Nagorno Karabaj: los refugiados cristianos de los que nadie habla
Tras más de 30 años de guerras, escaramuzas y bloqueos, Azerbaiyán recuperaba por la fuerza en septiembre de 2023 una región que consideraba suya. Armenia, con un ejército tres veces más pequeño, renunciaba a dar la batalla y daba por perdido este enclave que también reclamaba
Entre la invasión militar rusa en Ucrania y la cruenta guerra en Gaza, se produjo un evento trágico que pasó desapercibido en los medios de comunicación y la comunidad internacional. A finales de septiembre de este 2023, el ejército de Azerbaiyán invadió Nagorno Karabaj -Artsaj para los armenios-, una autoproclamada república tutelada hasta entonces por Armenia.
Prácticamente de la noche a la mañana, 120.000 ciudadanos karabajenses, la población al completo, tuvieron que abandonar sus casas y buscar cobijo en Armenia ante la amenaza de una masacre a manos de las tropas azeríes.
Tras más de 30 años de guerras, escaramuzas y bloqueos, Azerbaiyán recuperaba por la fuerza una región que consideraba históricamente suya. El gobierno de Armenia, sin fuerte apoyos internacionales y con un ejército tres veces más pequeño, renunciaba a dar la batalla y daba por perdido este enclave que también reclamaba como propio.
Cristianos bajo asedio
«Tememos que el ejército azerí destruya el patrimonio religioso de Artsaj», nos espeta Ter Zareh Ashuryan, obispo y coordinador de los centros de acogida de Masis, una comunidad armenia que ha sido fuertemente sacudida por las recientes oleadas de refugiados.
El líder espiritual de esta congregación tiene motivos para estar an alerta. En 2020, tras el primer gran avance militar de Azerbaiyán, se bombardeó deliberadamente la catedral Cristo Salvador de Shushi y se derruyeron o cambiaron las funciones de iglesias, profanaron cementerios y saquearon reliquias, tal y como han detallado distintas oenegés y el Parlamento Europeo. Además, el presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, ha reiterado en varias ocasiones que se retirarán las inscripciones armenias del patrimonio cultural ocupado.
Es fundamental destacar que la gran mayoría, más del 95 %, de los armenios étnicos siguen la fe cristiana. Sin embargo, esta forma de cristianismo no es idéntica a la Iglesia apostólica y romana. En otras palabras, Armenia practica su propia variante, conocida como la Iglesia Apostólica Armenia. Esta fue oficialmente reconocida como religión del Estado en el año 301; la primera en el mundo en gozar de este estatus. Se separó de Roma antes que el resto de las Iglesias ortodoxas -por lo que no se le puede considerar «ortodoxa» en el sentido estricto- al no aceptar las conclusiones del Concilio de Calcedonia de 451 que definió la naturaleza de Cristo. Hoy en día, las únicas divergencias que persisten entre las dos Iglesias radican en algunos ritos y dogmas, así como en la cuestión del liderazgo de la Santa Sede, aunque esto no ha obstaculizado las estrechas relaciones entre ambas.
Por el contrario, en Azerbaiyán la confesión mayoritaria es el islamismo chií. Y, aunque la religión no ha sido el desencadenante del conflicto -de hecho, Armenia mantiene buenas relaciones con su otro vecino chií, Irán- sí que se ha utilizado para marcar diferencias y moldear la identidad nacional.
Sangre, sudor y lágrimas
Los armenios agradecen enormemente que alguien se interese finalmente por una guerra que la mayoría de los ciudadanos occidentales parecen haber decidido ignorar.
En la mencionada Masis, el obispo Ashurzyan nos recibe en la iglesia de San Tadeo junto al teniente alcalde de la ciudad, Khoren Aroyan, quien nos cuenta que «Artsaj ha sido armenio en los últimos milenios salvo el breve periodo soviético. No hay más que ver su patrimonio cultural. Por mucho que ahora quieran cambiar iglesias por mezquitas, no pueden borrar el pasado», asegura este alto cargo político ante la mirada atenta de su jefe, el alcalde y uno de los grandes líderes opositores Davit Hambardzumyan.
