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César García Magán es el nuevo Secretario de la Conferencia Episcopal Española

César García Magán es el nuevo Secretario de la Conferencia Episcopal EspañolaDaniel Vara

Cesar García Magán: «Dios escribe los renglones de tu vida, a pesar de que a veces no se entienda»

«Me reconforta esa avalancha de mensajes, ver la cantidad de personas que han ofrecido sus oraciones, su apoyo, su cercanía», ha señalado el nuevo secretario de la Conferencia Episcopal

César García Magán recoge el testigo de Luis Argüello como secretario de la Conferencia Episcopal Española. En declaraciones a El Debate se muestra abrumado por la elección inesperada, pero muy agradecido a Dios por el camino que le ha hecho salir de su tierra, dijo 'sí' al Señor con dieciocho años y ha dicho de nuevo 'sí' a este nuevo cargo dentro de la Iglesia.

–En primer lugar, enhorabuena. ¿Cómo ha acogido la designación del cargo; ¿está tranquilo o abrumado?

–Es una sorpresa. A pesar de que vosotros tenéis que llenar páginas y noticias, hasta la tarde del martes 22, no era candidato. Por otra parte, vi a algunos obispos, yo les convencía para que pensar en otra persona, pero la cosa, como es público, salió como salió. Yo lo acepté con un espíritu de servicio, de comunión y de colaboración; un servicio que no es solamente a los obispos, sino a las Iglesias particulares de España. Desde esa perspectiva, me dije «pues ahora el Señor es el que nos habla por los acontecimientos de cada día y por personas que se van cruzando en nuestra vida. Y en este momento me pide esto».

También abrumado, sobre todo, por la cantidad de mensajes que recibí de WhatsApp y de Correos, que he tardado casi 15 días en despacharlos. Abrumado; porque el apoyo, la acogida de los hermanos obispos ha sido excepcional. Y también me reconforta esa avalancha de mensajes, ver la cantidad de personas que han ofrecido sus oraciones, su apoyo, su cercanía.

Política

–¿Le ha dicho algo el Papa?

–¡No, por Dios! Con el Papa estuve en septiembre, porque fui a Roma a hacer el curso para obispo, y porque ahora en noviembre ha hecho un año que salió mi nombramiento y entonces no fuimos, porque estábamos en la época de la pandemia; y ahí nos saludó.

–¿Qué cree que debe afrontarse con más urgencia desde su nuevo cargo?

–Estoy aprendiendo. Conozco mejor los pasillos del Vaticano y los Dicasterios que esta casa en la cual yo no había trabajado nunca. Estoy haciendo el «noviciado», tengo buenos maestros de oficios. En cualquier oficio, somos eslabones de una cadena; yo soy un eslabón más que recojo esa herencia, pondré mi granito de arena y no seré el último eslabón, sino que habrá otros eslabones que sigan. Y esa cadena de eslabones, si nos remontamos mucho, nos conecta con el Señor Jesucristo.

–La política parece inundarlo todo. El enfrentamiento dialéctico crece y los católicos van de una decepción electoral en otra, ¿no cree que hemos cambiado la fe y la esperanza por consignas políticas? ¿No estamos esperando del político, lo que da la fe?

–Hay que decir que la política es una cosa buena. Es un ámbito de la caridad, en el sentido de preocuparse por el bien común. Es verdad que ha podido haber casos donde no ha habido un necesario estándar de comportamiento ético, pero de eso no se puede deducir una descalificación.

Un católico, si siente la vocación (a la política), que es buena, es un gran servicio público. Según decae un poco la fe o perdemos la esperanza, que en definitiva, se fundamenta en que la palabra se hizo carne, que es lo que vamos a celebrar en Navidad, que Dios se hace historia y, por otra parte, que ese Dios que se hace historia en la Palabra ha resucitado, cuando eso se pierde, buscamos la esperanza en unas utopías o unas esperanzas intramundano. ¿Por qué? Porque el ser humano lleva en su corazón un ansia de infinitud, un ansia de felicidad con mayúscula, un ansia de bondad, un ansia de verdad, una ansia de belleza, un ansia de bien. Cuando se pierde ese horizonte que es Dios, «esa fuente que mana y corre», se va a buscar otras fuentes donde apagar la sed.

–En cuanto a las relaciones con el Gobierno, ¿cuánto hay de amenaza real cuando se meten con la Iglesia, y cuánto hay de discursos de cara a la galería?

–No hay problema. El partido en el gobierno, durante no pocas campañas electorales, ha hecho afirmaciones, por ejemplo, sobre el tema de los acuerdos Iglesia–Estado, pero que luego, con otros gobiernos, se han dado pasos importantes de entendimiento: por ejemplo, en materia educativa o enseñanza concertada, o la posibilidad de que decidan los ciudadanos una parte de la asignación tributaria a donde quieren que vaya, como ejercicio de democracia fiscal.

La enseñanza de la Iglesia es firme y tiene derecho también en la plaza pública

Hay otros temas donde hay contrastes, pero mire, yo creo, que un derecho fundamental, es el de libertad religiosa, que explica la libertad de expresión pública también. La libertad religiosa no está reducida al ámbito privado de la conciencia, sino que la libertad religiosa tiene una dimensión colectiva y pública; poder estar en la plaza pública como lo que somos, como cristianos, como católicos. Eso es un test del grado de democracia verdadero de una sociedad; que haya una discrepancia lógica por parte de la Iglesia, por coherencia con el Evangelio sobre una serie de temas como las políticas que lleva a cabo un determinado gobierno. Es lógico y necesario por parte de la Iglesia en esa tarea evangelizadora. Pero también en una sociedad libre, democrática y abierta.

