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Un grabado recoge la supuesta caída de San Pablo del caballo
No, san Pablo no se cayó de ningún caballo (al menos, según la Biblia)
A pesar de ser una imagen sumamente expandida, la posibilidad de que Saulo de Tarso se cayese de un caballo cuando tuvo su encuentro con Jesús resucitado es casi nula
La conversión de san Pablo es una de las escenas más representadas en el cristianismo a lo largo de los siglos. Desde los anónimos miniaturistas medievales a genios del arte como Caravaggio, Bernini o El Greco han inmortalizado el momento de su encuentro con Cristo resucitado, pero con un curioso añadido: la caída de un caballo.
Sin embargo, y a pesar del arraigo de esta representación, la realidad fue, probablemente, muy diferente. Sobre todo, porque el Nuevo Testamento nunca menciona animal alguno en el relato de la conversión paulina. ¿Cómo es posible, entonces, que esta imagen sin fundamento en los textos sagrados haya llegado hasta nuestros días?
El relato de la caída de san Pablo
Empecemos por el principio. La historia de la conversión de Saulo, que pasaría a ser conocido como Pablo, se relata en el capítulo 9 del libro de los Hechos de los Apóstoles. En ese momento, Saulo, un judío de observancia tan estricta que incluso había participado del martirio de san Esteban –aunque más como testigo aprobatorio que como agresor–, se dirigía a la ciudad Damasco para arrestar a los cristianos, a quienes tenía por herejes.
Pero, en un momento del viaje, se ve rodeado por un resplandor celestial y escucha la voz de Jesús resucitado, que se identifica con aquellos que le siguen (y a quienes el futuro santo tanto odiaba): «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». La voz y la luz dan con Saulo huesos en tierra.Sin embargo, el pasaje no menciona que estuviera montado en un caballo, ni que cayera de él. De hecho, la última traducción oficial de la Biblia aprobada por la Conferencia Episcopal Española enfatiza ese matiz, al sustituir la tradicional frase «mientras iba camino de Damasco» por la más fiel al original «mientras caminaba, cuando ya estaba cerca de Damasco, de repente una luz celestial lo envolvió con su resplandor».
El apóstol del que conocemos más detalles
Es importante destacar que san Pablo es, después de Jesús, el personaje histórico del cristianismo primitivo de cuya vida tenemos más detalles. Primero, porque contamos con los relatos del libro de los Hechos de los Apóstoles (escrito por san Lucas y dictado, muy probablemente, de boca del propio Pablo), con información sobre su vida. Y segundo, y sobre todo, por la amplia colección de cartas suyas que se conservan. Concretamente, 13, a las comunidades de Roma, Galacia, Éfeso, Corinto, Colosas, Filipo, Tesalónica, y a sus amigos Timoteo, Tito y Filemón.
Son textos, todos ellos, de gran valor espiritual y teológico, pero también histórico, y cuajados de detalles sobre su vida. Algunos, de lo más concretos y personales. Es el caso, por ejemplo, de la epístola a Timoteo, en la que le pide que le traiga «el abrigo que dejé en Troas, en casa de Carpo» y «los libros, especialmente los de pergamino». También los detalles de sus cautiverios, sus indisposiciones y sus naufragios son sumamente pormenorizados.
Por ese motivo, parece muy probable que, si en el momento sublime de su encuentro con Cristo, hubiera sufrido una caída tan aparatosa y dramática como la que sugiere la iconografía popular (caerse de un caballo), el detalle no habría sido omitido en sus escritos.
Un judío de la diáspora, con pocos medios
Pero hay más. El libro de los Hechos narra cómo Saulo fue a pedir permiso al Sumo Sacerdote de Jerusalén para viajar a Damasco y arrestar, bajo cadenas, a los cristianos que encontrase.
La ciudad de Damasco, ubicada en lo que hoy es Siria, distaba unos 300 kilómetros de Jerusalén, lo que implicaba un largo viaje por las calzadas romanas. No era raro viajar a caballo en la época, sin embargo, no todo el mundo podía permitirse una montura y, de hecho, lo más común era que las personas tuviesen que desplazarse a pie durante varias jornadas. Especialmente aquellas personas que, como Saulo, no pertenecían a clases altas.
Porque, como es sabido, san Pablo nació en Tarso, una ciudad situada entre Anatolia y Siria, en la diáspora judía. Y aunque fue discípulo del gran rabino Gamaliel, no era un doctor de la ley ni tampoco escriba. Al contrario, Pablo era un trabajador manual, especializado en la fabricación de tiendas, lo que le exigía vivir de manera más bien austera. Por tanto, no parece especialmente posible que pudiese costearse un largo viaje a caballo.
Pero entonces, ¿por qué se le representa de este modo?
Una conversión radical, aunque a pie
La ausencia equina en el relato de los Hechos no implica que la caída de Pablo no tenga también un trasfondo bíblico, que habría dado origen a esta popular representación.
A lo largo de toda la Escritura, caer al suelo es símbolo de un cambio radical de vida y de conversión a Dios. Lo vemos, por ejemplo, en el arrepentimiento del rey David tras la muerte de Urías, o en la llamada de Abraham. Y así, también la caída de Saulo fue el signo exterior de su abajamiento interior, de su transformación profunda que lo llevó, de ser perseguidor, al gran difusor del cristianismo por todo el mundo.
Para enfatizar semejante «golpe» de la gracia, lo más probable es que el caballo surgiese como un recurso artístico y catequético a lo largo de la Edad Media –donde los viajes a caballo eran también comunes-, y se haya mantenido hasta nuestros días por su fuerza visual.
A fin de cuentas, la verdadera causa de la transformación de Saulo no ocurrió al caer de una montura o por tropezar con una piedra, sino al ser tocado por la gracia, en un encuentro personal con Cristo Resucitado. Esa es la clave más profunda de su historia: la de recordar que nadie está tan perdido que no pueda cambiar, ni nadie es tan fuerte como para no caer ante la verdad de que Jesús es Dios.