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Fernando García Cadiñanos

Fernando García CadiñanosCEE

Entrevista al obispo de Mondoñedo-Ferrol

Fernando García Cadiñanos: «Todo chico y chica se tiene que plantear la vida como vocación»

El sacerdote Fernando García Cadiñanos, hasta ahora vicario general de Burgos, ha sido designado nuevo obispo de Mondoñedo-Ferrol, ocupando el cargo que desempeñó hasta finales del año pasado Luis Ángel de las Heras, ahora al frente de la diócesis de León

Fernando García Cadiñanos, nacido en Burgos en 1968, fue ordenado el 26 de junio de 1993 en la iglesia del Carmen de Burgos. En 1997 es enviado a Roma, donde obtiene la Licenciatura en Ciencias Sociales-Especialidad Doctrina y Ética sociales por la Universidad Gregoriana de Roma.

Profesor en la Facultad de Teología del Norte de España en su sede de Burgos donde impartió el curso de Teología Moral Social. Igualmente es el director del Aula de Doctrina Social de la Iglesia de dicha Facultad. Ha participado en numerosas conferencias, congresos y cursos de formación en torno a Cáritas, la Doctrina Social de la Iglesia, la caridad.

Su actividad pastoral comienza en la parroquia de Santa Catalina de Aranda de Duero, donde fue vicario parroquial, compaginando el cargo de delegado diocesano de Pastoral Obrera. Tras su paso por Roma, es nombrado párroco de Solarana y otras nueve parroquias, así como secretario del Departamento de Formación Sociopolítica. Desde el año 2004 atendía, además, la parroquia de Villalmanzo, y en ese año también fue nombrado párroco de Nuestra Señora de las Nieves en Burgos. Un año después, recibió el nombramiento de delegado diocesano de Cáritas, vicario general de la diócesis de Burgos y moderador de Curia.

Fernando García Cadiñanos, en la celebración de la fiesta de san Julián

Fernando García Cadiñanos, en la celebración de la fiesta de san JuliánObispado de Mondoñedo-Ferrol

–¿Cuéntenos los recuerdos de su infancia, su familia? ¿Se vivía la fe en su casa?

–Mi infancia fue una normal, como la de cualquier niño de los años 70. Mi familia es muy sencilla, trabajadora. Solo había un sueldo en casa y éramos cuatro en la familia: eso hacía que mi padre debiera de trabajar muchas horas para llevar el sustento a casa. Mi madre estuvo siempre pendiente de todo lo que era el hogar y el cuidado de todos. En el barrio había mucha interrelación entre las familias que jugábamos mucho en la calle. El ambiente era muy distinto al de ahora, más sencillo, sin tanto consumismo, más cercano. La casa siempre estaba abierta a familiares y gentes que pasaban. Fui a un colegio católico. Era lo lógico en una familia donde la fe siempre estuvo muy presente, con el rezo del rosario y la participación dominical en la Eucaristía. La fe se vivió sin dificultad, como un elemento que formaba parte de la vida habitual de las personas.

–¿Recuerda su llamada al sacerdocio?

–Yo tengo un hermano, también sacerdote, mayor que yo, que entró en el seminario. Eso hizo que todos los domingos fuéramos a verlo, que pasara muchas tardes de domingo en el cine con los seminaristas, que el verano fuera a la piscina con ellos. Tenía mucha relación con los seminaristas y con la vida parroquial donde participaba en la catequesis y como monaguillo. De ahí que la invitación a participar en la vida del seminario fuera algo normal, y que entraba en lo esperable. Una vez en el seminario el proceso de discernimiento hizo que viera que la llamada al sacerdocio era lo que el Señor me pedía y solicitaba para mi vida. Fue un proceso normal.

Bautizo de adultos en Ferrol

Bautizo de adultos en FerrolObispado de Mondoñedo-Ferrol

–Su época en el seminario ¿Qué importancia tuvieron esos años?

