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Matt Talbot, a quien la Iglesia invoca para ayudar a las personas que sufren adicciones

Mujeriegos, borrachos, ladrones, drogadictos, ludópatas y, sin embargo, santos

Sus vidas no fueron siempre ejemplares. Arrastraban adicciones sin lograr, en ocasiones, vencerlas. Pero la Iglesia ha canonizado a estos cinco santos que padecieron humillantes debilidades

Los santos son seres casi más angelicales que humanos, que vencen todas las tentaciones, que siempre obran el bien y cuyas vidas están colmatadas de virtudes. Esa es, al menos, la imagen que tienen muchos sobre los santos. Las hagiografías, quizás en demasiadas ocasiones, los han presentado tan perfectos –ocultando las dificultades e incluso caídas que tuvieron– que han desalentado al cristiano de a pie a aspirar a la santidad.

Sin embargo, algunos de ellos, canonizados por la Iglesia, fueron drogadictos hasta el final de sus días, mantuvieron una lucha encarnizada contra el alcoholismo o se arrepintieron en el último momento de una vida de robos y fornicación. Sus biografías no resultaron ser «ejemplares» como las de otros santos pero, sin embargo, fueron canonizados. No protagonizaron sorprendentes milagros como san Martín de Porres o san Antonio de Padua, ni tuvieron visiones celestiales desde los cinco años de edad, como santa Catalina de Siena. Fueron santos más «discretos», menos conocidos, menos «perfectos», pero han sido elevados igualmente a los altares. Estos son algunos de ellos.

«Fornicador siempre fui; hereje, nunca»

San

San Andrés Wouters estuvo apartado del sacerdocio

San Andrés Wouters fue un desastre como sacerdote. Nacido en 1542 cuando los Países Bajos pertenecían a España, a los 30 años ya era un borracho y un mujeriego: vivía con una concubina y tenía varios hijos. Su obispo había terminado por apartarle de toda función sacerdotal, en vista de su incapacidad para mantener sus promesas y de los numerosos escándalos que protagonizaba.

Eran tiempos convulsos, en los que los calvinistas asediaban a la Corona Española y a los católicos. A pesar de su condición irregular y de sus continuas debilidades y faltas, Andrés debía de estar al tanto de la tensa situación política que le rodeaba. Algo se mantenía vivo en su interior, y su prístino amor le llevó a unirse voluntariamente a otros 18 religiosos que habían sido apresados en Gorcum por piratas protestantes.

Los 19 fueron salvajemente torturados. Con Andrés emplearon especial saña, pensando que, por sus muchos pecados, se rendiría fácilmente y abjuraría con rapidez de su fe católica. Pero Wouters se mantuvo incólume. Le acusaron por sus debilidades, que eran de conocimiento público; se burlaron descarnadamente de él y le echaron en cara insistentemente su incongruencia. Pero él les respondió con una frase que quedó para la Historia y que encendió aún más las iras de sus torturadores: «Fornicador siempre fui; hereje, nunca».

Colgaron a los 19 religiosos de la viga de un establo, disponiendo la soga de forma que la agonía se prolongase. Una vez consumado el crimen el 9 de julio de 1572, les descuartizaron.

Los mártires de Gorcum fueron colgados de la viga de un establo

Los mártires de Gorcum fueron colgados de la viga de un establo

«Es más fácil salir del infierno que del alcohol»

Las adicciones están, lamentablemente, a la orden del día. Los que las sufren se topan, en muchas ocasiones, con el muro de la incomprensión y de la culpabilidad. Por eso se pueden sentir especialmente identificados con la historia de Matt Talbot.

Estatua de Matt Talbot en Dublín

Estatua de Matt Talbot en DublínWilliam Murphy

Mathew Talbot nació en Dublín en 1856 y era el segundo de 12 hermanos. Apenas fue a la escuela y comenzó pronto a trabajar. Eso llegaría a ser su perdición, porque fue contratado por un comerciante de vinos y se convirtió en un alcohólico precoz. Siempre andaba escaso de dinero, llegó a robar para costear su adicción y, como muchos le repitieron, «no tenía ningún remedio».

Como cuentan sus biógrafos, «todas las mañanas, al despertarse de su borrachera, sentía una infinita vergüenza ante Dios por su falta de carácter». «Su madre le rogaba casi de rodillas que cambiase su vida, pero cuando cobraba su salario, olvidaba sus promesas y sus buenas intenciones, y acababa en la cantina. No era ninguna pena o sufrimiento especial lo que lo impulsaba, sino una absoluta carencia de voluntad y responsabilidad», añaden.

Cuando tenía 24 años –había comenzado a beber 16 años antes, a los 8–, dejó drásticamente de beber, ante la sorpresa de su madre. Un día, de pronto, lanzó el vaso con licor por la ventana y juró que no volvería a beber ni una gota de alcohol. Fue, según sus biógrafos, «un profundo movimiento de la gracia de Dios, una gracia que no se apagó en su alma».

