¿Qué dicen 'Los versos satánicos' para condenar a muerte a Salman Rushdie?
¿Por qué un libro ha generado, y sigue generando, tras varias décadas, una reacción tan extrema? ¿Qué llevó al ayatolá Jomeini a decretar la condena a muerte contra Salmán Rushdie?
Salmán Rushdie nació en Bombay en 1947, un par de meses antes de que la India se independizara de Gran Bretaña. Rushdie procedía de una familia mahometana no practicante y estudió en el Reino Unido, donde el color de su piel le resultó muy pesado de sobrellevar. Tras unos años trabajando en el mundo publicitario, empezó a dedicarse plenamente a la literatura.
Su libro más conocido, Los versos satánicos (Londres, 1988), toma muchos elementos del islam y de cómo Mahoma conformó esta religión. La trama comienza en la Inglaterra de finales del siglo XX, pero, mediante una serie de recursos de tipo fantástico –realismo mágico, dicen algunos académicos–, se recrea el contenido de una tradición que asegura que una parte del Corán –dos versículos– no fue comunicada por el ángel Gabriel, sino por Satán.
En concreto y con origen en un autor muslim del siglo VIII (Ibn Ishaq), esta tradición –que se conoce como «episodio de las grullas» o «relato de las sirenas», según prefiere traducir Miguel Vila Dios, investigador de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Complutense de Madrid– postula que hubo un momento de cierta tolerancia politeísta, durante la predicación de Mahoma. Antes del profeta, el mundo árabe adoraba a varias deidades y, según se cuenta, Mahoma admitió a tres diosas de este antiguo panteón: al–Lat, Uzza y Manat, hijas de Ilah (Al·lah). Sin embargo, cuando se percató de que su decisión era fruto de una argucia satánica, procuró enmendar el error. El modo como Rushdie recrea este presunto pasaje de la vida de Mahoma resulta, cuando menos, irónico o paródico. Además, introduce una serie de derivas que sugieren, a fin de cuentas, que el islam –incluso toda fe religiosa– no es más que una invención, un sueño.
Si Dios existe, ¿por qué se contradice?
La lectura de Los versos satánicos implica, al menos dentro del islam, una reflexión: si Dios existe, ¿por qué se contradice? Hay que tener en cuenta que, según la creencia mahometana, el Corán es, literalmente, palabra de Dios. Es un libro redactado por Dios, en lengua árabe, y que el ángel Gabriel, tras leerlo y aprenderlo verbatim, lo recitó a Mahoma. Corán significa «recitación». El profeta lo transmitió a los suyos de igual modo. Es una forma opuesta a como el cristianismo entiende la Sagrada Escritura, que no es dictada por Dios, sino inspirada, y, por tanto, con huella tanto divina como humana. Textos que pueden someterse al escrutinio de la filología y la historia. La Biblia como diálogo histórico, con sutilezas, desafíos y enigmas.
El criterio de ordenamiento de los capítulos (suras) dentro del Corán es, grosso modo, la extensión: excepto la sura introductoria, los capítulos se disponen de mayor a menor extensión. Esto genera un problema de interpretación, pues se asume que las contradicciones, discrepancias o diferencias de juicio se resuelven según otro criterio, el cronológico. En caso de duda, prevalece lo que dicte la sura revelada a Mahoma con mayor posterioridad. Frente a la actitud burlesca –como la de Rushdie–, la solución tiende a buscarse en el propio Corán o en las demás fuentes de las creencias islámicas, como las memorias de los compañeros del Profeta (el Hadiz). Y, para los que defienden la versión más rigorista, siempre hay una solución tajante avalada por el alfanje de Mahoma o de sus inmediatos seguidores.
Una grave blasfemia
Jomeini representaba una vertiente de acendrada severidad dentro de esta religión. En consonancia con toda la involución que supuso su Revolución islámica, entendió que debía erigirse en la avanzadilla mundial contra los infieles. De modo que, cuando se publicó Los versos satánicos, emitió una condena a muerte contra Rushdie, y también contra sus colaboradores y editores. Lo cual conllevó el asesinato del traductor al japonés y un ataque que casi siega la vida del que vertió el libro al idioma italiano. Según Jomeini, el escritor de nacionalidad británica había incurrido en una grave blasfemia, aparte de expresar públicamente su apostasía.
Por muy espeluznante que pueda parecer el modo de gobierno de Jomeini, no es muy diferente del que se estila en otros países donde el islam es la ley. Como se vivió en la España musulmana medieval. En Pakistán, se cuentan varios casos de prisión e incluso condena a muerte, bajo la acusación de blasfemia contra Mahoma: además del conocido nombre de Asia Bibi, ha habido otros en los últimos años, como Ayub Masih. El atentado que sufrieron los trabajadores de Charlie Hebdo es otro ejemplo. La lista no para de crecer: desde 2006 el francés Robert Redeker vive bajo amenaza –debido a su glosa al discurso de Benedicto XVI en Ratisbona, a quien considera «uno de los grandes espíritus del siglo XX»–, y hace unas semanas la bloguera marroquí Fátima Karim ha entrado en prisión por sus comentarios sobre el Corán y el Hadiz.
Impuesto, exilio o muerte
Para avalar esta forma de seguir el islam, no sólo se puede acudir a varias corrientes convencidas de que la fe con sangre entra, sino que el filósofo Ibn Jaldún (siglo XIV) ya lo justificaba así: «la comunidad islámica, en cuanto que tiene como obligatoria la Guerra Santa, puesto que debe hacer que todos acepten el credo islámico de grado o por la fuerza, reúne califato y poder civil en un solo cargo… Las otras religiones carecen de esta misión universal, de modo que, para los infieles, la Guerra Santa no es un precepto religioso, sino que sólo debe librarse como acto defensivo». En su opinión, para aquellos que no quieran convertirse al islam, sólo caben tres opciones: el pago de un impuesto, el exilio o la muerte.
Sin embargo, y como dice Robert Redeker, también el islam padece la violencia en que se hallan instalados los Jomeinis de todos los tiempos y lugares. Porque, desde el lado muslim, el problema se observa de otra manera. O, mejor dicho y dada la enorme capilaridad del islam, se ve de otras maneras. Por un lado y frente a las posturas más rigoristas, hay quienes, incluso dentro de los ulemas iranís, han condenado el ataque contra Rushdie y han invalidado, con diferentes argumentos, la sentencia (fatwa) emitida por Jomeini pocos meses antes de fallecer. Por otra parte, hay quienes, sin identificarse con la fatwa de Jomeini, acusan a los países occidentales de un empleo excesivo de la libertad de expresión; según ellos, ofender a una religión no es una forma válida de comunicar los propios puntos de vista.
Otros musulmanes entienden que la actitud violenta contra Rushdie o Charlie Hebdo constituye un error, pues supone una apuesta por un islam integrista, en vez de un islam integrador e integrado, un islam religioso y dialogante con otras religiones. Como afirma Redeker –y comparte con Giulio Meotti en Il Foglio–, «la victoria de los islamistas será también la muerte del islam», que es «una cultura, una civilización, una antropología».