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Álex Navajas

¿Se puede hacer el mal defendiendo el bien?

Salvo que a uno le corra suavizante en lugar de sangre por las venas de su cuerpo, recurrir a los mandoblazos, como Pedro con Malco, puede ser una de las primeras opciones que pasen por nuestras cabezas

Actualizada 16:25

La oscuridad de la noche quedaba rasgada únicamente por las antorchas de la soldadesca. Había confusión, gritos, empujones, insultos. Uno de los discípulos del Señor –Pedro, nos especifica el evangelio de San Juan–, exasperado, rabioso, confundido, seguramente avergonzado porque se había quedado dormido en lugar de velar junto al Maestro, saca su espada y le asesta un certero tajo al criado del sumo sacerdote, rebanándole la oreja. «Este criado se llamaba Malco», desvela, nuevamente, San Juan. La reacción de Jesús es de sobra conocida: después de pedir a los guardias de los fariseos que se lo llevaran a él y dejaran en paz a sus discípulos, se dirige a Pedro: «Envaina la espada, que todos los que empuñan la espada, a espada morirán. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi padre?» (Mt 26, 52, 53). Después, «tocándole la oreja, lo curó» (Lc 22, 51).

¿Quién no ha sentido la necesidad de desenvainar la espada alguna vez –o muchas– al ver ultrajado a Jesús, al ver vilipendiado su Santo Nombre? Salvo que a uno le corra suavizante en lugar de sangre por las venas de su cuerpo, recurrir a los mandoblazos puede ser una de las primeras opciones que pasen por nuestras cabezas.

Pedro intentaba defender a su Maestro. ¿Qué hay de malo en ello? ¿No sería incluso algo heroico, algo que habría que agradecerle? Y, sin embargo, Jesús le dice que guarde su espada.

Dos mil años después, es fácil encontrar Pedros que tratan –quizás con rectitud de intención– de solventar las disputas teológicas recurriendo al acero. De hecho, es probable que todos tengamos un Pedro adentro –de mayor o menor tamaño; más o menos apaciguado– dispuesto a medirse con sus contendientes a golpe de espada. A golpe del escrito, del blog, del portal en Internet, del comentario anónimo, del mensaje en X, del vídeo en Instagram. Y reparten mandoblazos a diestro y siniestro convencidos, como Pedro, de que hacen lo correcto.

¿Qué nos diría hoy el Maestro si nos lleváramos la mano a la espada? ¿Nos diría que atacáramos? ¿Nos pediría, tal vez, que no hiciéramos nada, que nos llevemos bien con el mundo, que sonriamos a todos y que nos quedemos mirando cómo se lo llevan?

Le doy vueltas con frecuencia a esto, para saber cómo debo actuar. Y creo que no hay una única respuesta para todos los cristianos en todas las circunstancias. Pienso que no hay que callar por cobardía, pero que tampoco se debe reaccionar desde el despecho disfrazado de ortodoxia. Hay que poner la otra mejilla, pero Dios también me pide que sea astuto. Me debe mover la misericordia, pero no puedo renunciar a la verdad. No debo buscar el aplauso del mundo, pero tampoco se me pide quedarme sentado en un rincón sin hacer nada.

Una cosa queda clara en esta noche de Jueves Santo: debo velar y orar junto al Maestro. Es lo único que ha pedido. Él será quien indique en cada momento qué hay que hacer y qué hay que evitar. Y, como siempre, nos sorprenderá con sus respuestas.

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