–Yo entré en el seminario menor con trece años. Allí estuve hasta la ordenación con veinticinco. Fueron años muy hermosos. Los primeros, en el menor, con muchos chicos de mi edad. Poco a poco el número fue bajando, pero siempre fue un grupo de talla profundamente humana y humanizadora. La comunidad del seminario era muy enriquecedora: había gente con muchas cualidades que te aportaban y te ayudaban a crecer, gentes con las que hice mucha amistad y compartí esperanzas, ilusiones, problemas. Había una experiencia de vida, de mundo y sociedad, de Iglesia, de encuentro con Jesús que se compartía y que fue muy hermosa. Fueron años muy bonitos donde se iba configurando un sueño compartido.

–¿Cómo fueron sus años en Roma?

–Mis estudios en Roma no entraban en lo predecible. Siempre he sentido que el Señor me ha ido llevando, sin pedir yo nada y sin proveer el futuro que siempre ha estado en las manos de Dios. Fue una petición que me hizo el arzobispo del momento para profundizar en la enseñanza social y empalmar con una sensibilidad especial que había ido cultivando: mi acercamiento al dolor, a la lucha por la justicia, a la realidad del mundo obrero. Recuerdo perfectamente el día y lugar que le confirmé, porque fue el día del asesinato de Miguel Ángel Blanco. Los años en Roma fueron tiempo de estudio, de descubrir la universalidad de la Iglesia, de entrar en contacto con otras realidades eclesiales. Años para asentar una necesaria formación que entrara en diálogo y encuentro con el mundo de hoy.

Misa en envió a la JMJ de los jóvenes de la diócesis de Mondoñedo-Ferrol

Misa en envió a la JMJ de los jóvenes de la diócesis de Mondoñedo-FerrolObispado de Mondoñedo-Ferrol

–¿Cambia la vida de Vicario General de Burgos a Obispo de Mondoñedo-Ferrol?

–Total, y radicalmente. Es un cambio de lugar a otro contexto muy diferente al de mi tierra natal. Vengo a una tierra diferente, con una cultura distinta: costumbres, lengua, tradiciones, valores, formas eclesiales… Es un proceso de encarnación que siempre supone desgarro y enriquecimiento, con las dificultades normales. Junto a ello, es un cambio de lugar eclesial y social desde el que situarse y mirar la vida y la Iglesia. Un lugar que siempre es complejo y, a veces, complicamos más. Eso conlleva responsabilidad, miedos, complejos, formación… Pero es también una experiencia gozosa y llena de vida: una Iglesia rica en tradición, en sabiduría, en frutos. Un presbiterio cercano y sencillo, entregado. Una sociedad acogedora y humana. Una fe de gentes sencillas que viven la belleza del Evangelio.

–¿Qué aportará el Sínodo?

–Sin duda que el Sínodo va a suponer una experiencia de profundización en lo que está suponiendo el Pontificado de Francisco. Se trata de descubrir y profundizar en la experiencia de caminar juntos, de sentirnos Iglesia y avanzar en el sentido de pertenencia. El Sínodo está siendo ya en lo que significa superar el clericalismo para avanzar en la corresponsabilidad. Se trata de avanzar en la conversión pastoral, de redescubrir una manera de ser Iglesia en una situación como la que vivimos de secularización, de desierto, de comunidades pequeñas insignificantes pero llamadas a ser significativas.

Fiesta sacerdotal de San Juan de Ávila en la diócesis

Fiesta sacerdotal de San Juan de Ávila en la diócesisObispado de Mondoñedo-Ferrol

–¿Qué consejo le daría a un joven que se plantea la vocación?

–Todo chico y chica se tiene que plantear la vida como vocación. Esta cobra un significado totalmente distinto si la vivimos como respuesta a una llamada previa al servicio y a la entrega. La vida como vocación es vivir la vida como cristiano, sin más. Es el fruto de encontrarse con Jesús que cuenta contigo, que te extiende la mano para continuar su misión en un lugar, en el lugar donde Dios quiere. Esa vida como vocación adquiere una belleza especial cuando se descubre la llamada al sacerdocio, una forma concreta del seguimiento que todos hacemos a Jesús. En ese caso, yo le aconsejaría dos cosas: que se deje acompañar por alguien con más experiencia que le ayude en su necesario discernimiento y que descubra la belleza de la Iglesia en toda su pluralidad de formas y expresiones que le ayudará a situarse mejor.

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