Fundado en 1910
Escuchando un pasaje del Evangelio de san Mateo —el discurso de Jesús a los Apóstoles enviados a la misión—, Francisco se sintió llamado a vivir en la pobreza y a dedicarse a la predicación. Otros compañeros se asociaron a él y en 1209 fue a Roma, para someter al Papa Inocencio III el proyecto de una nueva forma de vida cristiana. Recibió una acogida paterna de aquel gran Pontífice, que, iluminado por el Señor, intuyó el origen divino del movimiento suscitado por Francisco. El "Poverello" de Asís había comprendido que todo carisma que da el Espíritu Santo hay que ponerlo al servicio del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia; por lo tanto, actuó siempre en plena comunión con la autoridad eclesiástica. En la vida de los santos no existe contraste entre carisma profético y carisma de gobierno y, si se crea alguna tensión, saben esperar con paciencia los tiempos del Espíritu Santo. En realidad, en el siglo XIX y también en el siglo pasado algunos historiadores intentaron crear detrás del Francisco de la tradición, lo que llamaban un Francisco histórico, de la misma manera que detrás del Jesús de los Evangelios se intenta crear lo que llaman el Jesús histórico. Ese Francisco histórico no habría sido un hombre de Iglesia, sino un hombre unido inmediatamente sólo a Cristo, un hombre que quería crear una renovación del pueblo de Dios, sin formas canónicas y sin jerarquía. La verdad es que san Francisco tuvo realmente una relación muy inmediata con Jesús y con la Palabra de Dios, que quería seguir sine glossa, tal como es, en toda su radicalidad y verdad. También es verdad que inicialmente no tenía la intención de crear una Orden con las formas canónicas necesarias, sino que, simplemente, con la Palabra de Dios y la presencia del Señor, quería renovar el pueblo de Dios, convocarlo de nuevo a escuchar la Palabra y a obedecer a Cristo. Además, sabía que Cristo nunca es "mío", sino que siempre es "nuestro"; que a Cristo no puedo tenerlo "yo" y reconstruir "yo" contra la Iglesia, su voluntad y sus enseñanzas; sino que sólo en la comunión de la Iglesia construida sobre la sucesión de los Apóstoles se renueva también la obediencia a la Palabra de Dios. También es verdad que no tenía intención de crear una nueva Orden, sino solamente renovar el pueblo de Dios para el Señor que viene. Pero entendió con sufrimiento y con dolor que todo debe tener su orden, que también el derecho de la Iglesia es necesario para dar forma a la renovación y así en realidad se insertó totalmente, con el corazón, en la comunión de la Iglesia, con el Papa y con los obispos. Sabía asimismo que el centro de la Iglesia es la Eucaristía, donde el Cuerpo de Cristo y su Sangre se hacen presentes. A través del Sacerdocio, la Eucaristía es la Iglesia. Donde sacerdocio y Cristo y comunión de la Iglesia van juntos, sólo aquí habita también la Palabra de Dios. El verdadero Francisco histórico es el Francisco de la Iglesia y precisamente de este modo habla también a los no creyentes, a los creyentes de otras confesiones y religiones. Francisco y sus frailes, cada vez más numerosos, se establecieron en "la Porziuncola", o iglesia de Santa María de los Ángeles, lugar sagrado por excelencia de la espiritualidad franciscana. También Clara, una joven de Asís, de familia noble, se unió a la escuela de Francisco. Así nació la Segunda Orden franciscana, la de las clarisas, otra experiencia destinada a dar insignes frutos de santidad en la Iglesia. También el sucesor de Inocencio III, el Papa Honorio III, con su bula Cum dilecti de 1218 sostuvo el desarrollo singular de los primeros Frailes Menores, que iban abriendo sus misiones en distintos países de Europa, incluso en Marruecos. En 1219 Francisco obtuvo permiso para ir a Egipto a hablar con el sultán musulmán Melek-el-Kâmel, para predicar también allí el Evangelio de Jesús. Deseo subrayar este episodio de la vida de san Francisco, que tiene una gran actualidad. En una época en la cual existía un enfrentamiento entre el cristianismo y el islam, Francisco, armado voluntariamente sólo de su fe y de su mansedumbre personal, recorrió con eficacia el camino del diálogo. Las crónicas nos narran que el sultán musulmán le brindó una acogida benévola y un recibimiento cordial. Es un modelo en el que también hoy deberían inspirarse las relaciones entre cristianos y musulmanes: promover un diálogo en la verdad, en el respeto recíproco y en la comprensión mutua (cf. Nostra aetate, 3). Parece ser que después, en 1220, Francisco visitó la Tierra Santa, plantando así una semilla que daría mucho fruto: en efecto, sus hijos espirituales hicieron de los Lugares donde vivió Jesús un ámbito privilegiado de su misión. Hoy pienso con gratitud en los