Fundado en 1910
Josep-Ignasi Saranyana

Josep-Ignasi Saranyana

Entrevista a Josep-Ignasi Saranyana

«No va a ser fácil que se reconozca la tarea civilizadora de la evangelización en América»

Saranyana, medievalista, americanista, desarrolló su labor académica en la Universidad de Navarra durante casi 40 años, donde creó, en 1992, el «Anuario de historia de la Iglesia»

Es posiblemente el experto más reconocido de Europa y América en historia de la teología cristiana y tiene una explicación de cómo y por qué se han deteriorado hoy las relaciones entre España y México. «España ha sido presentada como potencia colonial destructora, lo que ha salpicado también a la evangelización católica». Josep-Ignasi Saranyana (Barcelona, 1941), ha presentado esta semana sus memorias en el Ateneo de Barcelona, cuna de vocaciones literarias tan relevantes como las de Josep Pla o Joan de Segarra.

Creure i mirar d’entendre. Memòries d’un historiador de la Filosofia i la Teologia, es una radiografía del mundo cristiano posterior al Concilio Vaticano II, plasmada en un libro de 524 páginas publicado por la Abadía de Montserrat. Es el relato de una vida intensa vivida con pasión entre la universidad y la consagración sacerdotal, por el que desfilan un buen número de intelectuales europeos y americanos.

Saranyana, medievalista, americanista, desarrolló su labor académica en la Universidad de Navarra durante casi 40 años, donde creó, en 1992, el «Anuario de historia de la Iglesia» y publicó los cuatro volúmenes de «Teología en América Latina». Uno de sus grandes maestros en el estudio de la teología cristiana fue, desde 1980, Joseph Ratzinger, a la sazón arzobispo de Múnich. Las memorias de Saranyana son un testimonio ocular único y sin prejuicios de uno de los periodos inciertos y agitados de la Iglesia, donde el tiempo histórico parece acelerarse.

Saranyana, junto a Joseph Ratzinger en 1998

Saranyana, junto a Joseph Ratzinger en 1998

–¿Cuál ha sido el hecho más relevante, a su parecer, de la historia del siglo XX?

–Sin duda, la revolución del 68, que no apareció de pronto, aunque estalló por sorpresa. Los analistas han descubierto rasgos de ese estallido en corrientes doctrinales iniciadas en torno a la Gran Guerra de 1914. Pero, todo se aceleró en 1960. Ha sido una revolución total, que ha afectado todos los ámbitos del saber y de la vida. Nunca, como ahora, se había presenciado un hecho de una influencia tan universal. Las anteriores revoluciones de la edad moderna y contemporánea, empezando por la Gloriosa de 1680, habían afectado sólo a un país, a un continente o a círculos sociales determinados, y su influencia se había difundido lentamente. La de 1968 ha volcado por completo instituciones, modos de vida, culturas centenarias, convicciones políticas y religiosas. Es, además, un proceso que sigue. Parece que se ha abierto un nueva era, como lo fue, por ejemplo, la era de los descubrimientos.

–¿Qué personalidades destacaría, entre las numerosas que ha tratado y que aparecen en sus memorias?

–Durante mis años académicos traté importantes filósofos, historiadores y teólogos, europeos y americanos. De todos aprendí, y algunos me ayudaron mucho. Por citar algunos: el belga Fernand van Steenberghen y el alemán Albert Zimmermann, que me echaron una mano en la medievalística, cuando empezaba; el español Jesús García López, que me introdujo en los entresijos de la metafísica de Tomás de Aquino; Joseph Ratzinger, después Benedicto XVI, que con amabilidad me escuchó en largas entrevistas, me enseñó a andar con prudencia por los caminos de la teología y a pensar desde la posición del otro; el mexicano Ernesto de la Torre Villar, que me inició en la americanística; el argentino Enrique Dussel y el chileno Pablo Richard, que me sugirieron métodos y técnicas para transitar por la historia de la teología latinoamericana.

–Lo dijo Juan XXIII: «La Iglesia Católica no es un museo de arqueología, sino la antigua fuente de la aldea que da agua a las generaciones de hoy como la dio a las del pasado». ¿Hacia dónde se encamina la Iglesia del s. XXI? ¿Cuáles son sus retos actuales?

–¿Me habla usted de retos? Depende. Para empezar, no olvidemos que la única Iglesia de Cristo es a un tiempo invisible y visible. En la Iglesia visible hay mucho que mejorar. Un ejemplo: hace más de mil quinientos años que se estructura estamentalmente. En lo alto está la jerarquía. Debajo el laicado. Se ha olvidado que todos los fieles (obispos, presbíteros, laicos, religiosos) somos iguales, tenemos la misma categoría, caminamos hacia un mismo destino, aunque nos distingamos por realizar funciones distintas. San Pablo habla largo de la cuestión. Todos somos necesarios, pero cada uno en su sitio y sin salirse de él. Los sacerdotes predican y administran los sacramentos. Los religiosos testifican que no tenemos aquí morada permanente y atienden tantas obras de misericordia. Los laicos, en su vida ordinaria, santifican el mundo desde dentro. Por ello, el laico no se promociona en la Iglesia insertándose en estructuras eclesiales, salvo en casos muy especiales. Los «ministerios laicales» son para muy pocos.

