El tenista de élite y aristócrata que colgó la raqueta para hacerse monje en el Pirineo de Lérida
A Javier Sartorius Milans del Bosch se le dibujaba una prometedora carrera por delante, pero se sentía vacío. Solo halló sosiego en el santuario de Lord, donde falleció repentinamente a los 44 años, poco antes de ordenarse sacerdote
No es fácil llegar hasta el santuario de Lord, en el Prepirineo de Lérida. Tras recorrer una sinuosa carretera, se arriba a una pequeña explanada donde se aparca el coche. A partir de ahí comienza un empinado camino que solo se puede recorrer a pie. Tras veinte minutos de ascenso a la muela, con unas extraordinarias vistas panorámicas sobre todo el valle, aparece ante los ojos del caminante el austero y recóndito santuario de Lord.
Este fue el mismo trayecto que recorrió —pero con lluvia y casi a tientas— Javier Sartorius Milans del Bosch, una noche de julio de 1992. Javier acumulaba entonces 29 años de atípico periplo vital. Lo tenía todo: noble de cuna, una economía desahogada, fiestas, popularidad, estudios en las mejores universidades de Estados Unidos, cualidades deportivas... Solo le faltaba una cosa: paz interior. Y esa búsqueda fue la que le llevó a ascender la empinada senda que desemboca en el tranquilo santuario leridano, a 1.180 metros de altitud. En ese momento, seguramente no sospechó que allí moriría pocos años después.
Pero no adelantemos acontecimientos. Javier Sartorius nació en Madrid en 1962. De alta alcurnia, era familiar de Nicolás Sartorius, el célebre abogado y político comunista, y de Isabel Sartorius. «Era un joven extrovertido, apuesto, carismático y deportista. El ‘zurdo de oro’, le apodaban», recuerda su primo Pepe Álvarez de las Asturias en un artículo publicado en el portal Religión en Libertad. Y es que Javier llegó a ser un tenista de élite, algo que demostró cuando marchó a Estados Unidos con su hermano Fernando «a estudiar Administración de Empresas, carrera que abandonaron casi al empezar para dedicarse a surfear las olas de California, ganar campeonatos de pádel (en 1989 se hizo con el campeonato de Estados Unidos), entrenar a las estrellas de Hollywood y, de paso, ingresar unos dólares vendiendo aspiradoras a domicilio o cuidando jardines», prosigue su primo.
Era una excelente deportista
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Pero, tras esta vida divertida y despreocupada, un murmullo de insatisfacción bullía en su interior. No era feliz. Se atrevió a reconocerlo y a buscar una explicación. Llegó a acudir a los Hare Krishna en busca de sentido, pero no lo encontró allí. Surgió entonces la oportunidad de marchar un año entero a las misiones en Perú, de mano del padre Giovanni Salerno. Allí, las piezas de su rompecabezas comenzaron lentamente a encajar. El misionero le ayudó incluso a discernir una incipiente vocación sacerdotal.
«Hasta tal punto debió de influir en él la necesidad de ayudar a socorrer a las víctimas de la pobreza y la desnutrición, que decidió poco después trasladarse a Toledo a iniciar los estudios eclesiásticos para regresar un día a la misión del Perú como sacerdote misionero», rememoraba el padre Salvador Jordana, el cura que le recibiría años después en el santuario de Lord.
De la raqueta a la azada
En el seminario de Toledo, precisamente, fue donde oyó hablar por vez primera de este enclave milenario del Prepirineo leridano. Y hacia allí decidió encaminar sus pasos unos años después, atraído por el silencio y la vida retirada ofrecida al Señor. «Javier revolucionó su vida: de la raqueta a la azada; de las fiestas playeras al estricto régimen de oración y estudio de la Biblia; de entrenar a las estrellas de Hollywood, junto a su inseparable hermano Fernando, a pastorear un rebaño con más de cien ovejas, a las que había puesto nombre una a una; del cálido sol californiano a los diez grados bajo cero de su celda a los pies de los Pirineos», rememora su primo Pepe Álvarez de las Asturias.
«Se abrazó a la cruz. Pasaba frío en la celda. Se calentaba con paseos largos y con el ejercicio. Aceptaba sus propias contradicciones y aguantaba las ajenas», añadía el padre Jordana, ya fallecido, en el semblante que dejó escrito sobre Javier. Se le propuso proseguir sus estudios para el sacerdocio en el seminario interdiocesano de Barcelona. «Allí se impartían las clases en catalán. También a ello se sometió Javier, después de superar la crisis de tener que ir al seminario. Profesores y alumnos compañeros le acogieron con visible complacencia, y pronto llegó a ser querido de todos. Progresó en los estudios y en las lenguas. Incluido el catalán. Obtuvo buenas calificaciones, como en Toledo. Querido por todos, se acercaba el período de recibir órdenes sagradas», prosigue el padre Jordana.
Corría el año 2006. Quedaban pocos meses para la ordenación sacerdotal de Javier, cuando «una dolencia gástrica que contraería inesperadamente comenzó a inquietar a todos, incluso a los médicos. Se intensificaba de día en día y llegó a alarmar a todos hasta el punto de recomendar los máximos cuidados», escribiría después el padre Jordana. Pero todo fue en vano. El 21 de junio moría lejos de su querido Lord, en el monasterio cisterciense de San Miguel de Dueñas (León), donde era tratado de su enfermedad. Tenía 44 años.
«Javier sucumbió contra todo pronóstico, como atleta consumado, propio de un campeón, que corona el triunfo hasta el mismísimo fin, con aplauso y asombro de sus admiradores. ¡Como tantas veces había logrado en el cuadrilátero tenístico!», observó el padre Jordana. Su cuerpo fue llevado hasta Lord, donde se encuentra enterrado.
Ahora, un documental quiere rescatar su vida. La verdadera riqueza, producida por ADAUGE, cuenta con el respaldo de la propia comunidad de Lord y de la Asociación Pro Beatificación de Javier Sartorius. Porque, efectivamente, ya son muchos los que piden el reconocimiento de su santidad de vida. Mosén Norbert Miracle, que fue rector del seminario interdiocesano de Cataluña de 2005 a 2018, vio en Javier un ejemplo de santidad importante para darse a conocer, especialmente, a los seminaristas y a los jóvenes. Y, tal vez, pronto veamos el nombre de este aristócrata madrileño, inconformista e inquieto, inscrito en el libro de los santos.