grandes méritos de la Custodia franciscana de Tierra Santa. A su regreso a Italia, Francisco encomendó el gobierno de la Orden a su vicario, fray Pietro Cattani, mientras que el Papa encomendó la Orden, que recogía cada vez más adhesiones, a la protección del cardenal Ugolino, el futuro Sumo Pontífice Gregorio IX. Por su parte, el Fundador, completamente dedicado a la predicación, que llevaba a cabo con gran éxito, redactó una Regla, que fue aprobada más tarde por el Papa. En 1224, en el eremitorio de la Verna, Francisco ve el Crucifijo en la forma de un serafín y en el encuentro con el serafín crucificado recibe los estigmas; así llega a ser uno con Cristo crucificado: un don, por lo tanto, que expresa su íntima identificación con el Señor. La muerte de Francisco —su transitus— aconteció la tarde del 3 de octubre de 1226, en "la Porziuncola". Después de bendecir a sus hijos espirituales, murió, recostado sobre la tierra desnuda. Dos años más tarde el Papa Gregorio IX lo inscribió en el catálogo de los santos. Poco tiempo después, en Asís se construyó una gran basílica en su honor, que todavía hoy es meta de numerosísimos peregrinos, que pueden venerar la tumba del santo y gozar de la visión de los frescos de Giotto, el pintor que ilustró de modo magnífico la vida de Francisco. Se ha dicho que Francisco representa un alter Christus, era verdaderamente un icono vivo de Cristo. También fue denominado "el hermano de Jesús". De hecho, este era su ideal: ser como Jesús; contemplar el Cristo del Evangelio, amarlo intensamente, imitar sus virtudes. En particular, quiso dar un valor fundamental a la pobreza interior y exterior, enseñándola también a sus hijos espirituales. La primera Bienaventuranza en el Sermón de la montaña —Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5, 3)— encontró una luminosa realización en la vida y en las palabras de san Francisco. Queridos amigos, los santos son realmente los mejores intérpretes de la Biblia; encarnando en su vida la Palabra de Dios, la hacen más atractiva que nunca, de manera que verdaderamente habla con nosotros. El testimonio de Francisco, que amó la pobreza para seguir a Cristo con entrega y libertad totales, sigue siendo también para nosotros una invitación a cultivar la pobreza interior para crecer en la confianza en Dios, uniendo asimismo un estilo de vida sobrio y un desprendimiento de los bienes materiales. En Francisco el amor a Cristo se expresó de modo especial en la adoración del Santísimo Sacramento de la Eucaristía. En las Fuentes franciscanas se leen expresiones conmovedoras, como esta: "¡Tiemble el hombre todo entero, estremézcase el mundo todo y exulte el cielo cuando Cristo, el Hijo de Dios vivo, se encuentra sobre el altar en manos del sacerdote! ¡Oh celsitud admirable y condescendencia asombrosa! ¡Oh sublime humildad, oh humilde sublimidad: que el Señor del mundo universo, Dios e Hijo de Dios, se humilla hasta el punto de esconderse, para nuestra salvación, bajo una pequeña forma de pan!" (Francisco de Asís, Escritos, Editrici Francescane, Padua 2002, p. 401). En este Año sacerdotal me complace recordar también una recomendación que Francisco dirigió a los sacerdotes: "Siempre que quieran celebrar la misa ofrezcan purificados, con pureza y reverencia, el verdadero sacrificio del santísimo Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo" (ib., 399). Francisco siempre mostraba una gran deferencia hacia los sacerdotes, y recomendaba que se les respetara siempre, incluso en el caso de que personalmente fueran poco dignos. Como motivación de este profundo respeto señalaba el hecho de que han recibido el don de consagrar la Eucaristía. Queridos hermanos en el sacerdocio, no olvidemos nunca esta enseñanza: la santidad de la Eucaristía nos pide ser puros, vivir de modo coherente con el Misterio que celebramos. Del amor a Cristo nace el amor hacia las personas y también hacia todas las criaturas de Dios. Este es otro rasgo característico de la espiritualidad de Francisco: el sentido de la fraternidad universal y el amor a la creación, que le inspiró el célebre Cántico de las criaturas. Es un mensaje muy actual. Como recordé en mi reciente encíclica Caritas in veritate, sólo es sostenible un desarrollo que respete la creación y que no perjudique el medio ambiente (cf. nn. 48-52), y en el Mensaje para la Jornada mundial de la paz de este año subrayé que también la construcción de una paz sólida está vinculada al respeto de la creación. Francisco nos recuerda que en la creación se despliega la sabiduría y la benevolencia del Creador. Él entiende la naturaleza como un lenguaje en el que Dios habla con nosotros, en el que la realidad se vuelve transparente y podemos hablar de Dios y con Dios.