Durante los primeros días del éxodo llegaron 11.000 refugiados a esta pequeña localidad de 20.000 habitantes, lo que ha generado nuevos desafíos para las autoridades locales, entre ellas, garantizarles la incorporación a un mercado laboral que ya contaba con una elevada tasa de desempleo e integrar a los niños -un 33 % del total de la población refugiada- en un sistema educativo que ya acarreaba carencias. «Las escuelas armenias siempre han estado saturadas, pero ahora, con la llegada de miles de niños y estudiantes, la situación es más dramática», añade Tigran Areguni, directivo de la organización juvenil Bardzuk.
El obispo Ashurzyan nos acompaña durante nuestra visita a una escuela abandonada, que ejerce de campo de refugiados provisional, en cuyas paredes resquebrajadas nos encontramos, hacinadas, familias numerosas e historias de las que quitan el sueño, como la de la familia Ghazaryan. «Nuestros hijos estaban en la escuela cuando estalló el conflicto. Cuando se disponían a salir y regresar a casa, les alcanzó un misil. El mayor murió decapitado al instante, el mediano murió por quemaduras en el cuerpo y el pequeño sufrió heridas por la metralla en la cabeza», nos relatan con voz temblorosa mientras nos muestran a la cámara la cicatriz provocada por la metralla de su hijo superviviente de tan solo seis años. «Además, cuando dos personas trataron de acercarse para auxiliarles, fueron abatidas por francotiradores azeríes. Esto no es una guerra normal; es un nuevo genocidio armenio».
No es el único relato desgarrador que nos cuentan. Aquí todos han tenido que abandonar sus hogares y todos tienen algún amigo, familiar o conocido que ha sido torturado, secuestrado o asesinado. Llegando a extremos como la historia que nos contaron de un muchacho al que ataron en una silla y le forzaron a ver cómo violaban a su madre y hermana en venganza por tratar de reprimir su avance.
El único consuelo que pueden encontrar los refugiados es la generosidad de la población local armenia, volcada en ayudar a sus nuevos vecinos. Un buen ejemplo es la iniciativa de Markus Azadian, cofundador de la oenegé Bruntsk 2020, quien viendo que había desplazados durmiendo en las calles, decidió buscarles asilos en los que cobijarlos y garantizarles tres comidas gratuitas diarias, así como brindarles asistencia psicológica y organizar visitas espirituales de los prelados.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Todo empezó con el nacimiento de la Unión Soviética. En 1921, los bolcheviques tomaron por la fuerza el Cáucaso Sur, integrado por Georgia, Armenia y Azerbaiyán. El Comisario para las Nacionalidades de los soviets (un tal Iosif Stalin) decidió que la región de Nagorno Karabaj habría de incorporarse a la República Soviética de Azerbaiyán. Decisión que chocaba con los intereses de los armenios, que venían de sufrir un genocidio en 1915 a manos de los jóvenes turcos, estrechos aliados de los azeríes, y preferían formar parte de Armenia, no de Azerbaiyán.
Entrevista con Vahagn Khachaturyan, presidente de Armenia
«El problema de no reconocer el genocidio armenio es de los españoles, el nuestro es mostrar lo que pasó»
Además, mientras que en el soviet de Armenia se toleró la existencia de la Iglesia Apostólica y se permitió cierta libertad de culto, en el Nagorno Karabaj, tutelado ahora por el soviet de Azerbaiyán, se persiguió con más fiereza al clero y se prohibió cualquier práctica religiosa en los templos, los cuales se transformaron en oficinas administrativas o incluso en establos.
A finales de los años ochenta, el régimen soviético empezó a desquebrajarse. Los habitantes armenios de Nagorno Karabaj, que habían sido discriminados fuertemente bajo el liderazgo azerí, empezaron a exigir la independencia del enclave y su incorporación a Armenia, alegando lazos históricos. Según el sociólogo Hratch Tchilingirian, la Iglesia fue una de las primeras instituciones nacionales «reivindicadas» por el pueblo, incluso por los no creyentes, como fuente históricamente significativa de su identidad religiosa y nacional. Entre 1989 y 1991, el clero evangelizó todo Karabaj. Se crearon escuelas dominicales y se formó a profesores para instruir a los niños y prepararlos para el bautismo. En los primeros días del Movimiento Karabaj hasta la declaración de independencia en 1991, la Iglesia desempeñó un papel sustitutivo como defensora del pueblo y sus derechos, similar al papel de las iglesias en Polonia y Alemania Oriental. En ausencia de un liderazgo político reconocido, la Iglesia se convirtió en el representante no oficial del pueblo.