Y comenzó su vida de sobriedad, aunque con enormes penurias. «Nunca desprecies a un hombre que no puede dejar de beber. Es más fácil salir del infierno», le dijo a su hermana en una ocasión. Encontraba fuerza y esperanza en la oración, en ir a misa diariamente y en la lectura espiritual. Desde ese instante pagó minuciosamente todas sus deudas. Buscó al músico a quien había robado un violín tiempo atrás pero, al no encontrarlo, donó el equivalente en dinero a su parroquia y rezó por él en misa.

En 1925, a los 70 años de edad y tras 40 de sobriedad, murió desplomado en la calle mientras iba a misa, probablemente a consecuencia de un paro cardiaco. Juan Pablo II lo declaró Venerable en 1994 y hoy está en proceso de beatificación. Es el patrón de los alcohólicos rehabilitados o en vía de serlo, y cientos de ex alcohólicos aseguran haberse recuperado gracias a su intercesión.

Adicto al opio hasta su muerte

Un icono representa a San Marcos Ji Tianxiang

Un icono representa a San Marcos Ji Tianxiang

El caso de san Marcos Ji Tianxiang es sorprendente. Si al venerable Matt Talbot Dios le liberó de su alcoholismo –que no de la lucha–, este santo chino, en cambio, fue un adicto al opio hasta el día de su muerte. Muerte, además, por martirio. Pero no adelantemos acontecimientos.

Nació en China en 1834 en el seno de una familia cristiana y adinerada. Recibió una educación esmerada, se formó como médico cirujano, se casó y fue un hombre de familia. Se confesaba con frecuencia y asistía a misa regularmente; atendía gratuitamente a sus pacientes pobres y se le encomendó la administración de los bienes de su pequeña comunidad cristiana por el prestigio que tenía. Parecía que iba todo bien.

Sin embargo, a los 40 años de edad, contrajo una enfermedad abdominal. El único remedio para paliar el dolor era el opio, al que poco a poco, quedó completamente enganchado. Comenzó entonces una lucha sin cuartel contra la adicción, que le llevaba a confesarse con frecuencia. Aquí comenzó una nueva cruz para él: su confesor no entendía la naturaleza de un proceso adictivo, y concluyó que Marcos no tenía, en realidad, propósito de la enmienda. Le negó de ese modo la confesión y la comunión, y así permaneció durante 30 largos años.

Tianxiang mantenía una convicción absoluta: el Padre le amaba. Sabía que el Señor le quería, aunque no lograra mejorar su vida. No podía permanecer sobrio, pero sí podía seguir yendo a la iglesia. Y eso fue lo que hizo.

En 1900, cuando se produjo el levantamiento de los bóxer y se desató una feroz persecución contra los cristianos, Tianxiang fue encarcelado junto a decenas de otros creyentes, entre ellos su hijo, seis nietos y dos nueras. Mientras eran llevados a prisión, uno de sus nietos le preguntó con temor: «Abuelo, ¿adónde vamos?». A lo que respondió serenamente: «Vamos a casa». Tianxiang suplicó a sus captores que lo mataran el último para que ninguno de su familia tuviera que morir solo. Permaneció junto a los nueve mientras los decapitaban. Al final, se encaminó hacia su muerte cantando las letanías de la Virgen María.

Fue canonizado por el Papa Juan Pablo II en el año 2000. Se le considera el santo patrono de los adictos a las drogas.

San Camilo, ludópata

San Camilo veía a Jesucristo en los enfermos

San Camilo veía a Jesucristo en los enfermos

San Camilo de Lelis es conocido por su extraordinaria labor con los enfermos, de los que es patrono. Pero su faceta como ludópata es frecuentemente silenciada, quizás por no manchar la imagen de un santo. La realidad es que Camilo, nacido Abruzos (Italia) en 1550, padeció una fortísima adicción a los juegos de cartas. Se enroló en el Ejército veneciano para luchar contra los turcos, pero adquirió una enfermedad y tuvo que ser hospitalizado. En el hospital de Roma se dedicó a ayudar y atender a otros enfermos mientras buscaba su propia curación. Pero en esa época adquirió el vicio del juego. «Nueve meses después fue despedido a causa de su temperamento revoltoso y por su adicción al juego», reconoce la propia página web de los camilos, la congregación que fundaría más tarde.

«En 1574 apostó en las calles de Nápoles sus ahorros, sus armas, todo lo que poseía y perdió hasta la camisa que llevaba puesta. Solo y en la miseria, medita entre mendigar o robar para vivir. Finalmente, gracias a las enseñanzas maternas, decide pedir limosna», prosiguen sus biógrafos. Posteriormente, se le propuso trabajar en el convento que los capuchinos estaban construyendo en Manfredonia. «Una reflexión espiritual del guardián del convento lo llevó a una profunda conversión. Camilo cayó de rodillas, pidió perdón de sus pecados con muchas lágrimas y se encomendó a la misericordia de Dios. La conversión tuvo lugar en 1575 cuando Camilo tenía 25 años. Desde entonces comenzó una nueva vida de penitencia y completa sumisión a Jesucristo», prosiguen.

