De rebelde y pandillera a monja: esta es la historia de sor Pistolas
Vivía sin límites, llevaba un arma, se drogaba, fue cómplice de un robo... hoy esreligiosa de la Congregación de las Hermanas Marcelinas y trabaja con jóvenes para que salgan de las pandillas
Julieta nació en Xalapa, Veracruz, hace 40 años, y 23 de ellos los ha pasado dentro de una congregación religiosa fundada bajo la protección y modelo de santa Marcelina, quien vivió en el siglo IV, fue hermana y educadora de los santos Ambrosio y Sátiro. En una entrevista con El Debate, sor Julieta cuenta por qué dejó las calles y eligió el hábito.
Ser la tercera de nueve hermanos marcó su vida. «Uno crece a veces solo al ser de los mayores porque tienes que cuidar a los más pequeños y tomar responsabilidades de adulto», explica. Todo este proceso hizo de Julieta una persona «rebelde» e «inquieta», lo que le llevó a meter «la pata en muchas ocasiones».
Malas compañías
«En mi región había bandas callejeras. Salíamos a jugar; me empezaba a meter en círculos que empezaban a drogarse y a beber», recuerda. A pesar de ello, Julieta nunca perdió su pureza: «No había límites, pero nunca viví una experiencia de relación sexual, aunque las había».
Veía cómo robaban, llevaban a sus casas mercancía; era cómplice en cierta forma, al saber lo que ellos hacían. «Algunos vivían armados, y yo cargué un arma siendo adolescente, porque estaba siempre a la espera de si salía alguien al encuentro y así podía defenderme». El arma que ella usaba era una navaja tipo alemana. «No andaba con pistola, aunque en la universidad me decían ‘Sor Pistolas’»
En busca de pertenencia
Lo cierto es que Julieta era muy apreciada en el ambiente en el que vivía: «Mis amigos me admiraban, me querían mucho; tenía muchos amigos varones, más que chicas, teníamos muchas carencias, y este grupo nos afianzaba y a mí me gustaba porque me sentía parte, hacíamos como un centro de pertenencia».
Por desgracia, empezaba a circular la venta de droga entre sus compañeros, en la secundaria o en su grupo de chicos de la calle con los que se juntaba. Vendían marihuana y a veces cocaína. Ella no participaba, sabía en lo que se estaba metiendo, aunque no niega que en algunos momentos le hicieron propuestas para vender. Lo que sí llegó en ocasiones a vender fueron cigarrillos en la secundaria, razón por la cual se ganó una expulsión.
Quería aprender qué era el amor, quería aprender qué cosa significaba tener una familia, qué significaba tener confianza en una persona sin que te defrauden. «Muchos de mis amigos actualmente están muertos, asesinados por el narcotráfico; otros están metidos en drogas», dice. De las pocas amigas que tenía en la pandilla, algunas acabaron víctimas de la trata de blancas, y a amigos años más tarde se hicieron parte de los Zetas, un grupo del crimen organizado.
Acusada de robo
Antes de que surgiera claramente su inquietud vocacional, la adolescente Julieta empezó a trabajar: «Cuidaba perros y limpiaba casas, en semáforos, haciendo comida, lavando trastes, hacía todo lo posible». Pero en una ocasión hubo un robo en la casa donde ella cuidaba a un perro. «No lo hice yo. Cómo me dolió ver a mi madre llorar. Llegó mi mamá y me dijo: ‘Hay un citatorio; es una denuncia de robo, y dicen que fuiste tú'».
Finalmente, se retiró la demanda porque había evidencias de que Julieta no era culpable del delito. «Esa experiencia me ayudó a dar otro salto en mi madurez, en mi persona; pensé qué podía hacer para ayudar a otros», afirma.
Novio protestante
La adolescente Julieta sentía atracción por un chico de su pandilla: que era traficante de marihuana y cocaína, pero nunca se dio el noviazgo. Sin embargo, sí tuvo otros novios. «Uno de ellos, con el que iba un poquito más en serio, era un vecino, a quien quise muchísimo».
«Convivimos mucho; él me visitaba y mis papás no sabían que yo tenía novio, nunca lo supieron, aunque lo intuían. Era una relación muy fiel; siempre he tenido fidelidad en las relaciones». Dios se valió de ese chico protestante para alejar a Julieta de la pandilla.
En el noviazgo, Julieta sintió la llamada de Dios hacia la vida consagrada. Ella cuenta: «Yo le dije: ‘¿Sabes qué? Siento esto en mi corazón y quiero hacer la experiencia’, y me contestó: 'En lo que hagas estaré de acuerdo; yo estaré aquí, esperando'».
La primera llamada
¿De qué se valió Dios para despertar la inquietud religiosa en Sor Julieta? Así lo cuenta ella: «Terminé la secundaria, hice mi examen de admisión para entrar a la prepa. Estando en Banderilla, Veracruz, me visita una amiga y me dice: ‘¿Sabes qué?, vengo de visitar un convento, tú también podrías, pues es para todos». Ella respondió: «No, no me gusta, no quiero ser eso, yo no quiero a los sacerdotes».
Cuenta Julieta que fue muy fría: «fui muy cruel con Dios; yo le pedía siempre pruebas, le decía: 'Si Tú existes, haz que esto cambie; si Tú existes, hazme ver esto'. Yo le exigía a Dios». Entonces se preguntaba: «¿Qué es lo que realmente quiero en mi vida? Me veía rota, quebrantada».
