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13 de septiembre de 2024

El profeta Isaias, representado en un fresco de Miguel Ángel

El profeta Isaias, representado en un fresco de Miguel Ángel

¿Quién fue Isaías, el gran profeta que anunció a Jesús 900 años antes de que naciera?

Juan Pablo II lo definió como «el gran profeta»… aunque reconoció que tras su nombre había varias voces distintas. Pero lo más llamativo es hasta qué punto este texto del siglo VIII antes de Cristo anunció cómo sería la vida de Jesús

El libro de Isaías es uno de los textos proféticos más importantes del Antiguo Testamento y contiene algunas de las profecías más llamativas de toda la Sagrada Escritura, con predicciones detalladas del nacimiento, la vida, la pasión y muerte, y la misión mesiánica de Jesús. Con un detalle nada menor: que su composición se data en torno a casi 800 años antes de que el propio Jesucristo naciese.

Por ese motivo, comprender estas profecías y su cumplimiento exacto es esencial para apreciar su relevancia en la teología cristiana. Su importancia es tal que los textos de Isaías están en la base de la fe que comparten los cristianos con los judíos mesiánicos –una corriente minoritaria dentro del judaísmo–, que reconocen a Cristo como el Mesías, el hijo de Dios, aunque no lleguen a abandonar del todo las tradiciones mosaicas ni acepten el bautismo cristiano.

¿Quién fue Isaías?

«En el libro que lleva el nombre del profeta Isaías, los estudiosos han identificado la presencia de diferentes voces, colocadas todas bajo el patronato del gran profeta que vivió en el siglo VIII a. C.». Así explicaba Juan Pablo II, en una catequesis pronunciada en 2003, la particular autoría de este importante texto.

En efecto, la exégesis y la historiografía bíblica han identificado, al menos, a tres posibles autores diferentes a lo largo del texto. Uno de ellos, el más importante y que da nombre a todo el libro, es Isaías, un profeta que vivió en el reino de Judá durante el siglo VIII a.C.

Su ministerio se desarrolló bajo los reinados de los reyes Uzías, Jotam, Acaz y Ezequías, y es conocido por sus admoniciones contra las injusticias y la idolatría, así como por sus visiones de esperanza y redención futura. El llamado Segundo Isaías, aunque de igual valor, fue probablemente un profeta que vivió en el siglo VI a. C., en tiempos del regreso de los judíos del exilio de Babilonia. Y el tercer Isaías se suele identificar con una escuela profética de fieles de Yaveh, tal vez instruidos por el segundo Isaías.

Una composición única en la Biblia

Esta unión de diferentes autores, que sin embargo mantiene una perfecta coherencia de significado, tiene su reflejo en la composición del libro de Isaías y lo convierte en un texto único de entre los 73 que componen la Biblia. Así, el libro de Isaías se compone de 66 capítulos y se divide en tres secciones principales:

  • Proto-Isaías (Capítulos 1-39), atribuido al profeta Isaías, contiene profecías de juicio y esperanza dirigidas al Reino de Judá y a las naciones circundantes.
  • ​Deutero-Isaías (Capítulos 40-55), que se atribuye a un autor desconocido que vivió durante el exilio babilónico (siglo VI a.C.), y que contiene mensajes de consuelo y promesas de liberación, entre las que destaca el llamado Canto del siervo, un conjunto de textos que retratan cómo iba a ser la Pasión y Muerte de Cristo.
  • ​Trito-Isaías (Capítulos 56-66), escrito por uno o más autores anónimos después del regreso del exilio, y centrada en la restauración de Jerusalén en su dimensión de renovación espiritual.

Llamativas profecías sobre Jesús

Pero si llamativa es su autoría y su composición, mucho más lo son sus profecías sobre Jesús, pronunciadas en nombre de Dios cientos de años antes del nacimiento de Cristo. Bastan tres botones de muestra:

  • Nacimiento virginal. Una de las profecías más citadas es Isaías 7,14: «El Señor, por su cuenta, os dará un signo. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel». Los cristianos interpretan esta profecía como un anuncio del nacimiento virginal de Jesús, que se cumple en Mateo 1, 22-23.
  • ​Canto del Siervo Sufriente. Isaías 53 describe al «siervo sufriente» que cargará sobre sí las iniquidades de muchos y sería «triturado por nuestros pecados». Su lectura, una vez conocidos los detalles de la Pasión de Jesús que relatan los Evangelios, es conmovedora y sorprendente a partes iguales, pues supone una alegoría exacta no sólo de los padecimientos de Jesús por las torturas previas a su muerte (como el flagelo romano que trituraba y desgarraba la carne, dejándola en colgajos similares a la lepra), sino también de las actitudes de quienes lo contemplaron, y de su repercusión en la historia de la humanidad.
  • ​Luz para las naciones: Isaías 42 y 49 hablan del siervo de Dios como una luz para las naciones, que trae la salvación a los confines del mundo. «Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra», dice Isaías 49,6. Estas profecías se cumplen en la misión de Jesús, quien, según el Evangelio de Lucas, fue reconocido por el anciano Simeón como «luz para las naciones», y que se presentó a sí mismo, en el evangelio de Juan, como «la luz del mundo».

El Nuevo Testamento frecuentemente cita las profecías de Isaías como evidencia del cumplimiento de la Alianza de Dios en la persona de Jesús. Los textos de Mateo y Lucas, en particular, relacionan directamente los eventos de la vida de Jesús con las profecías de Isaías, reforzando la identidad de Cristo como el Mesías prometido.

Profecías actuales

Desde los primeros siglos, desde san Pablo a los padres del desierto, el cristianismo ha visto en Isaías una anticipación de la venida de Cristo y su obra redentora. Así, las profecías de Isaías no solo confirman la misión de Jesús como el Salvador, sino que también enriquecen la comprensión de su papel en el plan divino de salvación, y su intervención en la vida de cada cristiano.

Porque la del libro de Isaías es, en palabras de Juan Pablo II, una lectura que incluso en la actualidad ayuda a «descubrir con los ojos de la fe la presencia divina en el espacio y en el tiempo, así como en nosotros mismos, que es fuente de esperanza y de confianza, incluso cuando nuestro corazón está turbado y sacudido «como se estremecen los árboles del bosque por el viento» (Isaías 7, 2)».

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