Arte y fe
Bert Daelemans: «La liturgia tiene en cuenta que somos sensibles, sensoriales»
Sacerdote jesuita, teólogo y poeta, acaba de publicar con la escultora Cristina Almodóvar el libro de haikus El susurro de los pétalos
Bert Daelemans vive movido por la belleza. Sacerdote jesuita, teólogo y poeta, acaba de publicar un libro de haikus junto a la escultora Cristina Almodóvar, El susurro de los pétalos. Lo presentará en Madrid el próximo 3 de noviembre, en la Galería Gärna, en la calle Jorge Juan; antes, hablamos con él sobre la teología encarnada en el arte, la aportación del zen al cristianismo y la necesidad de recuperar a los artistas para la Iglesia.
–¿Qué lleva a un sacerdote jesuita a escribir haikus japoneses?
–Al principio, el libro que íbamos a hacer juntos Cristina y yo era otro, pero la forma nos encontró. El haiku es una estructura sencilla, muy rígida, para decir más con menos. Es una forma muy depurada que va muy bien con las esculturas que iba creando ella; ha sido muy bonito. Los límites, paradójicamente, son fuente de profunda creatividad. Por eso el libro no son poemas ilustrados; son dípticos. Hemos buscado un diseño con mucho blanco, una estética zen, japonesa, contemplativa, que invite al silencio, a la meditación y a la reflexión a través de los sentidos.
El Misterio se revela también a través de las artesSacerdote y poeta
–La estética zen o la poesía nipona son formas de expresión que resultan lejanas a la tradición occidental, ¿cree que pueden aportar algo a la experiencia cristiana?
–Creo que el contacto con lo otro nos conecta con fuentes medio olvidadas de nuestra propia tradición; nos permite ver que necesitamos esta multiplicidad de caminos y senderos que llevan al misterio. La diferencia puede despertar algo que reconocemos: somos cajas de resonancia, y si nos cerramos en nuestra propia tradición y en el miedo a diluirse, la fuente se seca. Sin quitar lo propio, claro, pero si estamos sólidos en nuestra propia identidad, no tengamos miedo de invitar a entrar a todos los vientos del mundo, que fecundan y dialogan. Sin este choque, no hay creatividad.
–En una entrevista decía que «la mejor teología se plasma en el arte de todos los tiempos». ¿De qué manera?
–Muchas veces pensamos en la teología como ideas o argumentos, pero creo que hay mucho de expresión, de corporalidad. A menudo nos parece que las palabras son más «serias» que la imagen, pero el Misterio se revela también a través de las artes; no como una simple traducción de los conceptos teóricos, sino como teología en pleno derecho. Las expresiones artísticas nos introducen en el Misterio a través de los sentidos. Esto es propio de la tradición de la Iglesia: la sabiduría de la liturgia, las celebraciones, los sacramentos, tiene en cuenta que somos sensibles, sensoriales.
–¿Me puede poner alguna obra como ejemplo?
–Hay muchas que revelan algo del misterio; incluso profanas. A mí me gusta mucho La Mano de Dios, de Auguste Rodin. Al esculpir su mano en forma humana, Rodin nos indica la cercanía y la reconocibilidad de Dios, pero al mismo tiempo, como solo vemos su mano, Dios se mantiene invisible. Y es una obra que expresa el soporte, el cuidado divino… Hay que comparar imágenes, no quedarnos en la imagen de un Dios anciano y de barba blanca, que nos podía llevar por un camino no muy adecuado.
San Ignacio de Loyola ya insistía en rezar entrando por los sentidos
–Una vez al mes, organiza en la parroquia de San Francisco de Borja los encuentros ‘Orar con el arte’, ¿cómo se está acogiendo la iniciativa?
–Sí, una tarde al mes abrimos la iglesia para contemplar una escultura, una pintura, una instalación… Lo acompañamos por música y algunas palabras que sirvan como balizas, que indiquen un camino. La acogida está siendo muy buena, aunque todavía no ha llegado a muchos jóvenes. Pienso que el joven creyente de hoy también necesita espacios para entrar en el misterio por los afectos. Y no hay nada malo en ello: ya san Ignacio de Loyola insistía en rezar entrando por los sentidos, haciendo una buena composición de lugar.
–Su penúltimo libro fue La vulnerabilidad en el arte: un recorrido espiritual. ¿Hoy hablamos más sobre este tema?
–Yo empecé este libro en 2013, y entonces no se hablaba mucho de fragilidad o vulnerabilidad. Tal vez haya sido la pandemia, pero es verdad que la salida del libro coincidió con un momento en que se reconoce más la vulnerabilidad. La idea clave de la obra es que la vulnerabilidad es algo muy positivo, porque Cristo la ha adoptado y la muestra como un camino. Y lo bonito es que a mí esto me llegó a través de la contemplación de obras de arte, más que a través de lecciones teóricas. El camino está abierto: mi próximo libro será El abrazo en el arte, y estoy tanteando temas como el encuentro, el cuidado, la ternura o el silencio.
–Por ir a través de los sentidos, ¿el arte nos puede mover más a la acción en estas cuestiones?
–Bueno, no puedo hablar por otra persona, pero para mí es así. A través de los libros, o de la experiencia de Orar con el arte descubro que hay otra gente a la que también les llega así. Recuperando la tradición ignaciana de rezar con los sentidos, estoy convencido de que hay realidades que quedan impresas en la realidad o la retina desde el arte, que se concretan. Y veo que hoy este es un campo poco frecuentado por la Iglesia, que hasta esta época siempre ha sido mecenas, siempre ha provisto a los artistas.
Parece que hay miedo tanto de los artistas hacia la Iglesia como viceversa
–¿La Iglesia ha perdido relevancia en el panorama artístico?
–Los Papas siempre han animado a los artistas, y es verdad que hoy hay actividades como el Observatorio de lo Invisible, pero veo que se queda en cosas puntuales. Parece que hay miedo, o desconocimiento, tanto de los artistas hacia la Iglesia como viceversa. Y me parece esencial que sigamos tendiendo puentes aquí; descubriendo que este es un terreno fecundo y casi desconocido. Hay que encontrar artistas contemporáneos, cristianos o no, que creen el arte religioso y devocional de nuestro tiempo, y que este no se monopolice solo en unos cuantos.