San Francisco en el desierto, de Giovanni Bellini

San Francisco: el pobrecito de Asís que ostenta el récord de milagros

Francisco era un joven carismático e inspirador. Se le unieron amigos y conocidos que encontraron en él una fuerza evangelizadora única. Con ellos, Francisco viajó a Roma en 1209 para obtener del Papa Inocencio III la autorización de la regla de vida para él y sus frailes

El 4 de octubre es la fiesta de san Francisco de Asís, uno de los santos más populares del mundo. Aunque lo común es que la festividad de un santo se celebre el mismo día de su muerte –san Francisco murió el 3 de octubre de 1226– pero cuando fue canonizado Gregorio IX estableció la fecha de su fiesta el 4 de octubre.

Muchos conocen la historia de Francisco, hijo de un comerciante de paños que amaba Francia (de ahí que llamara Francisco a su hijo). Dos veces se alistó en el ejército. Primero participó como voluntario en la guerra entre las ciudades de Perusa y Asís. Después continuó su compromiso como soldado contra las tropas del Papa en el sur de Italia, pero cuando llegó a la ciudad de Spoleto, oyó una voz misteriosa que le instaba a regresar a Asís. Una voz interior a la que decidió obedecer, iniciando su conversión. El primer contacto directo con Dios que relatan las crónicas franciscanas es mientras rezaba ante el Crucifijo colocado en la capilla de San Damián, cuando había recibido de Jesús, en una visión, una petición perentoria: «Ve y repara mi Iglesia». Fue el comienzo de un camino de fe que le llevó a renunciar a las riquezas de la herencia paterna y a despojarse de todo lujo, para llevar un estilo de vida pobre y esencial.

San Francisco de Asís por José de Ribera

San Francisco de Asís por José de RiberaWikimedia Commons

La Iglesia atravesaba una profunda crisis y necesitaba una gran reforma interna. Francisco era un joven carismático e inspirador. Se le unieron amigos y conocidos que encontraron en él una fuerza evangelizadora única. Con este núcleo inicial de compañeros, Francisco viajó a Roma en 1209 para obtener del Papa Inocencio III la autorización de la regla de vida para él y sus frailes. Tras algunas dudas iniciales, el Pontífice concedió a Francisco su aprobación oral para su Orden de Hermanos Menores. Los frailes iniciaron una predicación que pronto se extendió por todo el mundo y fundaron cientos de conventos. Una orden femenina, las Clarisas, fundada por santa Clara, una noble que renunció a toda riqueza para seguir la predicación de Francisco. En 1224, el futuro santo de Asís recibió los estigmas y pasó los últimos años de su vida aquejado de diversas enfermedades que le llevaron a la muerte con sólo 44 años, rodeado del cariño de sus hermanos.