El sacerdote ha presentado sus memorias en Barcelona

El sacerdote ha presentado sus memorias en Barcelona

–¿Parece que hoy se discute mucho sobre la continuidad o la discontinuidad en la Iglesia?

–Se trata de un asunto de equilibrio y de prudencia, y también de conocimientos teológicos e históricos. La tradición garantiza la referencia a los orígenes, donde encontramos a Cristo. Pero Cristo es el mismo «ayer, hoy y siempre». Los cambios, por tanto, tienen que hacerse bajo tal perspectiva. Sólo así se garantiza la discontinuidad en la continuidad.

–¿Pero cabe la novedad?

–Cabe novedad. Por citar un ejemplo: la gran novedad aportada por el último Concilio ha sido la declaración de la «libertad religiosa como derecho civil» (no entendida como «derecho religioso»). Esto implica que nadie puede ser violentado por sus convicciones religiosas, ni en privado ni en público. Tal declaración desautoriza mil años de vida político-eclesiástica. Pero, esto no supone pasar del Estado confesional a un estado desinteresado por la cuestión religiosa. El Estado ha de ser neutral, pero no ajeno ni contrario a la religión. No confundamos la laicidad, que es el ideal, con el laicismo.

–La relación entre España y América es hoy objeto de controversia.

–Esas desavenencias vienen de lejos. No hay que achacarlo solo a la «leyenda negra», difundida por las potencias europeas rivales de España. No olvidemos que la emancipación de la América hispana fue violenta, con una guerra que duró años, sobre todo en algunas latitudes. Además, y después de la independencia, España procuró interferir en el normal desarrollo de la vida política de las nuevas repúblicas americanas, particularmente en México.

Saranyana y Ratzginer en el Vaticano en 1998

Saranyana y Ratzginer en el Vaticano en 1998

–Pero todo eso queda muy lejos.

–Quizá sí. Pero nuevos desencuentros se han producido después y han avivado los rescoldos.

–¿Por ejemplo?

–Para referirme a las relaciones con México, que se han deteriorado últimamente, hay que recordar dos hechos importantes acaecidos durante el siglo XX: la Revolución mexicana de 1914, con su exagerado nacionalismo y populismo, y la emigración de intelectuales republicanos españoles a México, durante la Guerra Civil española. En ese marco se ha producido una relectura de la historia del Virreinato de la Nueva España (1535-1821), muy negativa para España, presentada como potencia colonial «destructora» de las civilizaciones autóctonas.

–¿Por qué algunos sectores ponen hoy en duda la rectitud de la evangelización y del desarrollo eclesial en Iberoamérica?

–De soslayo, la susodicha relectura ha salpicado también a la evangelización católica, por considerar que la Iglesia católica fue colaboradora necesaria de esa destrucción. Esa revisión historiográfica fue detectada por Juan Pablo II, pero no consiguió revertirla, aunque lo intentó. Además, un sector de la teología de la liberación se sumó a las nuevas propuestas historiográficas, con ocasión de la Conferencia Episcopal de Santo Domingo, celerada en octubre de 1992.

Josep-Ignasi Saranyana

Josep-Ignasi SaranyanaOpus Dei

–Sin embargo, la evangelización está también en el origen de las nacionalidades americanas, más allá de las civilizaciones precolombinas.

–Esto es innegable. Pero no va a ser fácil, en la actual coyuntura, que se reconozca la tarea civilizadora de la evangelización americana, iniciada en 1493, con ocasión del segundo viaje colombino. Nos ha fallado la «comunicación». Hemos perdido la batalla de la interpretación histórica. Ya sabe: no basta con conocer los hechos (die Geschichte), sino que hay que ofrecer un relato que convenza y se imponga (die Historie). Y perdone la erudición heideggeriana.

–¿Alguna anécdota de su relación con Benedicto XVI y de su paso por la Universidad de Navarra con motivo del doctorado honoris causa?

–Joseph Ratzinger se sintió muy a gusto, cuando pasó tres días en la Universidad de Navarra, a finales de enero de 1998. Encontró un clima de diálogo científico, de respeto institucional y doctrinal, y de sincero interés por construir un espacio intelectual de inspiración cristiana, como quizá pocas veces había percibido. Créame que no exagero. Él fue siempre un académico, y en la academia se sentía muy cómodo. Por eso, cuando falleció, la prensa italiana le atribuyó la frase: «Sono un professore diventato papa». No consta fehacientemente que la haya dicho, pero resume muy bien su inclinación fundamental, que era la ciencia teológica.

comentarios
tracking