El chef de Dios: hace 30 años cogió su olla y viajó a Corea del Sur a dar de comer a los pobres
Su libro El amor que alimenta es un extraordinario testimonio de fe y amor. No es solo un relato de caridad, sino también del secreto que alimenta la misma
El padre Vincenzo Bordo, misionero de los Oblatos de María Inmaculada se puso el delantal hace 30 años y se convirtió en el chef de Dios. En 1993 comenzó su aventura misionera en Corea del Sur y en 1998 fundó la Casa de Anna, su obra más importante, a través de la cual ayuda a los pobres coreanos. El domingo 22 de octubre tuvo lugar la jornada mundial de las misiones y el padre Vincenzo aprovechó para decir: «Me gustaría que ésta fuera una ocasión para recordar a la sociedad coreana la realidad de los pobres y ayudar a los voluntarios a crecer en la dimensión del servicio al prójimo». También pidió ayuda para recaudar fondos, ya que viven de un 50 % de ayudas del gobierno y otro 50 % de donaciones voluntarias.
Con el objetivo de aumentar el apoyo a las obras de la Casa de Anna, que se encuentra en Seong-nam –una ciudad a las afueras de Seúl– el padre Bordo ha supervisado la traducción al italiano y la impresión del libro que publicó en Corea en 2021, titulado El amor que alimenta. Dado el éxito del libro en Corea, la embajada italiana ha promovido la traducción y edición del texto en Italia, titulado Chef per amore (Chef por amor).
La misión del padre Bordo se caracteriza por ser una obra de misericordia para alimentar, consolar y estar cerca de los pobres. Desde que fundó la Casa de Anna han proporcionado más de 3 millones de comidas, garantizaron 21.000 intervenciones médicas, 1.000 tratamientos odontológicos, 6.000 intervenciones y tratamientos psiquiátricos, así como servicios de higiene personal, distribución de ropa y, sobre todo, amor y respeto para aquellas personas abandonadas en las calles.
Al padre Vincenzo le repiten muy a menudo una pregunta: ¿y por qué Corea del Sur, un país económicamente desarrollado, rico en clero y donde no hay pobres? Él responde: «No es que no haya pobres, es que no quieren verlos». En la ciudad de Seong-Nam, el ayuntamiento afirmaba que no había personas que vivían en la calle. El padre Vincent empezó a reunirse con ellos y acogió a más de 200. Profesores y médicos afirmaban que no había niños disléxicos en Corea. El padre Bordo puso en marcha un programa contra la dislexia en 2002. Las autoridades afirmaban que un hogar para niños de la calle era algo inútil porque en las calles no había niños, y en 1998 acogió a más de 20 chicos y chicas en su propia casa y les ayudó a encontrar trabajo.
El misionero no ha estado solo. Ha sabido formar un nutrido grupo de voluntarios que le han ayudado en sus obras de caridad a lo largo de sus 30 años de misión. Hoy son muchos los coreanos que se han comprometido con la labor del padre Bordo: ayudar a los más pequeños y entregarse al prójimo. «Cada persona es única y debe ser acogida, cuidada y amada. Cada persona es Jesús», explica en su libro.
Este acaba de publicarse en italiano y narra su aventura misionera. Es un extraordinario testimonio de fe y amor. No es solo un relato de caridad, sino también del secreto que alimenta la misma. Como dice el cardenal You Heung-sik: «El testimonio de una fe viva y activa que sabe cuidar de los demás es el camino real de la evangelización».