No todo el mundo sabe que san Francisco es un santo con récord de milagros, ya que realizó numerosos en vida, relatados en las fuentes franciscanas, así como miles que se le atribuyeron después de su muerte. En el proceso de canonización del Santo, cuarenta fueron relatados y reconocidos por las Autoridades Eclesiásticas: son los oficiales realizados por Francisco. Tanto es así que su canonización tuvo lugar muy rápidamente: el 16 de julio de 1228, poco más de dos años después de su muerte, y aún hoy, el santo de Asís es venerado como alter Christus, un segundo Cristo.

San Francisco resucita a una niña, de Antonio Carnicero Mancio

San Francisco resucita a una niña, de Antonio Carnicero MancioMuseo Nacional del Prado

Los relatos de los milagros incluidos en el proceso de canonización son realmente extraordinarios. Uno de ellos se asemeja al famoso milagro de Jesús resucitando a Lázaro y se refiere a una mujer, particularmente devota del santo, cuyo cadáver se despertó durante el velatorio. La mujer, en presencia de muchas personas escandalizadas por su estado, pide primero confesión al sacerdote. Y una vez terminada su confesión, el sacerdote le confiesa: «Yo esperaba ser condenada a una dura pena, pero san Francisco pidió y obtuvo para mí la gracia de volver a la vida, arrepentirme y confesar todos mis pecados». Tras estas palabras, la mujer volvió a dormirse sin despertar jamás.

Un episodio similar ocurrió en el pueblo de Pomarico, en el sur de Italia, donde una niña, muy querida por sus padres, murió repentinamente. La desconsolada madre rogó y suplicó la intervención de san Francisco. El santo de Asís se le apareció y le aseguró el destino de su querida hija. Poco después, la pequeña se despertó ante el asombro de los presentes, y se levantó como si nada hubiera pasado. En todo el mundo se cuentan varios milagros de personas resucitadas por intercesión de san Francisco.

Las fuentes franciscanas relatan el rescate de un muchacho que se había ahogado y al que se daba por muerto tras ser sacado del río; la recuperación de una muchacha que se había desplomado bajo las ruinas de su piso; la vuelta a la vida de un joven que se había golpeado la cabeza tras caer de una pila de leña. Es muy complejo establecer si se trataba de casos de muerte aparente, pero el denominador común de estos episodios es que se produjeron en presencia de muchas personas.

