El liberalismo de la cruz
Cuando uno comprende que la libertad es también un camino, tiene que aprender a respetar que el otro tenga su propio itinerario
El liberalismo no es la alternativa a la cruz, ni la cruz se opone al liberalismo. Meloni no es la nueva defensora del cristianismo, ni Ayuso la profeta.
Hay una falsa dicotomía, que predica que en política caben el mercado o la cruz, pero no los dos a la vez. Si crees en el mercado, eres liberal; si crees en la cruz, eres conservador. Y querer ponerlos juntos te convierte a sus ojos en un liberal-conservador, que es como tratar de juntar un caballo y un cuerno, convirtiéndote en jinete de unicornios.
Yo, sin embargo, soy liberal-conservador porque no me gustan ni Meloni, ni Putin, ni Thatcher, ni el esperancismo madrileño, ni el dogmatismo de Hayek. El liberalismo no es solo mercado, y la cruz no es identitarismo nacionalista. De hecho, se parecen más el liberalismo «ciudadaner» y el populismo «Visegrado», que la derecha y la izquierda tradicionales.
El liberalismo no es mercado, y los liberales clásicos que más se han aproximado a esta interpretación economicista son, en realidad, como Stuart Mill, los padres putativos del socialismo.
Liberalismo es, por el contrario, la comprensión histórica de la libertad política en su polémica confrontación con el problema de la libertad religiosa. No se entendería, por ejemplo, el liberalismo de Lord Acton, aquel que dijo que «el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente», si no es en relación con el problema de la libertad religiosa.
¿Y qué consecuencias políticas destiló la polémica sobre la libertad religiosa? Una muy valiosa, sencilla de comprender, y difícil de vivir: que a la verdad se llega a través de la experiencia personal. Y esto tiene un precio, el precio de la libertad, del error, de la paciencia, del pluralismo y de la tolerancia, porque cuando uno comprende que la libertad es también un camino, tiene que aprender a respetar que el otro tenga su propio itinerario, con sus encrucijadas, sus posadas y sus hallazgos.
Y esto en nada se opone a la cruz, porque el cristianismo no es un identitarismo cocinado en la olla a presión del nacionalismo. La cruz es el camino horizontal de la libertad atravesado por el camino vertical del encuentro sobrenatural. La cruz no niega el camino de la libertad, sino que aumenta su dimensión al añadirle otro plano. La cruz es la forma de la historia, y también la forma de la libertad, la de nuestra horizontalidad traspasada por la verticalidad de Su amor. No en vano, el que anda mira al horizonte, que es el lugar donde la tierra y el cielo se tocan, y no la linde donde se corta el camino. El Evangelio revela la experiencia liberadora del encuentro con la caritas.
Lo que sí existe es un «liberalismo utópico», egoísta y egocéntrico. Consiste en tomar la parte por el todo, afirmar que la libertad es la capacidad de decidir y que, por tanto, yo hago lo que me sale de la punta del pie, y si no te gusta, me monto otra religión, un partido, un «think tank» o un programa en la tele. Porque liberalismo, para algunos, es que ellos hacen lo que les da la gana, y los demás les siguen, y aquí es donde se tocan el liberalismo dogmático y la demagogia populista. «Liberalismo soy yo», dicen los Luis XIV de la nueva política, los monarcas absolutos de la libertad, pero nuestra galaxia solo tiene un sol, y aquí no cabe tanta estrella.