Familia

¿Qué familia defiende la Iglesia?

–La Iglesia defiende la misma familia que defiende Jesucristo: esa unión de un hombre, de una mujer como lo define, precisamente, el Concilio Vaticano II. Una alianza de toda la vida, conyugal y abierta desde el amor a una familia plena que es paternidad y maternidad. Eso es así. Y eso no lo ha inventado ni el Papa actual ni el anterior. Es una enseñanza constante y continua de la Iglesia. La legislación civil presenta otros tipos de uniones, pero eso es una cuestión meramente civil. La enseñanza de la Iglesia es firme y tiene derecho también en la plaza pública a decir que ese es el modelo de familia en el que cree. No se trata de condenar a nadie.

Ese dolor, esa enfermedad, esa muerte, esa falta de libertad, porque Jesucristo ha resucitado, no es la última palabra en la vida

La propuesta del Evangelio de la vida, por ejemplo, para la familia, está en la defensa de la vida, desde el momento inicial al momento final, porque el miembro de la familia es ya ese ser humano concebido, no nacido, es miembro de una familia no estatal, claro, y es miembro de la familia; esa persona que está en su etapa final de vida, que pueda estar inconsciente, que pueda estar con una enfermedad terminal, que pueda estar en coma, no tiene reducido ni un ápice su dignidad humana y ,por lo tanto, sigue siendo un miembro de una familia.

Fui a la capilla, le dije al Señor «que sea lo que Dios quiera o que tú quieras»

Vida

–Parece imponerse una apostasía de la indiferencia, usted como cristiano, no ya como obispo, ¿qué le gustaría testimoniar a los españoles?

–Pues como usted muy bien ha dicho, algo tan sencillo como proponer de nuevo esa novedad radical del Evangelio. Frente a esa apostasía, estar convencidos del carácter renovador que tiene la buena nueva de la salvación. Mire, la primera comunidad cristiana se encontró con una sociedad, una cultura que no era menos adversa al dato evangélico, como podía ser la nuestra. Un grupito pequeño de hombres y de mujeres fueron capaces de transformar aquella sociedad del rincón del Mediterráneo oriental hasta el otro rincón del Mediterráneo occidental. Anunciaron el kerigma: que Jesucristo había muerto y había resucitado y que eso era importante para todos, porque traía un sentido nuevo a la existencia de los hombres y de las mujeres. Sigue habiendo enfermedad, siga habiendo dolor, sigue aún la injusticia, sigue habiendo muerte. Pero ese dolor, esa enfermedad, esa muerte, esa falta de libertad, porque Jesucristo ha resucitado, no es la última palabra en la vida. ¿Qué diferencia había entre esos cristianos y nosotros? Pues que aquellos solo creían de verdad. Y yo no sé si nosotros nos lo creemos de verdad. Hoy Europa es lo que es, pese a quien le pese, gracias a esa herencia de la filosofía griega, del derecho romano y del cristianismo.

El nuevo Secretario de la Conferencia Episcopal, Cesar García Magán

El nuevo Secretario de la Conferencia Episcopal, Cesar García MagánDaniel Vara

–¿ Ha cambiado mucho la vida que tenías trabajando en Toledo?

–Pues ha cambiado radicalmente, ya que tengo que pasar aquí (en la Conferencia Episcopal) media semana. Quiero subrayar la generosidad que ha tenido el arzobispo de Toledo, que aceptó que yo tuviera esta nueva situación, sabiendo que eso tendría consecuencias para la diócesis. Te puedo decir que Dios es el que escribe los renglones de tu vida, a pesar de que a veces no se entienda y sean muy difíciles de leer. Pero hay que tener la convicción que son historia de salvación. Ahora claro, estoy en ese tsunami, estoy desbordado, es brutal. Y dentro de ese jaleo, pues te da un poso como de paz, y con esa paz he llegado aquí. Fui a la capilla, le dije al Señor «que sea lo que Dios quiera o lo que tú quieras», y se acabó.

–¿Qué queda de ese Francisco César que el padre Emiliano Manso envió de seminarista a Toledo?

–De aquel seminarista que llegó a Toledo hace la friolera de 42 años, yo creo que en algunos aspectos era un poco mejor que el de ahora aunque, por otra parte, creo que ahora con una fe más encarnada. ¿Yo ahora me reconocería en aquel muchachito de 18 años? Quizá me reconocería en él, gracias a Dios, en no haber perdido la ilusión. Y luego también con la experiencia.

–¿En qué se diferencia de aquel muchachito?

–Pues que uno se hace como más padre, como más comprensivo, y eso es una riqueza. A lo mejor aquel joven era más de pensar que los manuales y que los principios se podrían aplicar, sin más. Después de 36 años te das cuenta de que sí, los principios por supuesto que siguen vigentes, pero la vida y la situación de las personas y las circunstancias muchas veces son complicados, y hay que buscar también a la persona sin renunciar a los principios.

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