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Ángel Barahona

Entre Moisés y Mahoma, ¿hay alguien más?

Las guerras santas que se siguen produciendo, en nombre de YHWH, de Cristo o de Alá o de las ideologías igualitarias que nos asolan hoy en día. ¿Quién podrá pararlas?

Actualizada 04:30

Cuando Moisés baja del Monte Sinaí y se encuentra al pueblo adorando el ídolo de oro, experimenta un arrebato de violencia cruel e implacable. Está inscrito en el núcleo de su sistema de comprensión del mundo, una justicia llena de sangre. El Levítico no nos deja tampoco lugar a la duda de lo que hay que hacer: sacrificar al idólatra. Solo hay un Dios, YHWH, y este es celoso.

Lv, 26. 15: «Si despreciáis mis preceptos y rechazáis mis normas, no haciendo caso de todos mis mandamientos y rompiendo mi alianza, 16. También yo haré lo mismo con vosotros. Traeré sobre vosotros el terror, la tisis y la fiebre, que os abrasen los ojos y os consuman el alma. Sembraréis en vano vuestra semilla, pues se la comerán vuestros enemigos. 17. Me volveré contra vosotros y seréis derrotados ante vuestros enemigos; os tiranizarán los que os aborrecen y huiréis sin que nadie os persiga. 18. Si ni aun con esto me obedecéis, volveré a castigaros siete veces más por vuestros pecados».

Josué, fiel discípulo de Moisés desata la misma crueldad sobre la familia de Akan, cuando estos se guardan el botín de la guerra en lugar de sacrificarla al anatema. En el capítulo 7, tras la derrota con los amorreos, Josué entiende que YHWH está celoso porque alguien no ha consagrado al anatema el botín. Echaron a suertes y esta recayó sobre la tribu de juda, y en concreto en la familia de Akán:

Josué, 7, 15: «El designado por la suerte en lo del anatema será entregado al fuego con todo lo que le pertenece, por haber violado la alianza de Yahveh y cometido una infamia en Israel. […]. Josué dijo: «¿Por qué nos has traído la desgracia? Que Yahveh te haga desgraciado en este día.» Y todo Israel lo apedreó (y los quemaron en la hoguera y los apedrearon)».

Hinkelammert ejemplifica esta manera de entender la vida, en la lectura que la sociedad pretendidamente cristiana hacía cuando disfrutaba de hegemonía, derivada del Antiguo testamento, referida a la Conquista de América. En nombre del cristianismo algunos se sentían legitimados para ser verdugos. Dice:

«Y aparece así ese sacrificio tan extraño que los cristianos practican. Ellos queman a sus víctimas delante de la Catedral. En la plaza santa. Y cantando el Te Deum queman a sacrificadores. (...) Y a nadie se le ocurre (tomar conciencia de) que se trata de un sacrificio humano. ¿Y por qué razón no se les ocurre? Porque aquel que está siendo quemado es un sacrificador. Si es un sacrificador, sacrificarlo no aparece como un sacrificio sino, al contrario, como un medio de extirpar el sacrificio, de combatir el sacrificio. Es la guerra de los sacrificios».

Estos mismos deseos sacrificiales se encuentran en los mitos de las diez plagas de Egipto. La última desemboca en la muerte de los primogénitos de los egipcios, tanto de los hombres (amos o esclavos) como de sus rebaños (Ex 12, 29-30). ¿Qué culpa tenían? En Éxodo 1,22 se nos relata cómo Faraón habría hecho sacrificar a todos los hijos de los esclavos hebreos, ratificando esta escalada sacrificial a los extremos, esta «guerra de los sacrificios».

El Corán tampoco deja lugar a dudas sobre la crueldad que se atribuye a Alá pero que es el eco de la comunidad y sus líderes. «Retribución de quienes hacen la guerra a Alá y a Su Enviado y se dan a corromper en la tierra: serán muertos sin piedad, o crucificados, o amputados de manos y pies opuestos, o desterrados del país. Sufrirán ignominia en la vida de acá y terrible castigo en la otra». Sura 5, versículo 35». «Cuando vuestro Señor inspiró a los ángeles: 'Yo estoy con vosotros. ¡Confirmad, pues a los que creen! Infundiré terror en los corazones de quienes no crean. ¡Cortadles el cuello, pegadles en todos los dedos!’. Sura 8, versículo 17». Los ejemplos son numerosos.

Las guerras santas que se siguen produciendo, en nombre de YHWH, de Cristo o de Alá o de las ideologías igualitarias que nos asolan hoy en día. ¿Quién podrá pararlas? ¿Es posible poner fin las rivalidades entre los seres humanos? No habrá más que un momento de tregua entre los hijos de Isaac y los de Ismael, seguirán matándose.

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