Por su parte, si bien los azerbaiyanos nunca calificaron la guerra de Karabaj de yihad, con la liberación del yugo soviético surgió un nacionalismo principalmente anti armenio en su contenido e islámico en su contexto. En relación con Karabaj, en octubre de 1988, el jefe del islam chií en el Transcáucaso, Allah Shukur Pasha-Zadeh, atacó duramente en un discurso a los «enemigos del islam» e hizo un llamamiento a la «movilización y vigilancia de los fieles».
Pronto comenzaron las liquidaciones étnicas entre unos y otros por reivindicaciones territoriales y con la religión como fuelle. En 1992, con Armenia y Azerbaiyán ya independizados de la madre patria, se lanzaron a la guerra por Nagorno Karabaj. Ambos bandos protagonizaron pogromos y masacres.
Al fin, para 1994, los armenios se vieron victoriosos: no sólo se hicieron con Nagorno Karabaj, sino que tomaron varias provincias azeríes para utilizarlas en un futuro como moneda de cambio. El territorio conquistado se llamaría a partir de entonces «República de Artsaj», tutelada extra oficialmente por Armenia. A pesar de que este Estado fantasma pondría en marcha sus propios organismos institucionales, la comunidad internacional nunca la reconoció y mantuvo la soberanía de Azerbaiyán. La guerra acabó con un alto el fuego -que no una paz oficial- y el conflicto quedó congelado.
Pasó el tiempo, y la balanza cambió su inclinación. Azerbaiyán, que no olvidaba aquella derrota, fue rearmándose y ganando aliados internacionales gracias al bombeo de petróleo y gas que manaba de su interior. Entrando en el siglo XXI, Azerbaiyán casi cuadruplicaba en población, PIB y presupuesto en Defensa a Armenia.
En 2020, Azerbaiyán realizó su primer gran incursión militar para recuperar los territorios que rodean Nagorno Karabaj, aunque no el enclave en sí. Las fuerzas armenias tuvieron que retirarse de estas zonas. Los rusos negociaron la paz tras un mes que dejó miles de muertos por ambos bandos y otros tantos miles de desplazados.
En paralelo, Moscú se enfrentaba a las sanciones occidentales debido a su invasión de Ucrania y necesitaba la conexión comercial con Azerbaiyán más que nunca. Al mismo tiempo, el Kremlin ya no consideraba a Armenia su protegido, ya que un nuevo Primer Ministro había sido elegido después de la pacífica «Revolución de Terciopelo» de 2018, con un programa centrado en la lucha contra la corrupción y el acercamiento a la Unión Europea en detrimento de los moscovitas.
En diciembre de 2022, Azerbaiyán se sintió lo suficientemente seguro como para completar su misión. Primero llegó el bloqueo, cortando el corredor entre Artsakh y Armenia durante más de nueve meses, lo que provocó una escasez de comida, medicamentos y productos de primera necesidad. «Hemos visto casos severos de desnutrición. Había días que no teníamos nada que comer. Yo perdí 50 kilos, pero pudo ser peor: vi a personas que murieron por la hambruna o por no poder recibir el tratamiento médico necesario», nos relata el refugiado y activista Saro Saryan.
El siguiente acto tuvo lugar en septiembre de 2023. Por aquel entonces, el primer ministro armenio, Nikol Pashinyan, era consciente de la fragilidad de su país y optaba por buscar vías de negociación con Bakú. Sin embargo, los azeríes estaban decididos a en acabar lo que habían empezado. Bajo el pretexto de realizar operaciones «antiterroristas», en 24 horas arrasaron lo que quedaba de las defensas de Artsaj, ante la impasividad de las supuestas tropas rusas de mantenimiento de paz. La república fue oficialmente disuelta, y varios de sus líderes fueron acusados de «criminales» y detenidos por los invasores. El pánico se desató y la población local al completo decidió huir.
«El gobierno de Ereván no ha hecho nada, ni durante los ataques de 2020, ni durante los nueve meses de bloqueo ni durante la invasión reciente», nos suelta la filántropa Anna Astvatsatryan-Turcotte en una entrevista. «No tenemos que olvidar que el derecho de autodeterminación de los pueblos es un derecho recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y no se ha respetado, ni ahora ni en el pasado».
