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San Josemaría Escrivá

San Josemaría EscriváFlickr

Entrevista a Fernanda Lopes, presidenta del comité del centenario del Opus Dei

El Opus Dei, a un paso más de cumplir un siglo: «Estamos en sitios donde los cristianos son minoría»

El 2 de octubre de 1928, un cura de Barbastro de 26 años, «con la gracia de Dios y buen humor», como siempre afirmó, vislumbró un medio espiritual que cautivaría a miles de almas por lo distinto de su mensaje y lo actual de su llamada: hacer de la vida corriente una continua oración

En una mañana que aparentaba normal en la capital española, un sacerdote aragonés de 26 años, llamado Josemaría Escrivá, se encontraba en la casa central de los Paúles de Madrid, participando en unos ejercicios espirituales. En un cierto momento, se retiró a su habitación para releer las notas que durante tantos años había escrito, fruto de su oración y conversación diaria con Dios.

Y, de repente, todo cambió. Josemaría oyó repicar las campanas de la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, aquel 2 de octubre de 1928, fiesta de los Santos Ángeles Custodios, y en ese instante vislumbró su misión en la vida: aquello por lo que tantas veces había pedido luces a Dios. Se trataba de una movilización de cristianos de toda raza y nación que buscaban a Dios en medio de sus quehaceres, en el mundo, en el trabajo ordinario y en los propios deberes de cada día.

A día de hoy quizá no suene muy original el concepto de que todos los cristianos están llamados a buscar la santidad. Además, la historia de cientos de canonizaciones y beatificaciones de gente totalmente corriente que están teniendo lugar nos lo demuestra cada vez más. Sin embargo, para la España de los años 30, afirmar que no solo los que llevan sotana o hábito son los que deben buscar la presencia con Dios en su vida era totalmente revolucionario. Incluso le llegaron decir desde el Vaticano al audaz cura que llagaba «con 100 años de antelación».

Ahora, casi un siglo después, analizamos cómo se está preparando esta prelatura, formada por más de 87.000 miembros de los cinco continentes, para acoger la celebración de su centenario. Fernanda Lopes, presidenta del comité del centenario del Opus Dei, explica cómo «adaptarse sin perder el rumbo es un desafío para todas las instituciones» pero que sin embargo «los preparativos del centenario aspiran a ponernos en camino».

Fernanda Lopes

Fernanda LopesOpus Dei

–El Opus Dei cuenta con 96 años de vida que no son pocos, sin embargo, es una de las instituciones más jóvenes de la Iglesia. ¿Cómo os estáis preparando para la celebración de sus primeros 100 años?

–En efecto, es una institución joven. Aunque diría que en la Iglesia, como en un organismo vivo, el Espíritu Santo no deja de suscitar instituciones, movimientos, carismas, espiritualidades. Algunas son más recientes… Ya no somos tan jóvenes.

Los preparativos del centenario aspiran a ponernos en camino, en un camino que sea performativo, que nos ayude a redescubrir el carisma, agradecer, pedir perdón, rectificar y lanzarnos al futuro. Para eso, acabamos de realizar en todos los países donde está presente la Obra las asambleas regionales, que han permitido a todos los miembros del Opus Dei, cooperadores y amigos reflexionar sobre cómo responder a los desafíos del tiempo presente con nuestro espíritu.

Otro paso de ese camino hacia el centenario fue una reunión celebrada en Roma en octubre del 2022 en la que participaron muchas personas, tanto de la Obra como externas a ella, que trabajan en iniciativas sociales. Varias de estas entidades han nacido gracias al mensaje de san Josemaría, de amar, cuidar y transformar el mundo. En esa ocasión, conversamos sobre cómo crecer en sensibilidad social, cómo potenciar esas iniciativas, y abrimos un diálogo sobre un posible legado social con ocasión del centenario del Opus Dei. Este mes de octubre, del 10 al 12, tendrá lugar en São Paulo, Brasil, un nuevo encuentro, al que acudirán personas de Hispanoamérica para reflexionar sobre el modo de mejorar su servicio a la sociedad, mirando a los retos del continente.