Sin embargo, en el centro de esta Iglesia en ruinas está el Crucifijo y habla: llama a la renovación, llama a Francisco a un trabajo manual para reparar concretamente la iglesita de san Damián, símbolo de la llamada más profunda a renovar la Iglesia de Cristo, con su radicalidad de fe y con su entusiasmo de amor a Cristo. Este acontecimiento, que probablemente tuvo lugar en 1205, recuerda otro acontecimiento parecido que sucedió en 1207: el sueño del Papa Inocencio III, quien en sueños ve que la basílica de San Juan de Letrán, la iglesia madre de todas las iglesias, se está derrumbando y un religioso pequeño e insignificante sostiene con sus hombros la iglesia para que no se derrumbe. Es interesante observar, por una parte, que no es el Papa quien ayuda para que la iglesia no se derrumbe, sino un pequeño e insignificante religioso, que el Papa reconoce en Francisco cuando este lo visita. Inocencio III era un Papa poderoso, de gran cultura teológica y gran poder político; sin embargo, no es él quien renueva la Iglesia, sino el pequeño e insignificante religioso: es san Francisco, llamado por Dios. Pero, por otra parte, es importante observar que san Francisco no renueva la Iglesia sin el Papa o en contra de él, sino sólo en comunión con él. Las dos realidades van juntas: el Sucesor de Pedro, los obispos, la Iglesia fundada en la sucesión de los Apóstoles y el carisma nuevo que el Espíritu Santo crea en ese momento para renovar la Iglesia. En la unidad crece la verdadera renovación. Volvamos a la vida de san Francisco. Puesto que su padre Bernardone le reprochaba su excesiva generosidad con los pobres, Francisco, ante el obispo de Asís, con un gesto simbólico se despojó de sus vestidos, indicando así que renunciaba a la herencia paterna: como en el momento de la creación, Francisco no tiene nada más que la vida que Dios le ha dado, a cuyas manos se entrega. Desde entonces vivió como un eremita, hasta que, en 1208, tuvo lugar otro acontecimiento fundamental en el itinerario de su conversión. Escuchando un pasaje del Evangelio de san Mateo —el discurso de Jesús a los Apóstoles enviados a la misión—, Francisco se sintió llamado a vivir en la pobreza y a dedicarse a la predicación. Otros compañeros se asociaron a él y en 1209 fue a Roma, para someter al Papa Inocencio III el proyecto de una nueva forma de vida cristiana. Recibió una acogida paterna de aquel gran Pontífice, que, iluminado por el Señor, intuyó el origen divino del movimiento suscitado por Francisco. El "Poverello" de Asís había comprendido que todo carisma que da el Espíritu Santo hay que ponerlo al servicio del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia; por lo tanto, actuó siempre en plena comunión con la autoridad eclesiástica. En la vida de los santos no existe contraste entre carisma profético y carisma de gobierno y, si se crea alguna tensión, saben esperar con paciencia los tiempos del Espíritu Santo. En realidad, en el siglo XIX y también en el siglo pasado algunos historiadores intentaron crear detrás del Francisco de la tradición, lo que llamaban un Francisco histórico, de la misma manera que detrás del Jesús de los Evangelios se intenta crear lo que llaman el Jesús histórico. Ese Francisco histórico no habría sido un hombre de Iglesia, sino un hombre unido inmediatamente sólo a Cristo, un hombre que quería crear una renovación del pueblo de Dios, sin formas canónicas y sin jerarquía. La verdad es que san Francisco tuvo realmente una relación muy inmediata con Jesús y con la Palabra de Dios, que quería seguir sine glossa, tal como es, en toda su radicalidad y verdad. También es verdad que inicialmente no tenía la intención de crear una Orden con las formas canónicas necesarias, sino que, simplemente, con la Palabra de Dios y la presencia del Señor, quería renovar el pueblo de Dios, convocarlo de nuevo a escuchar la Palabra y a obedecer a Cristo. Además, sabía que Cristo nunca es "mío", sino que siempre es "nuestro"; que a Cristo no puedo tenerlo "yo" y reconstruir "yo" contra la Iglesia, su voluntad y sus enseñanzas; sino que sólo en la comunión de la Iglesia construida sobre la sucesión de los Apóstoles se renueva también la obediencia a la Palabra de Dios. También es verdad que no tenía intención de crear una nueva Orden, sino solamente renovar el pueblo de Dios para el Señor que viene. Pero entendió con sufrimiento y con dolor que todo debe tener su orden, que también el derecho de la Iglesia es necesario para dar forma a la renovación y así en realidad se insertó totalmente, con el corazón, en la comunión de la Iglesia, con el Papa y con los obispos. Sabía asimismo que el centro de la Iglesia es la Eucaristía, donde el Cuerpo de Cristo y su Sangre se hacen presentes. A través del Sacerdocio, la Eucaristía es la Iglesia. Donde sacerdocio y Cristo y comunión de la Iglesia van juntos, sólo aquí habita también la Palabra de Dios. El verdadero Francisco histórico es el Francisco de la Iglesia y precisamente de este modo habla también a los no creyentes, a los creyentes de otras confesiones y religiones. Francisco y sus frailes, cada vez más numerosos, se establecieron en "la Porziuncola", o iglesia de Santa María de los Ángeles, lugar sagrado por excelencia de la espiritualidad franciscana. También Clara, una joven de Asís, de familia noble, se unió a la escuela de Francisco. Así nació la Segunda Orden franciscana, la de las clarisas, otra experiencia destinada a dar insignes frutos de santidad en la Iglesia. También el sucesor de Inocencio III, el Papa Honorio III, con su bula Cum dilecti de 1218 sostuvo el desarrollo singular de los primeros Frailes Menores, que iban abriendo sus misiones en distintos países de Europa, incluso en Marruecos. En 1219 