Entrevista al Obispo Erik Varden
Cómo vivir la Semana Santa con toda la intensidad que merece
¿Cómo podemos dar sentido a este ímpetu litúrgico? ¿Cómo prepararnos y qué tener en cuenta para no dejar escapar este valioso tiempo? Erik Varden nos ayuda a comprender el valor de la Semana Santa
La Iglesia se pone en acción en la Semana Santa, tras a Cuaresma. Los principales eventos pasan con velocidad: Domingo de Ramos, la Misa Crismal, la Misa de la Cena del Señor, la celebración de la Pasión el Viernes Santo y de repente estamos parados en una iglesia iluminada en la Vigilia de Pascua. ¿Cómo podemos dar sentido a este ímpetu litúrgico? ¿Cómo prepararnos y qué tener en cuenta? Luke Coppen de The Pillar le hizo la pregunta al Obispo Erik Varden, el monje trapense que es Prelado de Trondheim en Noruega, en esta entrevista traducida por gentileza de Carlos Ezcurra para El Debate.
–La larga lectura del evangelio del Domingo de Ramos describe la Pasión y Muerte de Jesús. ¿Por qué la Iglesia elige relatarnos todos los sucesos, salvo la Resurrección?
–La Iglesia procura que los fieles vivan esta historia en su integridad de modo permanente, para sobrepasar una concepción sólo lineal del tiempo. Seguir la liturgia es desarrollar una capacidad para la sincronicidad que —de este lado de la eternidad— es la experiencia más cercana a vivir más allá del tiempo. Pensemos en la Misa de Gallo. Después de oír el evangelio de la Navidad y una predicación alegre de pronto el pesebre queda ensombrecido por el Calvario: «en la víspera de su Pasión, tomó el pan…». El Niño de Belén es el Cordero de Dios. Esto nos deja atónitos, por ese motivo la Iglesia emplea todos los medios posibles para que lo podamos ver, porque si nos quedamos encerrados en nuestra propia experiencia somos incapaces de entender esto, reduciendo a Dios a nuestra propia historia en vez entrar y crecer en la de Él. Durante la Semana Santa la liturgia nos lanza un desafío constante: comprender y vivir cada una de las partes en función del todo.
–La Semana Santa parece demasiado abrumadora para poder comprenderla acabadamente. ¿Cuál es la mejor manera de acercarnos a ella?
–Lo mejor es no hacer muchos planes. Simplemente caminar paso a paso cada etapa de la Semana Santa como lo hacemos al meditar las estaciones del Via Crucis, con una presencia intensa ante cada una de ellas. Rezar mientras caminamos diciendo: «Señor, abre mis ojos y mi corazón a lo que necesito ver» y luego estar atentos.
¿Cuáles son los subterfugios que empleo para ocultar la verdad sobre mí mismo?
–¿El arte puede ayudarnos o en cambio deberíamos dedicar todo nuestro tiempo libre a la oración personal?
–Pienso que el arte puede ser una forma de oración. No cualquier tipo de arte. Cuando puedo, escucho siempre la Pasión según san Mateo el Viernes Santo por la tarde. Es una obra de una tal profundidad que cualquier comentario mío sonaría superficial. Sin embargo, para mí el recitativo del bajo hacia el final, Am abend, da es kühle war (Mt 27, 51-59) es la parte esencial. Pone en perspectiva la insoportable intensidad de todo lo que precede. Y nos ofrece una clave hermenéutica para nuestra existencia aquí y ahora, en las circunstancias que nos toca vivir. Nos dice que absolutamente todo, incluso nuestro pecado, puede servir el plan de Dios si lo permitimos. ¿Recuerda ese verso del salmo 76 «la cólera humana tendrá que alabarte»? La Iglesia nos invita a cantar ese salmo en las Vigilias del Triduo. Esas palabras nunca dejan de sorprenderme. Hasta la ira puede convertirse en alabanza.
–El Lunes Santo, ¿es este un día significativo o sólo una etapa temporal previa a los grandes sucesos de la Semana Santa?
–Todo es significativo. San Efrén el Sirio (un Doctor, no lo olvidemos, de la Iglesia latina) tiene una maravillosa interpretación de la maldición de la higuera. Al dejarla secarse —dice— el Señor nos muestra que ha cumplido con su función providencial. Adán y Eva —nos recuerda— se cubrieron con hojas de higuera luego de la Caída para ocultar la desnudez de la que se avergonzaban. En un solo instante, con su sacrificio salvífico, Cristo restaurará para toda la humanidad la Túnica de Gloria que perdimos por el pecado, de modo que no habrá necesidad de ocultarnos ni de cubrirnos con cosas materiales. Esto encierra una parábola que, al inicio de la Semana Santa, podemos adoptar para examinarnos. ¿Cuáles son las máscaras y disfraces que me he puesto? ¿Cuáles son los subterfugios que empleo para ocultar la verdad sobre mí mismo y que, de hecho, me impiden convertirme en aquello que, por la gracia, estoy llamado a ser? Así, cada detalle del relato de la Escritura y de la liturgia requiere nuestra atención. Cada detalle nos habla directamente a nosotros.