–¿Cómo se adapta la Obra a unos tiempos tan frenéticos como los que vivimos, pero sin perder el espíritu de lo que vislumbró su fundador en 1928?

–¡Buena pregunta! Adaptarse sin perder el rumbo es un desafío para todas las instituciones y diría que para todas las personas. El núcleo del mensaje de san Josemaría nos invita a santificarnos en el día a día: en el trabajo -realidad que justamente ha cambiado tanto-, en las relaciones, en el descanso, etc. Al encontrar allí a Dios, es más fácil intentar vivir con paz ese ritmo frenético de la sociedad actual.

Pienso que hay un factor que ayuda a adaptarse a los tiempos: la intergeneracionalidad. Las personas mayores enseñan a valorar las tradiciones; las personas jóvenes están siempre creando algo nuevo. Cuando unos y otros conviven y se entienden, se puede lograr el justo equilibrio.

Al mismo tiempo, san Josemaría deseaba y soñaba que fueran los cristianos, presentes en todos los ámbitos, quienes estuvieran en el origen mismo de los cambios, promoviendo lo bueno, lo noble, lo sano. Como él decía, está todo hecho y está todo por hacer.

–En el 'casi' siglo que va a cumplir esta prelatura ¿Cuál cree que ha sido la mayor contribución a la Iglesia de esta movilización mundial de cristianos?

–Es difícil responder. Pienso que la principal contribución que realiza una institución de la Iglesia, también el Opus Dei, es facilitar a muchas personas el encuentro con Dios y una serena vida cristiana. Después, cada persona seguro que causa un impacto positivo a su alrededor. Al final todo está ahí: en cada persona y en la acción de la gracia.

El prelado del Opus Dei resaltaba recientemente que la principal aportación de la Obra, de forma específica, es acompañar a los laicos para que sean protagonistas de la misión evangelizadora de la Iglesia en medio del mundo, uno a uno. Y esta misión se hace a través de la amistad personal con todos, con personas de toda condición, credo, profesión…, en todos los ambientes sociales y profesionales.

–¿Qué se ha cambiado y qué se mantiene en la Obra durante todo este tiempo?

–Se mantiene el espíritu, el carisma, y se cambian expresiones con que esa realidad se manifiesta. Diría que se procura mantener el ambiente de familia en el que se da la formación en la Obra, el amor a la Iglesia y al Papa, el sentido del trabajo bien hecho y en servicio a los demás, la amistad, el amor a la libertad, la primacía de la oración, y tantos otros aspectos.

Por el contrario, todo aquello que corresponde a una expresión concreta de ese espíritu en un tiempo histórico, en un lugar o una cultura, puede cambiar cuando cambian las circunstancias. Justamente ahora es un momento muy adecuado para este proceso de discernimiento.

Ver tanta siembra de bien en todas partes nos lleva a dar muchas gracias a Dios por este carisma; al mismo tiempo, no hay luces sin sombras, de modo que este camino nos está dando la oportunidad de aprender de los errores, de lo que no hemos sabido vivir bien del mensaje cristiano y de pedir perdón por ello.

–¿Hay planes específicos para la expansión de la Obra de cara al centenario? ¿En qué países encuentran más dificultades?

–Diría que en el contexto en que estamos, más que expansión territorial, la expansión o el crecimiento se puede dar en cada uno: más intensidad, más compromiso, más protagonismo personal. El prelado del Opus Dei suele decir que el Opus Dei no son labores, o edificios, o estructuras, sino las personas mismas. Y cada uno tiene un entorno concreto (social, familiar, profesional, cultural…) que es su ámbito propio de expansión, donde transmitir la alegría de ser cristiano.

Dificultades las hay. Estamos en sitios donde hay mucha corrupción, pobreza o conflictos armados. En algunos países, los cristianos son minoría. En otros lugares, el reto es la polarización o falta de apertura y espacio para un diálogo sereno en temas candentes, donde el cristianismo tiene tanto que aportar. En muchas sociedades, las familias están divididas o desprotegidas, los jóvenes tienen dificultad para acceder al trabajo o a la vivienda, hay desigualdad en el acceso a la educación o la sanidad… En todos estos ámbitos, son justamente los laicos los que pueden liderar los cambios positivos.

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