Un vídeo que recoge la vida de San Camilo

Un vídeo que recoge la vida de San Camilo

La ludopatía le acompañó –como a todos los adictos– hasta el final de sus días. Camilo trataba a cada enfermo como si se tratara de Jesucristo en persona. Aunque tuvo que soportar durante 36 años la herida de una llaga en su pie, nadie lo veía triste o malhumorado.

La mano que frenó a María Egipcíaca

El extraordinario fresco de Santa María Egipciaca en el monasterio de Oña (Burgos)

El extraordinario fresco que recoge la vida de Santa María Egipciaca en el monasterio de Oña (Burgos)

Según recoge el santoral, una hermosa tradición muy antigua cuenta que en el siglo V, un santo sacerdote llamado Zózimo, después de haber pasado muchos años de monje en un convento de Palestina, dispuso irse a terminar sus días en el desierto de Judá, junto al río Jordán. Un día vio por allí una figura humana, que más parecía un esqueleto que una persona robusta. Se le acercó y le preguntó si era un monje y recibió esta respuesta: «Yo soy una mujer que he venido al desierto a hacer penitencia de mis pecados».

Según la tradición, aquella mujer le narró la siguiente historia: Su nombre era María. Era de Egipto. Desde los 12 años, llevada por sus pasiones sensuales y su exagerado amor a la libertad, se fugó de la casa. Cometió toda clase de impurezas y hasta se dedicó a corromper a otras personas. Después se unió a un grupo de peregrinos que de Egipto iban al Santo Sepulcro de Jerusalén. Pero ella no iba a rezar sino a divertirse y a pasear.

Y sucedió que al llegar al Santo Sepulcro, mientras los demás entraban fervorosos a rezar, ella sintió allí en la puerta del templo que una mano la detenía con gran fuerza y la echaba a un lado. Esto le sucedió por tres veces, cada vez que ella trataba de entrar al santo templo. Y una voz le dijo: «Tú no eres digna de entrar en este sitio sagrado, porque vives esclavizada al pecado». Ella se puso a llorar, pero de pronto levantó los ojos y vio allí cerca de la entrada una imagen de la Virgen que parecía mirarla con gran cariño y compasión. Entonces, la pecadora se arrodilló llorando y le dijo: «Madre, si me es permitido entrar al templo santo, yo te prometo que dejaré esta vida de pecado y me dedicaré a una vida de oración y penitencia. Y le pareció que la Virgen Santísima le aceptaba su propuesta. Trató de entrar de nuevo al templo y esta vez sí le fue permitido. Allí lloró largamente y pidió por muchas horas el perdón de sus pecados. Estando en oración le pareció que una voz le decía: En el desierto, más allá del Jordán, encontrarás tu paz.

María Egipciaca se fue al desierto y allí estuvo 40 años rezando, meditando y haciendo penitencia. Se alimentaba de dátiles, de raíces, de langostas y a veces bajaba a tomar agua al río. En verano, el terrible calor la hacía sufrir muchísimo y la sed la atormentaba. En invierno, el frío era su martirio. Durante 17 años vivió atormentada por la tentación de volver otra vez a Egipto a dedicarse a su vida anterior de sensualidad, pero un amor grande a la Virgen le obtenía fortaleza para resistir a las tentaciones. Y Dios le revelaba muchas verdades sobrenaturales cuando ella estaba dedicada a la oración y a la meditación.

María Egipcíaca recibe la comunión de San Zózimo y, a la derecha, un león ayuda a excavar su tumba

María Egipcíaca recibe la comunión de San Zózimo y, a la derecha, un león ayuda a excavar su tumbaMonasterio de San Salvador de Oña (Burgos)

Le hizo prometer al santo anciano que no contaría nada de esta historia mientras ella no hubiera muerto. Y le pidió que le trajera la Sagrada Comunión. Era Jueves Santo y San Zózimo le llevó la Sagrada Eucaristía. Quedaron de encontrarse el Día de Pascua, pero cuando el santo volvió la encontró muerta, sobre la arena, con esta inscripción en un pergamino: «Padre Zózimo, he pasado a la eternidad el Viernes Santo día de la muerte del Señor, contenta de haber recibido su santo cuerpo en la Eucaristía. Ruegue por esta pobre pecadora, y devuélvale a la tierra este cuerpo que es polvo y en polvo tiene que convertirse».

El monje no tenía herramientas para hacer la sepultura, pero entonces llegó un león y con sus garras abrió una sepultura en la arena y se fue. Zózimo, al volver de allí, narró a otros monjes la emocionante historia, y pronto junto a aquella tumba empezaron a obrarse milagros y prodigios y la fama de la santa penitente se extendió por muchos países.

San Alfonso de Ligorio y muchos otros predicadores narraron muchas veces y dejaron escrita en sus libros la historia de María Egipciaca, como un ejemplo de lo que obra en un alma pecadora la intercesión de Madre del Salvador.

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