Sufrir con Judas tiene sentido. Me animo a decir que muchos de nosotros podemos hacer memoria de las traiciones que hemos cometido
–¿Y qué puede decirnos del Martes Santo, que tradicionalmente se centra en la Parábola de las Diez Vírgenes?
–San Serafín de Sarov explicó esta parábola a la luz del don del Espíritu. El fin de la existencia cristiana, dijo él, es adquirir el Espíritu Santo. La cantidad relativa de aceite en las lámparas de las vírgenes no era una medida de su progreso o virtud moral, sino de su configuración con el Espíritu. Todos recibimos el Espíritu en nuestro bautismo —sin enterarnos si nos bautizaron de niños—, y luego dijimos «Sí» al Espíritu en nuestra confirmación, aceptando ser sus vasijas. En cada Misa, en una suerte de segunda epíclesis, si se quiere, el Espíritu es llamado a descender sobre la asamblea con la oración que pide que sean un solo cuerpo y un solo espíritu. Estando a las puertas de la Pascua vale la pena preguntarse, ¿vivo plenamente como un miembro del Cuerpo de Cristo? Si me he alejado de él por mis decisiones o acciones, es un buen momento para hacer reparación, para buscar el perdón.
–El Miércoles Santo es conocido en la tradición anglosajona como el «Miércoles del Espía» en referencia a la traición de Judas. ¿Qué piensa de la tendencia a sentir simpatía por Judas?
–Sufrir con Judas tiene sentido. Me animo a decir que muchos de nosotros podemos hacer memoria de las traiciones que hemos cometido, traiciones que nos parecían irreparables. Donde yo me disociaría de esta tendencia moderna es en su proclividad a justificar la traición, a racionalizarla. El ejemplo de Judas nos recuerda que hay otro camino. La posibilidad de la infidelidad, con toda su carga de tristeza, me invita a ser fiel. Eso es lo importante.
–Los primeros días del Triduo están signados por el oficio de Tinieblas, durante el cual una serie de velas se van apagando de a una, seguido por un strepitus —un ruido fuerte—, en la oscuridad casi completa de la iglesia. ¿Qué piensa del interés en reincorporar este rito?
–Me parece excelente. Puedo pensar en varios lugares donde eso no es necesario porque la celebración de Tinieblas nunca ha cesado. Lo haremos en mi catedral en Trondheim, pero a las 8 de la mañana, no a la noche como es habitual, y sin el strepitus. En nuestro contexto cultural actual, no estoy seguro de que sea posible realizar este signo —lleno de significado— con una espontánea solemnidad sin que pierda la seriedad requerida. En otros lugares puede ser diferente. En cualquier caso, la liturgia de la Semana Santa usa una variedad de medios sensoriales para hacernos apreciar la amplitud de la realidad en la que tenemos la gracia de participar. Tienen como propósito que el mensaje nos entre por los poros de la piel. Y hoy día continúan haciendo exactamente eso mismo.
–El Jueves Santo tiene dos oficios principales: la Misa Crismal y la Misa de la Cena del Señor. La Misa Crismal es una tradición muy antigua y es considerada una de las liturgias más importantes del año. ¿Por qué tiene lugar inmediatamente antes del Triduo?
–Durante la Misa Crismal se bendicen y consagran los santos óleos que la Iglesia usa para ungir a sus fieles. Estos incluyen el crisma utilizado en las ordenaciones. Este es el origen de una costumbre muy bella: la reunión de todo el presbiterio de la diócesis en este día, para hacer visible la unidad del presbiterio alrededor del obispo y para dar gracias por el don del sacerdocio. Hay una continuidad temática entre esta celebración y la Misa de la Cena del Señor, ya que uno de sus aspectos es la institución de la Eucaristía y del sacerdocio ministerial. Luego está el hecho de que los óleos son ungüentos lenitivos, medicinales, que transmiten el poder de sanar y transformar de la gracia que brota del sacrificio del Calvario y de la Resurrección del Señor. La bendición y consagración de los óleos durante la Semana Santa nos recuerda el carácter pascual de todas las gracias, a las que nadie tiene derecho, pero a las que todos estamos invitados a recibir al profesar y vivir la fe pascual de la Iglesia.
Durante mi proceso de conversión, quedé fascinado por la descripción deslumbrante del Triduo que hizo una amiga mía. Ella me dijo que nunca olvidaría esa primera experiencia. Tenía razón. ¿Por qué piensa que es tan impactante?
–En parte porque se trata de una experiencia totalizante, que afecta a muchos niveles. Pero fundamentalmente porque es real. Los cartujos tienen el lema Stat crux dum orbis volvitur, «Mientras el mundo gira, la Cruz firme se yergue». Durante el Triduo sentimos y vislumbramos esto. Intuimos que «sí, de esto se trata. Esto es lo que da sentido a todo lo demás». Nos damos cuenta de que es nuestra participación en la Iglesia la que confiere fuerza a esta percepción. El Cuerpo total, del cual somos miembros, se arrodilla en adoración. Eso no puede sino ser una experiencia impresionante que cambia la vida.
