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Miguel e Isabel llevan 15 años misionando en Bélgica

Miguel e Isabel llevan 15 años misionando en BélgicaMarci Lorena Bayona/Revista Misión

Una historia de película: La policía que se casó con el ladrón y ahora son familia en misión

Desde hace 15 años, Miguel e Isabel anuncian el Evangelio en una Bélgica completamente secularizada. Él, que antes fue ladrón de iglesias, ahora es el guardián de una de ellas en Bruselas

«Parece de película, pero realmente es una obra de Dios. El Señor me demostró que Él no hace distinción de personas, por eso me enamoré de Miguel», cuenta Isabel emocionada en el salón de su casa de Bruselas. Su marido escucha atento a su lado y añade: «Para mí la novedad fue que me dijesen que el Señor me amaba tal como era, sin importar mi pasado, aunque hubiese sido un ladrón». La historia la ha recogido la revista Misión en su último número.

Pese a que ellos le quitan hierro al asunto, su historia valdría como guion para la mejor de las películas. Isabel era inspectora de Policía Nacional, una de las primeras que hubo en España. Se había licenciado en Derecho y tenía una trayectoria muy prometedora por delante. Miguel, por su parte, experimentó el abandono familiar desde joven y esto le obligó a buscarse la vida en la calle, siempre delinquiendo: «Robaba en las iglesias. Para mí, ese dinero era el que correspondía a los pobres y yo al fin y al cabo era pobre», argumenta. De hecho, Miguel entró en la cárcel porque le denunció un sacerdote al que había robado. «Odiaba a la Iglesia», recalca.

La inspectora y el delincuente

Al salir de la cárcel, en un voluntariado que ayudaba a la reinserción en la sociedad, conoció a Isabel. «A mí me gustó desde el primer momento», recuerda él. Ella responde: «Miguel no entraba en mis planes, era más joven y yo tenía otros pretendientes que creía más preparados. Yo tenía un buen puesto, ni me planteaba estar con él. ¿Una inspectora con un delincuente?, ¿estás de broma?», cuenta entre risas.

Pero la realidad es que poco a poco se fueron conociendo y enamorando. Isabel formaba parte del Camino Neocatecumenal y decidió invitar a Miguel a las catequesis donde se hace el primer anuncio del amor de Dios. Miguel aceptó, se quedó completamente tocado por el kerigma y decidió cambiar de vida. Dejó para siempre la delincuencia.

Los dos empezaron a vivir su fe juntos y decidieron casarse. Los buscaron desde el primer momento, pero los hijos no llegaban. Así fue como decidieron pedírselo a la Virgen de Fátima y, en la fiesta de la Visitación, se convirtieron en padres por partida doble. Llegaron Eduardo y Fátima tras un proceso de adopción en el que también pudieron ver «la mano fuerte de Dios».

Destino: Bruselas

Con el paso de los años, tomaron la decisión que les llevaría a Bruselas: se ofrecieron como familia en misión. Dejaron su vida en Galicia por «agradecimiento a la historia impresionante» que el Señor había hecho con ellos. «Queríamos anunciar el amor de Dios en cualquier lugar del mundo», aseguran. Así fue como, durante una convivencia en Porto San Giorgio, Italia, entraron en el sorteo que podría destinarles a cualquier país.

En una bolsa estaban los nombres de las familias dispuestas a salir en misión y, en otra, los destinos. «Nos tocó Bélgica, y a la familia que iba justo delante le asignaron Camerún. Di gracias a Dios porque sabíamos que nuestro hijo Eduardo –que tenía 15 años– no estaba dispuesto a irse a África, y no podíamos pasar por encima de su voluntad. Así fue como nos pusimos rumbo al corazón de Europa. El Papa Benedicto XVI fue quien bendijo nuestra cruz de plata y nos envió en misión», recuerda Isabel.

Allí, se instalaron como Missio Ad Gentes para hacer presente el modo de vida de una familia cristiana. «Cuando hablamos de misión tendemos a pensar en países pobres, necesitados de una ayuda material. Pero, ¿qué pasa con la necesidad espiritual? Bélgica, que era tradicionalmente un país de misioneros, necesita ahora que le hablen de Dios», asegura Isabel.

Los inicios en Bélgica

En medio de esta precariedad y de una comunidad católica cada vez más envejecida, ellos aseguran que ven a Dios en todo momento. «A veces en tu vida hay cosas que no entiendes pero, cuando miro hacia atrás, me doy cuenta de que mi historia es perfecta, de que ha estado bien hecha a pesar del sufrimiento. El Señor siempre permite las cosas por algún motivo y sólo es necesario esperar un poco para comprenderlo, Dios no te habla de forma enrevesada, siempre lo hace con hechos concretos», cuenta Miguel. Así es como han podido comprender el porqué de sus inicios complicados en este país.

Entre el ateísmo y el Islam

En Bélgica, la secularización avanza galopante. Ateísmo e Islam se multiplican casi a la misma velocidad. Es una sociedad donde «han acabado con sus raíces católicas y han abandonado la cultura de la vida para instalarse en la cultura de la muerte. Aquí la eutanasia está permitida hasta en menores», cuenta Isabel. Miguel asegura que, a la hora de hacer misión en las plazas, no les dejan usar la cruz porque «puede ofender a la comunidad islámica». Los datos están ahí: uno de cada cuatro habitantes de Bruselas ya es musulmán.

Su primer año en Bélgica fue muy duro, vivían con lo mínimo y hasta les tocó dormir un tiempo en colchones en el suelo de su casa. «Le preguntamos a Dios si quería que nos volviésemos a España. La Providencia hizo que, de repente, Miguel pudiese acceder al paro en Bélgica y poco después encontró trabajo», recuerda Isabel.

También les viene a la cabeza la ayuda de conocidos y desconocidos, incluido algún sobre con dinero –y sin remitente– que aparecía misteriosamente a la puerta de su casa. «‘¿Quién nos manda esto, mamá?’, me preguntaba mi hija. ‘Ha sido el Señor’, le respondíamos. El tiempo ha pasado rápido y ahora tenemos una casa, un hijo casado, un nieto precioso… Todo es un regalo de Dios», sentencia Isabel.

El broche de oro a esta historia –o la anécdota– es el trabajo actual de Miguel en Bruselas. El mismo hombre que estuvo en prisión por asaltar templos ahora es guardián en Notre Dame du Sablon, una de las iglesias más conocidas de la capital. «Me dedico al mantenimiento, la limpieza y la vigilancia, aunque también hablo del amor de Dios a la gente. Tengo fama y nadie entra a robar aquí. Yo me las sé todas», asegura Miguel convencido. Y es que el Señor tiene mucho sentido del humor.

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