En medio del éxodo masivo, se produjo una explosión en un depósito de combustible fronterizo que dejó 125 muertos y decenas de heridos graves por quemaduras. Aunque oficialmente se adujo que el causante había sido una colilla, muchos sospechan que pudo haber sido intencionado al ser la gasolinera más concurrida y al haberse bombeado de petróleo tan solo un día antes del éxodo. En cualquier caso, lo que parece claro es que, si el sistema sanitario de la región no se hubiese desmantelado en los últimos meses, podrían haberse salvado más vidas.
El 15 octubre, el presidente azerí Aliyev izó la bandera de Azerbaiyán en Nagorno Karabaj. «Hemos recuperado nuestra tierra», aseguró, explicando que su país había «esperado 20 años» para poder hacer esto. A pesar de sus promesas de que se respetarán los derechos de los armenios que decidan volver, «absolutamente nadie se fía de sus palabras. Si volvemos, corremos peligro. Por esos solo se han quedado unas pocas decenas de personas sin hogar y con problemas mentales», asegura Saro.
La sombra del Kremlin es alargada
«Hay un riesgo alto de escalada militar. Aliyev sigue reclamando ocho enclaves azeríes en Armenia Lo cual es bastante injusto, porque también sigue habiendo enclaves armenios de tamaño similar en Azerbaiyán. Si realmente quisiesen paz, se podría hacer un intercambio de enclaves, pero solo los quieren como pretexto para continuar con la invasión», nos cuenta vía Zoom el analista militar Leonid Nersisyan.
A la alianza tradicional entre Turquía y Azerbaiyán ahora se suma el acercamiento de Rusia. El antiguo asesor político Hrachya Arzumanian considera que esta nueva triple entente no solo supone un peligro para la integridad de Armenia, sino que es una nueva amenaza para la democracia y los intereses occidentales.
Según nos relata por email el politólogo Hovsep Khurshudyan, el objetivo de los futuros nuevos ataques será conseguir una ruta extraterritorial hacia Najicheván a través del territorio de Armenia, muy probablemente a través de la subregión armenia de Meghri, a la que se oponen tajantemente no sólo Occidente sino también Irán. «Meghri tiene una enorme importancia geopolítica. A través de esta región, en un futuro próximo, cuando se resuelvan las relaciones entre Occidente e Irán, Europa recibirá una parte importante de sus recursos energéticos -petróleo y gas- por oleoductos. Si dicho gasoducto llega a Europa a través de Armenia, Georgia y el fondo del Mar Negro, podrá suministrar a Europa unos 60.000 millones de metros cúbicos de gas, lo que equivale aproximadamente al 12 % de las necesidades actuales de Europa». Por su parte, Rusia quiere capturar Meghri a través de Azerbaiyán para conseguir una vía no controlada por Occidente para el comercio desde el mar Mediterráneo a través de Turquía, la cual puede convertirse en su salvavidas ante el aumento de las sanciones y el bloqueo occidental.
¿Y qué han dicho las potencias occidentales ante los últimos sucesos? De momento, su respuesta ha sido tibia. La ONU ha mostrado su «preocupación» y ha alentado de forma un tanto ambigua «el cese de hostilidades». Estados Unidos no parece decidido a abrir otro frente de guerra contra Rusia ni enemistarse con sus socios de la OTAN turcos, pero plantea una misión internacional de vigilancia. Por su parte, la Unión Europea, con Francia al frente, sí que parece dispuesta a redoblar su apoyo a Armenia, pero de momento solo se ha comprometido a estudiar una reevaluación de sus relaciones con Azerbaiyán y a firmar nuevos acuerdos de Defensa. «La pasividad con la que la comunidad internacional ha actuado en Armenia podría replicarse en caso de ser atacada Alemania o España. En lugar de expresar que están profundamente preocupados deberían ofrecer algún tipo de ayuda, si no militar, por lo menos económica», alerta Areg Tadevosyan, activista de Bardzrunk.
«Pedimos a los cristianos de todo el mundo que recen por nosotros. El mundo tiene que conocer esta catástrofe humanitaria», nos suplica una anciana refugiada cuando nos disponíamos a salir del último campo de refugiados y coger el vuelo de vuelta a España.