La 'capilla de las lágrimas', la sala donde cada nuevo Papa siente el peso de toda la Iglesia
Bajo el imponente fresco del Juicio Final de Miguel Ángel, el nuevo Papa se entrega en oración ante su nuevo cargo como sucesor de Pedro. En la sala donde se prepara para vestirse con la icónica sotana blanca, se sienten las lágrimas de emoción y tensión que han marcado la historia de este solemne momento
Hay momentos en la historia en los que uno sabe que lo que está viviendo, o siguiendo en directo por televisión, no volverá a ocurrir en mucho tiempo. Probablemente, uno de esos eventos históricos es cuando se divisa la fumata blanca que sale de la pequeña chimenea en la Plaza de San Pedro. Acto seguido, todas las campanas de la Ciudad Eterna comienzan a repicar, y miles de personas corren por la Via della Conciliazione, que une el Castel Sant'Angelo con el Vaticano, para presenciar un acontecimiento que solo ha ocurrido 266 veces en toda la historia de la humanidad.
Las palabras en latín que pronuncia el cardenal protodiácono sellan el comienzo: Annuntio vobis gaudium magnum; habemus papam. La Iglesia tiene un nuevo Papa, el mundo ya lo sabe y espera impaciente su salida al balcón de la basílica más importante de la cristiandad. Pero, ¿Qué ocurre tras los muros del templo? ¿Qué siente un hombre que, tan solo unas horas antes, era cardenal y ahora es el sucesor del apóstol Pedro y, por ende, cabeza de la Iglesia fundada por Cristo?
Paso a paso: ¿Qué sucede antes de la fumata blanca?
La elección de un Pontífice no es un asunto sencillo. No lo votan los ciudadanos ni se elige al azar; cuenta con un proceso formal que se llama cónclave. Este término proviene del latín cum clave, que significa 'bajo llave', y refleja lo que acontece durante la elección de un nuevo Papa: los cardenales electores quedan literalmente encerrados. Esta tradición no siempre fue así. De hecho, comenzó en 1270, durante el famoso cónclave de Viterbo. En esa ocasión, la sede llevaba vacante más de 33 meses, y los habitantes de la ciudad, desesperados por la prolongada espera, decidieron encerrar a los cardenales bajo llave en el palacio papal para acelerar la elección. Gregorio X, el Papa elegido en ese cónclave, implementó oficialmente esta práctica en 1274, con el fin de garantizar tanto la libertad de los electores como un proceso más ágil.
El proceso de elección del Papa se realiza por escrutinio, lo que significa que se vota y se requiere una mayoría de dos tercios. Cada votación tiene tres fases. Primero está el antescrutinio, donde el maestro de ceremonias reparte las papeletas con la inscripción Eligo in Summum Pontificem (Elijo un Sumo Pontífice) a cada cardenal. Una vez que todos tienen su papeleta, se retiran los oficiales presentes para que los cardenales puedan votar en privado. El último cardenal diácono es el encargado de cerrar la puerta.
En la fase del escrutinio propiamente dicho, cada cardenal deposita su voto en un plato colocado en el altar, frente al fresco del Juicio Final de Miguel Ángel, pronunciando un juramento: «Pongo por testigo a Cristo Señor, que me juzgará, que doy mi voto al que, según Dios, considero que debe ser elegido». Luego, el voto se coloca en una urna.
La última fase es el postescrutinio, donde se cuentan los votos y se queman las papeletas. Si no se ha alcanzado el quorum, el consenso, se asegura que la fumata sea negra. Si hay un nuevo Papa, la fumata será blanca, anunciando al mundo que la Iglesia tiene un nuevo sucesor de Pedro.
Tras la elección, el cardenal decano se dirige al elegido y le pregunta: Acceptasne electionem de te canonice factam in Summum Pontificem? (¿Aceptas tu elección canónica como Sumo Pontífice?). El nuevo Papa, si acepta, es interrogado nuevamente: Quo nomine vis vocari? (¿Con qué nombre deseas ser llamado?). El pontífice electo responde anunciando su nuevo nombre con las palabras Vocabor... (Me llamaré...). Con este sencillo, pero solemne intercambio, la elección se oficializa, y el mundo se prepara para conocer y recibir al nuevo Papa.
El primer paso hacia una nueva vida
Uno de los momentos más cargados de emoción tras la elección de un Papa ocurre en la llamada 'capilla de las lágrimas', una pequeña y reservada sacristía junto a la Capilla Sixtina donde el recién elegido Pontífice se retira para reflexionar y vestirse con la icónica sotana blanca. Bajo el imponente fresco del Juicio Final de Miguel Ángel, el nuevo Papa, en soledad, medita sobre el inmenso peso que acaba de asumir como sucesor de Pedro, un instante privado que solo él conoce. Las lágrimas, que a lo largo de la historia han brotado en esta habitación, son testimonio de la mezcla de emoción, responsabilidad y tensión que acompañan este solemne momento.
Esta sacristía de la Capilla Sixtina, cerrada al público, es un rincón de recogimiento donde el elegido escoge entre tres sotanas de distintas tallas, dispuestas con esmero junto a otros elementos de la vestimenta papal. Se cuenta una anécdota divertida sobre la elección de Juan XXIII. Al ser de baja estatura y de complexión robusta, ninguna de las vestiduras le quedaba bien. Por eso, tuvieron que ajustar una de ellas cortando los costados y asegurándola con alfileres imperdibles para que le sentara adecuadamente.
El silencio del pastor y la conmoción de las ovejas
Al igual que hizo el Papa Gregorio XIV el 5 de diciembre de 1590, quien, abrumado, al entrar en la sala, no pudo contener las lágrimas, el nuevo Pontífice se toma un momento para meditar y reflexionar sobre su legado en la sucesión de Cristo. En ese instante, recuerda las palabras que resuenan en el Evangelio:
Evangelio según san Mateo 16,18
Posteriormente, los cardenales expresan su obediencia y respeto al nuevo Papa, entonando el Te Deum en agradecimiento por la culminación de este significativo evento. Desde el balcón central de la basílica de San Pedro, resuena un poderoso ¡Habemus Papam!, dirigido al Pueblo de Dios que se congrega en la plaza, mientras el nuevo Papa escucha este anuncio desde la sala de las lágrimas.