Francisco obtuvo permiso para ir a Egipto a hablar con el sultán musulmán Melek-el-Kâmel, para predicar también allí el Evangelio de Jesús. Deseo subrayar este episodio de la vida de san Francisco, que tiene una gran actualidad. En una época en la cual existía un enfrentamiento entre el cristianismo y el islam, Francisco, armado voluntariamente sólo de su fe y de su mansedumbre personal, recorrió con eficacia el camino del diálogo. Las crónicas nos narran que el sultán musulmán le brindó una acogida benévola y un recibimiento cordial. Es un modelo en el que también hoy deberían inspirarse las relaciones entre cristianos y musulmanes: promover un diálogo en la verdad, en el respeto recíproco y en la comprensión mutua (cf. Nostra aetate, 3). Parece ser que después, en 1220, Francisco visitó la Tierra Santa, plantando así una semilla que daría mucho fruto: en efecto, sus hijos espirituales hicieron de los Lugares donde vivió Jesús un ámbito privilegiado de su misión. Hoy pienso con gratitud en los grandes méritos de la Custodia franciscana de Tierra Santa. A su regreso a Italia, Francisco encomendó el gobierno de la Orden a su vicario, fray Pietro Cattani, mientras que el Papa encomendó la Orden, que recogía cada vez más adhesiones, a la protección del cardenal Ugolino, el futuro Sumo Pontífice Gregorio IX. Por su parte, el Fundador, completamente dedicado a la predicación, que llevaba a cabo con gran éxito, redactó una Regla, que fue aprobada más tarde por el Papa. En 1224, en el eremitorio de la Verna, Francisco ve el Crucifijo en la forma de un serafín y en el encuentro con el serafín crucificado recibe los estigmas; así llega a ser uno con Cristo crucificado: un don, por lo tanto, que expresa su íntima identificación con el Señor. La muerte de Francisco —su transitus— aconteció la tarde del 3 de octubre de 1226, en "la Porziuncola". Después de bendecir a sus hijos espirituales, murió, recostado sobre la tierra desnuda. Dos años más tarde el Papa Gregorio IX lo inscribió en el catálogo de los santos. Poco tiempo después, en Asís se construyó una gran basílica en su honor, que todavía hoy es meta de numerosísimos peregrinos, que pueden venerar la tumba del santo y gozar de la visión de los frescos de Giotto, el pintor que ilustró de modo magnífico la vida de Francisco. Se ha dicho que Francisco representa un alter Christus, era verdaderamente un icono vivo de Cristo. También fue denominado "el hermano de Jesús". De hecho, este era su ideal: ser como Jesús; contemplar el Cristo del Evangelio, amarlo intensamente, imitar sus virtudes. En particular, quiso dar un valor fundamental a la pobreza interior y exterior, enseñándola también a sus hijos espirituales. La primera Bienaventuranza en el Sermón de la montaña —Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5, 3)— encontró una luminosa realización en la vida y en las palabras de san Francisco. Queridos amigos, los santos son realmente los mejores intérpretes de la Biblia; encarnando en su vida la Palabra de Dios, la hacen más atractiva que nunca, de manera que verdaderamente habla con nosotros. El testimonio de Francisco, que amó la pobreza para seguir a Cristo con entrega y libertad totales, sigue siendo también para nosotros una invitación a cultivar la pobreza interior para crecer en la confianza en Dios, uniendo asimismo un estilo de vida sobrio y un desprendimiento de los bienes materiales. En Francisco el amor a Cristo se expresó de modo especial en la adoración del Santísimo Sacramento de la Eucaristía. En las Fuentes franciscanas se leen expresiones conmovedoras, como esta: "¡Tiemble el hombre todo entero, estremézcase el mundo todo y exulte el cielo cuando Cristo, el Hijo de Dios vivo, se encuentra sobre el altar en manos del sacerdote! ¡Oh celsitud admirable y condescendencia asombrosa! ¡Oh sublime humildad, oh humilde sublimidad: que el Señor del mundo universo, Dios e Hijo de Dios, se humilla hasta el punto de esconderse, para nuestra salvación, bajo una pequeña forma de pan!" (Francisco de Asís, Escritos, Editrici Francescane, Padua 2002, p. 401). En este Año sacerdotal me complace recordar también una recomendación que Francisco dirigió a los sacerdotes: "Siempre que quieran celebrar la misa ofrezcan purificados, con pureza y reverencia, el verdadero sacrificio del santísimo Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo" (ib., 399). Francisco siempre mostraba una gran deferencia hacia los sacerdotes, y recomendaba que se les respetara siempre, incluso en el caso de que personalmente fueran poco dignos. Como motivación de este profundo respeto señalaba el hecho de que han recibido el don de consagrar la Eucaristía. Queridos hermanos en el sacerdocio, no olvidemos nunca esta enseñanza: la santidad de la Eucaristía nos pide ser puros, vivir de modo coherente con el Misterio que celebramos. Del amor a Cristo nace el amor hacia las personas y también hacia todas las criaturas de Dios. Este es otro rasgo característico de la espiritualidad de Francisco: el sentido de la fraternidad universal y el amor a la creación, que le inspiró el célebre Cántico de las criaturas. Es un mensaje muy actual. Como recordé en mi reciente encíclica Caritas in veritate, sólo es sostenible un desarrollo que respete la creación y que no perjudique el medio ambiente (cf. nn. 48-52), y en el Mensaje para la Jornada mundial de la paz de este año subrayé que también la construcción de una paz sólida está vinculada al respeto de la creación. Francisco nos recuerda que en la creación se despliega la sabiduría y la benevolencia del Creador. Él entiende la naturaleza como un lenguaje en el que Dios habla con nosotros, en el que la realidad se vuelve transparente y podemos hablar de Dios y con Dios.

