Barioná: cuando el ateo Sartre escribió sobre la Navidad en un campo de concentración
La primera obra de teatro del filósofo francés permaneció prácticamente desaparecida hasta que fue redescubierta hace 20 años por un investigador español
La máxima figura del existencialismo ateo, Jean-Paul Sartre, hizo un paréntesis en su militante incredulidad para escribir sobre la Navidad. Fue en 1940, durante su estancia en el campo nazi de prisioneros Stalag 12D, en Tréveris (Alemania), en plena II Guerra Mundial. Barioná, el hijo del trueno fue el regalo que quiso hacerles el filósofo francés a los más de doce mil soldados reclusos, y que fue representada por los propios presos en aquel gélido invierno. Fue, de hecho, la primera obra de teatro que llevaría la firma de Sartre.
Pero, concluida la contienda, un denso velo de silencio y oscuridad se cernió sobre Barioná. Parecía que el gran pope del existencialismo ateo no podía tener una mácula de cristianismo en su haber. La obra permaneció prácticamente desaparecida hasta principios de este siglo, cuando José Ángel Agejas, doctor en Filosofía y catedrático de Ética y Deontología de la universidad Francisco de Vitoria (Madrid), la halló. «Más aún que inédita en español, lo asombroso es que estaba realmente oculta incluso en su original francés. No inédita del todo, porque de hecho pude localizarla, pero no sin esfuerzo y trabajo de mucho tiempo», asegura Agejas.
Tercer domingo de Adviento
Jean-Paul Sartre, el ateo que presentó mejor que nadie el Misterio de la Navidad
La obra no suele aparecer en las ediciones del teatro completo de Sartre ni en las enumeraciones de su producción literaria. «Creo que es fácil adivinar que a una de las insignias del pensamiento ateo, marxista y anticatólico de la segunda mitad del siglo XX, con un papel crucial en el mayo del 68 y su movimiento ideológico, no le convenía que se airease una obra como esta», explica el doctor en Filosofía. «Nunca la negó, porque no podía hacerlo: más de doce mil soldados prisioneros habían presenciado su puesta en escena. Pero trató de ignorarla lo más posible, y cuando alguien que había tenido noticias de aquel hecho le preguntaba por ella, hacía todo lo posible por menospreciar su valor literario», prosigue Agejas. Sin embargo, a juicio del descubridor de la obra, «esto tampoco es cierto: basta con leerla para ver su fuerza dramática y su calidad literaria, aunque se tratara de su primera pieza teatral. Mientras la escribía, le reconoció a Simone de Beauvoir en una carta que había descubierto con ella sus dotes para la escritura de teatro», remacha.
Pero regresemos al campo de presos Stalag 12D. Sartre era prisionero del ejército alemán en el campo que los nazis instalaron en el pueblo de Tréveris, junto con varios miles de soldados franceses. «Los capellanes del campo consiguen permiso del oficial alemán para celebrar la Misa del Gallo en la Nochebuena de 1940, lo que suponía romper el aburrimiento y la monotonía», explica Agejas. «Él propone a los capellanes que, además de ensayar villancicos, como estaban haciendo, pusieran en escena un auto o misterio de Navidad, como se hacía antes. Acceden a la propuesta y él empieza a escribirla a tan solo seis semanas de la Navidad. En ese breve espacio de tiempo la escribe, la ensaya con los actores, supervisa los disfraces, los decorados, todo. Los nazis no le censuraron ni una línea de la obra», observa el doctor en Filosofía.
En aquella fría noche se produjo, además, un hecho muy llamativo: «Que Sartre actuó en la obra no como Barioná, el personaje que defiende su filosofía, sino como el Rey Baltasar, quien anima al zelote existencialista Barioná a abrir su libertad al sentido que le aporta el reconocimiento del Mesías Salvador». «Los discursos de Baltasar son impresionantes, y más aún si uno se imagina a Sartre declamándolos, como de hecho pasó», observa Agejas. «Además, consta el testimonio de al menos un prisionero que se convirtió oyéndole. Otro detalle: al acabar la función, Sartre participó esa noche en la Misa del Gallo con el resto de prisioneros, gesto que no pasó inadvertido para los miles de soldados que le conocían oficialmente como un intelectual ateo», subraya.
El descubrimiento de Barioná
Pero, ¿cómo «apareció» de nuevo esta obra 60 años después de ser escrita y de que pareciera que la tierra se la hubiese tragado? «Conocía un fragmento, unas quince líneas, citadas por el conocido teólogo y prestigioso escriturista René Laurentin, especializado en el estudio de los Evangelios de la infancia de Jesús», desvela Agejas. Laurentin llegó a afirmar que, con la obra de Sartre, «un ateo presenta mejor que nadie el Misterio de la Navidad». «Él afirma que, después de los Evangelios, esta obra es la que más le había ayudado a ver el Misterio de la Navidad. Me pareció una expresión muy fuerte. Tanto, que fue el empujón definitivo que me lanzó a buscar la obra: si era así, tenía que conocerla y darla a conocer», subraya el doctor en Filosofía. Y comenzó su particular búsqueda.
Esas líneas de Barioná citadas por Laurentin «describían a María con el Niño en brazos con una ternura y una fuerza expresiva tales que me asombraron», reconoce. No tardaron en aparecer las dificultades en la investigación: «'Seguro que es una atribución apócrifa', me decían». Pero el doctor en Filosofía se propuso encontrar aquella obra, misteriosamente oculta. «Me veía como el protagonista de una novela policíaca, y tenía que resolver el enigma: la obra existía y no podía escaparse, aunque había caminos que se convertían en callejones sin salida, o que me devolvían al punto de partida sin éxito», reconoce.
500 copias numeradas a mano
Pero, tras mucho tiempo y esfuerzo, consiguió su objetivo: existía una copia de Barioná, el hijo del Trueno, en los archivos de la universidad de Indiana (EE. UU.). «Se trataba de un ejemplar de la segunda tirada, copiada directamente de la primera, de la que se imprimieron 500 copias para la representación de 1940, numeradas a mano y reproducidas en la multicopista del campo de prisioneros», explica. Algunos años después, halló una de esas 500 copias originales en un librero antiguo de París, que aún atesora.
Desde que José Ángel Agejas publicó hace 20 años la primera edición en castellano de su descubrimiento, no ha dejado de venderse y de representarse, tanto en España como en Hispanoamérica. Ahora, el nuevo sello editorial Bookman acaba de lanzar una segunda edición con un nuevo estudio introductorio. Al mismo tiempo, la editorial Albada acaba de sacar su traducción al catalán. Un excelente regalo, sin duda, para estas fechas.
En colaboración con Comunitat Valenciana