En la intimidad del váter
Cuando ir a Asturias o a Tailandia no marca la diferencia, cuando hay un abuso de la imagen y de la publicidad, hay que volver a los cuartos de baño
En vacaciones se viaja, se visitan capitales, museos y monumentos, pero sobre todo se conocen muchos cuartos de baño.
En vacaciones echo de menos que la gente mande fotos de sus cuartos de baño. No de ellos reflejados en el espejo con el móvil en medio, no, eso no me interesa. Me interesa ver el váter, si el lavabo tiene uno o dos senos, si es ducha o bañera, los grifos dorados o plateados y, sobre todo, el tamaño del cuarto de baño. Los cuartos de baño dicen mucho de nuestras preferencias.
Cuando todo se ha vuelto igual y para ser diferente solo te queda hacerte un selfi al borde de un barranco, cuando la superficie de la sociedad, lo que se ve, lo que anda por las calles y se pone en los escaparates, lo que luce por la noche, los aeropuertos y los envases de leche, cuando todo es igual, cuando ir a Asturias o a Tailandia no marca la diferencia, cuando hay un abuso de la imagen y de la publicidad, hay que volver a los cuartos de baño.
Los cuartos de baño son el reflejo de cómo concebimos la intimidad, que es esa delgada membrana que distingue lo público de lo privado. Los perros no tienen intimidad, y por eso hacen caca en la calle, los pájaros tampoco y muchos niños deberían aprenderlo. Esconderse para evacuar es un signo de civilización, y es más reciente de lo que creemos.
Lo que nos muestra la evolución de nuestro ideal de cuarto de baño es el excesivo peso que tiene en la vida cotidiana el espacio íntimo, y la irrelevancia a la que van quedando reducidas las zonas comunes. Hace no mucho nadie tenía váter en casa. Más tarde cada vivienda tuvo el suyo, y luego tuvo dos, y luego uno en cada habitación, y se fueron haciendo cada vez más grandes, y más transparentes, y se incorporaron a la habitación. Dentro de poco el cuarto de baño será más importante que el cuarto de estar.
Si el proceso de civilización dio un paso de gigante cuando las necesidades fisiológicas se asociaron a lo más íntimo, hoy se produce una reversión del proceso. Hemos pasado de un descuido de la intimidad, a un abuso de la misma. Lo privado absorbe a lo público y andamos por la vida como si el mundo fuese un inmenso cuarto de baño donde nadie nos puede ver ni tocar. Por eso nos ofende el humor, no aceptamos las críticas, nos molestan las opiniones contrarias y no sabemos diferenciar si un primer ministro está de fiesta en su casa o en la mesa de su despacho, porque todo es igual, porque entendemos lo público según las reglas de lo íntimo.
Que los cuartos de baño se hayan vuelto tan importantes en nuestra vida es el signo de una sociedad enferma de higienismo, que no soporta la mancha, ni la propia, ni la ajena, y que rehúye el contacto con el otro como si de una enfermedad contagiosa se tratase.
Quizás sea el momento de volver a compartir el cuarto de baño para empezar a recuperar el cuarto de estar.