¿Me doy cuenta hasta qué punto Cristo se humilló por mí?
–El Papa Francisco le ha dado una connotación personal a la Misa de la Cena del Señor. En vez de lavar los pies de sacerdotes en la Basílica de San Pedro, él ha salido a prisiones y centros de inmigrantes. Ha incluido mujeres y musulmanes en sus ceremonias del lavado de pies. ¿Cree que esto ha arrojado una nueva luz sobre las acciones de Jesús durante la Última Cena?
–Pienso que sí. Sin embargo, la antigua luz también es importante. No creo que haya necesidad de oponerlas. El rito ha atravesado un largo proceso de evolución, pasó de ser un servicio doméstico celebrado en la casa de los obispos, presumiblemente no lejos de todos los ruidos y olores de la cocina episcopal, a convertirse en un rito litúrgico. La formalización de un gesto no lo hace necesariamente menos real. Es una manera de expresar su universalidad. En estos días el acento está puesto en la inclusión, en no dejar a nadie fuera, lo cual de por sí no es una mala idea, pero se corre el riesgo de acortar la mira al poner el foco en nosotros mismos. Lo importante es entender lo que Dios está haciendo. Hace poco descubrí una frase en la correspondencia de Don Primo Mazzolari, algo que le escribió una persona alejada de la Iglesia: «Quisiera gritároslo en la cara: ¿entendéis de verdad lo que estáis haciendo? Tal vez no lo hayáis entendido nunca. Esta acción [Dios que se arrodilla, como un sirviente, ante la criatura] lo revoluciona todo, ¡y vosotros la convertís en un mero rito!». El criterio auténtico de inclusión no surge de si alguien lava los pies de la comunidad a la que me siento ligado sino: «¿Me doy cuenta hasta qué punto Cristo se humilló por mí? ¿Me mueve eso a seguir su ejemplo?».
No deberíamos perder un solo detalle del método de la Iglesia, esa incomparable pedagoga
–El Viernes Santo «la Cruz requiere toda nuestra atención». ¿Qué aprendemos sobre la Cruz en este día?
–La contemplamos primero como un instrumento de muerte, un objeto de tortura degradante, y luego la vemos como un símbolo de victoria. La transición tiene lugar cuando, después de la lectura de la Pasión, la cruz es llevada al santuario en solemne procesión y nos arrodillamos ante ella antes de cantar el Hagios: «Santo Dios, Santo Fuerte, Santo, Inmortal, ten piedad de nosotros» Así somos parte de la realización de un cambio de paradigma que nos permite entrever la verdad de la que habla San Juan: la Cruz es a la vez un tormento de presencia insoportable y también la epifanía de la gloria. Frente a estas realidades no podemos decir mucho. Pero, si entramos plenamente dentro del rito, nuestros ojos —exteriores e interiores— son abiertos por él.
–La Vigilia Pascual del Sábado Santo es una extraordinaria experiencia sensorial, desde el fuego pascual hasta la iluminación de la iglesia, el tañido de las campanas y el canto del Exsultet. ¿Por qué la Iglesia celebra «a tope» en ese momento?
–Si en algún momento del año estamos llamados a celebrar «a tope» es precisamente en esta noche, en la cual ninguna expresión humana alcanza para describir lo que Dios lleva a cabo. Es maravilloso. No deberíamos perder un solo detalle del método de la Iglesia, esa incomparable pedagoga, que ha descubierto como despertar nuestro sentido del asombro.
–Usted ha dicho «La Pascua lo cambia todo». ¿Nos puede explicar por qué?
–Pienso con frecuencia en una escena de La orquídea blanca, una novela de Sigrid Undset que narra una conversión. Ahí se retrata a Paul Selmer, el protagonista, entrando en la catedral de San Olaf en Oslo muy entrada la noche, luego de una velada de excesos. Se considera agnóstico, pero conoce la fe a través de la familia católica que lo hospeda como inquilino. Mientras está sentado en la oscuridad de la iglesia, ve a la distancia la luz titilante del sagrario. De pronto se le ocurre que, si esa pequeña llama estuviera diciendo la verdad, es decir, si Dios estuviera realmente presente allí, entonces la vida tendría que ser replanteada completamente porque nada sería como lo había creído hasta ese momento. La Pascua es lo que permite esta comprensión. Proclama que lo que pensamos que define nuestras vidas —la transitoriedad, la muerte, las heridas afectivas— no es, en realidad, final: hay un bálsamo en Galaad (Jer 8, 22) que nos sana ahora y que destruye todo lo que sabotea nuestra alegría. Así, la realidad es transformada. Entramos en una dimensión enteramente nueva del ser, si tenemos el coraje y el amor necesarios.