¿Borja Escalona solo es alguien detestable?
El 'youtuber' ha cometido el error de los errores, que es el de reírse del justo, y con ello parece haberse convertido en el chivo expiatorio de todos nuestros males por unos días
Esta vez sí que me ha cogido la sensación de este verano, que no parece querer morir, en plena pose flamenca frente a La Alhambra, y desde esta orilla jonda de la zambra gitana del Sacromonte, entre sus gatos, sus cuevas y sus cables de la luz enmarañando los cabellos de las nubes en el cielo.
Esta vez sí que sí me ha cogido la actualidad entre las fronteras del tórrido Reino de Granada, con sus «simpáticos» lugareños y sus mitológicas tapas de acompañamiento al vino y a los turistas fascinados con la cultura idealizada de lo nazarí, algo abrasados bajo el sol en la Torre de la Vela. Y hasta aquí el contexto y la frontera andaluza de la Junta y de la situación vacacional en Al-Andalus, porque no quiero ponerme demasiado costumbrista y porque de boca en boca ha corrido la historia de un muchacho detestable que quiere comer gratis y se ha grabado a sí mismo intentando dejar en ridículo a una pobre empleada de una empanadillería –si tal palabra existe– del norte de nuestro país.
De boca en boca, como las coplas de turbios amores a caballo entre la pasión y la faltriquera de lunares, corre la historia de Borja Escalona, el youtuber bandolero de fascinante atracción, no por el físico, sino por la alevosa y atrevida manera de querer ganar dinero con el negocio de los relajantes contenidos audiovisuales.
Evidentemente, el deseo de justicia o el apasionamiento justiciero de los castellanos, que a veces se confunde y se mezcla en el corazón, se han aliado con la pobre mujer que, estoica y educada, ha soportado el atrevimiento del caradura que, a la postre, ha pasado a engrosar las listas negras y los carteles de «busca y captura» de nuestros pillos más inhumanos, sin saber que los más peligrosos no necesitan canales ni visualizaciones, y se ríen de nosotros en la sombra, mientras se comen nuestras empanadillas sin necesidad de documentarlo gráficamente. El caso es que nuestra humanidad, por fortuna, nunca termina de acostumbrarse a las injusticias y se revuelve contra los pícaros. Pero siempre hay un 'pero'. En esta historia también. Un 'pero' bastaste grande como para traerlo a esta humilde columna de opinión. Y un 'pero' que, inevitablemente, solo trae consigo sus bucólicas preguntas. Las respuestas se las dejamos a los listos o a los que siempre mean (iba a decir y he dicho) agua bendita.
Porque, digo yo, cuando hayamos descargado toda nuestra justicia sobre el rostro y la memoria del malvado Escalona; cuando hayamos, por fin, resarcido el honor y la bonhomía infinita de esa mujer de la que Escalona se mofó; cuando hayamos colmado, por fin y para siempre, toda la ira que ha despertado su insoportable semblante frente a nuestra superioridad moral, ¿quién le querrá a él? ¿Quién recogerá su soledad? ¿Quién abrazará su extraña y absurda forma de pasar a la postrera fama? ¿Quién sabrá de él cuando nadie quiera abrirle el bar por miedo a un nuevo asalto de su tontería? ¿Quién le querrá a pesar de su miseria? ¿Quién le dará de comer cuando tenga hambre? ¿Quién le dará de beber cuando tenga sed?
Borja Escalona ha cometido el error de los errores, que es el de reírse del justo, y con ello parece haberse convertido en el reflejo o en el chivo expiatorio de todos nuestros males por unos días. Pero también puede convertirse en objeto de nuestra misericordia: esa que, en este mundo, y en vista de lo que entendemos por justicia, tampoco a él le va a salir gratis. Porque gratis, lo que se dice gratis, solo sabe dar las cosas Dios. El resto, a lo sumo, solo sabemos de venganzas y de definitivos juicios sumarios contra el escándalo del mal ajeno. Pobre muchacho.