón. Es un tostón de mujer. El tostón o la tostona, sin olvidar al tostone, es lo peor que puede ser un individuo aparentemente humano. Irene Montero, según algún antiguo amigo frecuentemente invitado a las barbacoas que organizaba con su Pablo en la piscina del chalé de Galapagar, es una experta y grácil buceadora, capaz de bucear dos largos de la piscina sin precisar tomar aire. Y todos sus invitados y sirvientes le animaban a superar sus marcas de resistencia. —Irene, a ver si consigues bucear tres largos de la piscina sin sacar la cabeza para respirar—. Y lo hacía. —Al menos, durante un par de minutos no habla—. Porque ella habla mucho, en público y en privado, y es igual de rollo plúmbeo en privado que en público. En Europa no nos lo han perdonado. Como se comenta por los pasillos de la Eurocámara, «es más pesada, incluso, que Esteban González Pons», que también es un tostón de tío en dos idiomas. Porque Irene, que recibe clases de inglés todos los días y lo pronuncia como su compañero sentimental, todavía no ha pasado de my tailor is rich.

En este mundo se puede ser malo, resentido, vengativo, acomplejado, viperino y tonto. Pero sin añadirle la calidad y cualidad de tostón. Stalin, que es muy querido por Irene, recibió en audiencia al arquitecto soviético Yuri Semiónov, para que éste le explicara el proyecto de construcción de un centenar de «koljoses» —agrupaciones agrícolas—, en diferentes puntos de la URSS. Pasados treinta minutos, Stalin vociferó solicitando la inmediata presencia de sus guardias de escolta, al mando del capitán Alexéi Stenowsky. —Capitán Stenowsky. Me ha complacido mucho el proyecto del camarada Semiónov. Curse orden de aprobar su proyecto. Es magnífico. Y después, inmediatamente después de cursar la orden, forme un pelotón y fusile al camarada Semiónov. Por pelmazo—. Y Semiónov fue fusilado con todos los honores y su viuda recibió una tarjeta especial para adquirir legumbres de los planes quinquenales con un 3% de descuento. La pobre mujer no cabía en sí de dicha.

Afortunadamente, Irene Montero es española —aunque no lo parezca—, y no ha coincidido con Stalin en vida. De ser rusa soviética y experta en proyectar edificios koljosianos, hoy no estaría en el Parlamento Europeo haciendo el indio con su bufanda de Hamás. De lo cual me congratulo, sinceramente.

—Quítese esa bufanda antes de hablar—.

Y se la quitó claro. Es muy pesada y tonta, pero muy obediente.

Que se lo digan al machirulo de sus arrebatos.

La bufanda, a tomar por saco. Y luego, el tostón. Pero lo segundo entra en el sueldo de los que permanecen en el escaño para hacer crucigramas.

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