Renuncia a todo bien terrenal, a pesar de la ira de su padre, y se refugia en los brazos del Obispo GuíaGiotto

Las curaciones milagrosas de los ojos también son atribuidas a Francisco por las Fuentes Franciscanas y revividas en el proceso canónico. El más sensacional ocurrió en la ciudad de Tebas, donde vivía una mujer devota de san Francisco y ciega de nacimiento. La víspera de la fiesta del santo, había ayunado para presentarle sus respetos. Al día siguiente la llevaron a la iglesia de los frailes para asistir a la Santa Misa, y durante el acto de elevación del Cuerpo de Cristo sus ojos se iluminaron de repente. Inmediatamente, de alegría, prorrumpió en gritos de júbilo a los que se unieron los numerosos presentes.

Aún más dramático es el caso de un hombre, en la ciudad de Asís, al que le arrancaron los ojos por un supuesto robo. Llorando por su inocencia, imploró la ayuda del santo. Francisco no fue insensible a las súplicas del hombre y obtuvo la gracia de Jesús. Al cabo de tres días, al ciego le brotaron milagrosamente nuevos ojos, aunque más pequeños, y con ellos la vista.

Cerca de Roma, se atestigua la curación de un tumor. A causa de él, un hombre había perdido una pierna, pero decidió recurrir a San Francisco para ser curado. El santo se le había aparecido y, con un bastón en forma de Tau, había tocado la parte enferma de su pierna, curándola al instante.

San Francisco recibe los estigmas en el monte Verna, de Giotto

San Francisco recibe los estigmas en el monte Verna, de Giotto

¿Qué es la cruz de tau?

La Tau es una cruz en forma de T que llevan los franciscanos y simboliza la última letra del alfabeto hebreo, que indicaba la plenitud como la omega griega, es decir, Dios entendido no sólo como principio sino también como fin de todo. Además, los cristianos la adoptaron porque su forma recuerda la Cruz en la que Cristo se sacrificó por la salvación del mundo.

Entre los muchos milagros, los Fioretti que narran los prodigios de san Francisco mencionan uno muy significativo porque se refiere a la conversión de un avaro llamado Silvestre que exigía a Francisco mucho más dinero en pago por las piedras que el santo le había pedido para reconstruir las iglesias.

El pequeño fraile le había satisfecho sacando del dinero que el confiado Bernardo había reunido ayudándole en su búsqueda, pero, en las noches siguientes, Silvestre tuvo visiones divinas que le mostraron toda la luminosa santidad de Francisco y la mezquindad de sus acciones, llevándole a la conversión, al ingreso en los Hermanos Menores y a la santidad.

Una curiosidad se refiere al primer milagro realizado por el santo justo después de su Transitus, es decir, su paso a la dimensión del otro mundo, el 3 de octubre de 1226. Uno de los frailes presentes vio su alma como una estrella, «del tamaño de la luna y brillante como el sol, ascendiendo directamente al cielo», mientras las alondras se reunían «en el lugar donde yacía moribundo y volaban alrededor cantando».

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