Una mañana al levantarse, fue a ver a su madre al trabajo y le dijo: «¡Mamá, quiero que me ayudes; quiero buscar un convento y quiero hacer una experiencia!».
Marcelinas
Le dieron un papel para entrar en contacto con las Hermanas en México. «Agarré mis cosas y me fui a México a hacer una experiencia de una semana. No lo pensé, yo dije ahora o nunca».
Julieta había sido admitida en la preparatoria, en Veracruz, y pensó que las cosas seguirían con su rumbo normal al terminar aquella experiencia vocacional. Pero, al llegar el último día de aquella semana, sor Antonia Contaldo, la superiora de la comunidad, le dijo: «Tienes vocación». A Julieta realmente le habían encantado estar con las religiosas, así que se dijo: «¿Por qué no? ¿Qué pierdo? Tengo 15 años, tengo una vida apasionada en vocación».
Una pausa
Pasó un año formándose con las Marcelinas aprendiendo todo lo que ella ansiaba. Esa fue una de las razones por las que Julieta decidió hacer una pausa de un año en la congregación, a fin de discernir si verdaderamente la vida consagrada era lo suyo. En una profunda crisis emocional y afectiva, algo dentro ella decía que aquel matrimonio no era el camino.
«Quería seguir mi camino de discernimiento vocacional y, por favor, no era el momento para tomar una decisión tan importante», cuenta. Le asaltaron de nuevo las dudas, tenía un billete de avión para Italia y hacer su experiencia de discernimiento o quedarse: «Yo usaba para ese entonces, antes de irme a Italia, un hábito; pero decidí dejarlo, también en acuerdo con mis formadores».
Era 2003, Julieta se fue a Italia como seglar a hacer un camino de discernimiento. Se dedicó a dar catecismo a los adolescentes, al trabajo en oratorio, a jóvenes y asistencia a adultos con síndrome de Down. En Milán, hizo formación cristiana; ocho materias, durante un año en el seminario, entre ellas teología fundamental, teología moral y psicología de la religión y conoció a Ernesto Oliviero. Él es el fundador de El Arsenal, una institución de ayuda para ex líderes políticos que quieren cambiar de vida. Esto la inspiró a ser agente de paz.
Finalmente, el 24 de agosto de 2013, Sor Julieta hizo sus votos perpetuos en la Catedral de Santiago de Querétaro, en una celebración eucarística presidida por el obispo Faustino Armendáriz.
Investiga la trata de blancas
Durante sus prácticas como licenciada en pedagogía, sor Julieta estuvo haciendo investigaciones de campo sobre la trata de mujeres en la zona de La Merced, de Ciudad de México; en especial sobre la trata de niñas. Ella relata: «Cerca de allí había un grupo perteneciente a la etnia de los triquis de San Juan Copala, a los cuales nosotras, como Marcelinas, íbamos cada sábado a dar asistencia. Les enseñamos a hacer diferentes cosas en cuestión educativa, e hicimos proyectos de intervención en esa comunidad». Sor Julieta enfocó su investigación en descubrir cómo llevan a estas chicas, y cómo las sacan.
De nuevo entre las bandas
Cuando Sor Julieta fue enviada de nuevo a Querétaro, fue asignada a trabajar en Bolaños, una zona peligrosa, allí tienen, la institución educativa: Centro Educativo Mariana Sala. Este centro es una institución de apoyo social a niños de bajos recursos.
Atienden el Rancho San Antonio, Bolaños y Puerta del Cielo, en Puerta del Cielo, y atienden a toda la gente de esa zona, especialmente a niños, porque su carisma, es la educación, formar a la persona, a sacar lo mejor, lo bello, lo verdadero y lo bueno de cada uno.
Se enfocó en el trabajo con los adolescentes. También tuvo a su cargo el servicio social de jóvenes de diversas universidades y niveles socioeconómico, dirigió una investigación de campo para la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ) junto con una treintena de jóvenes que estaban estudiando en ella Ciencias de la Seguridad. El estudio consistió en investigar la zona de Bolaños, las áreas de tráfico de droga, las áreas de bandas, qué chicos estaban inmiscuidos en bandas, todos los crímenes denunciados y no denunciados.
Volar hacia un sueño
Se empezó a juntar con las bandas, en las que era experta. Reunía a jóvenes para saber qué veían, qué escuchaban, cómo vivían; visitaba sus casas. Un día le dijeron: «Sabemos que intentas ser como nosotros, que intentas sacarnos de aquí».
«Una vez les hice hacer una caminata en la noche hay terrenos baldíos, oscuros, donde no hay nada ni nadie. Les dije: ‘Tráiganse una lámpara y vamos a hacer un recorrido como haría un migrante». Iban haciendo paradas en algunos puntos de esos terrenos, y les iba contando historias de cómo mueren las familias, lo que sufren los que no llegan, para llegar al otro lado donde está el mundo soñado.
Este proyecto lo inventó sor Julieta, como una estrategia de intervención que se llama Anonimus, para que ellos contaran sus historias, por la necesidad que sentía de ayudarlos. Sor Julieta camina con ellos, no están solos, están con Cristo.