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iglesia cubierta de morado

Imágenes y crucifijos de las iglesias se cubren estos días con telas moradas, el color de la penitencia

¿Por qué se cubren las imágenes de las iglesias de morado?

Además de su dimensión litúrgica, esta práctica tiene una clara intención espiritual: ayudar a los fieles a entrar en un ambiente de recogimiento

A partir del quinto domingo de Cuaresma, en muchas iglesias empieza a cambiar el paisaje visual: las imágenes de santos, vírgenes e incluso los crucifijos desaparecen bajo velos morados. No es casualidad, ni un simple gesto decorativo. Es una de las tradiciones más antiguas de la Iglesia que busca algo muy concreto: enfocar la mirada del creyente en lo esencial.

El morado es el color litúrgico del duelo, de la penitencia, de la espera. Y eso es precisamente lo que simboliza este gesto. Durante estos días, el centro no son las imágenes, ni los adornos del templo, ni la belleza del arte sacro. La Iglesia se despoja visualmente para recordar a los fieles que entran en la etapa más intensa del camino hacia la Pascua: la Pasión de Cristo.

Silencio interior, sobriedad exterior

Las imágenes se cubren para que nada distraiga. Ni el brillo de los metales, ni la expresividad de una escultura. Es tiempo de silencio interior, de sobriedad exterior. Lo que la Iglesia intenta recordar es la centralidad del sufrimiento de Jesús, su entrega, su muerte. Por eso, el único foco durante estos días es la Cruz, y ni siquiera ella se muestra abiertamente. ¿Por qué?

Lo que se busca no es simplemente recordarla como un objeto visible, sino preparar al corazón para recibir su significado con más profundidad. Se cubre para generar una ausencia, un silencio visual que hace más intensa su reaparición para profundizar en aquello que no se ve: el misterio de la Cruz.

Y es precisamente en el momento solemne de la liturgia del Viernes Santo cuando vuelve a aparecer. Ese día, el sacerdote va descubriendo lentamente el crucifijo mientras proclama tres veces: He aquí el leño de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo.

Además de su dimensión litúrgica, esta práctica de velar las imágenes tiene una clara intención espiritual: ayudar a los fieles a entrar en un ambiente de recogimiento. Quitar lo accesorio para centrarse en lo fundamental. En ese sentido, también se invita a que el creyente traslade esta sobriedad a su vida diaria, como una forma concreta de prepararse interiormente para vivir con más profundidad el misterio de la Pasión.

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