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"...Aquí un trozo de salmo, en esta otra parte otro trozo, esto se sostendrá bien así, esto irá bien con lo que queremos hacer: orar, hablar al vacío para que el vacío limpie nuestra palabra. Te amo. Esta palabra, cuando vuela hacia Dios, es como una flecha en llamas que se hunde en la noche y se apaga antes de tocar el blanco".

San Francisco de Asís, patrón de Italia

Francisco de Asís, ese 'niño bien' que pasó a besar leprosos y casarse con «la dama pobreza»

El 4 de octubre, la Iglesia celebra la festividad del santo que, según se dice, ha sido el que más se ha parecido a Jesucristo a lo largo de la historia

Algunos creen que san Francisco de Asís fue una especie de hippie del siglo XIII, un hombre que vivió en paz y armonía con su entorno y se dedicó a componer canciones al «hermano Sol» y la «hermana Luna». En resumen, un hombre que, sin hacer gran cosa, acabó siendo santo. Quizá haya algo de verdad en esa visión.

Su camino espiritual consistió en dejarse amar por Dios, despojarse de todo y vivir de la Providencia. Poco más. Sin embargo, su vida no siempre fue así. Antes de ese despertar espiritual, Francisco vivió años de inmadurez, durante los cuales sintió desprecio por los leprosos y los pobres, y su única aspiración era convertirse en un valiente guerrero. Hijo único de una familia pudiente en Italia, nunca le faltó nada, hasta que un día cayó gravemente enfermo, y su larga agonía lo llevó a reflexionar sobre su vida.

Así, tras ese trance existencial, aquel niño acomodado de la Edad Media se transformó en un revolucionario que inspiraría a millones de almas a lo largo de la historia. Francisco pasó de la corte a vivir en los campos, de las túnicas de seda a los harapos, de componer poesías para bellas damas, a cantar alabanzas a la naturaleza. Abandonó una vida cómoda para abrazar una existencia paupérrima, y su piel, antes limpia, se marcó con las heridas de Cristo. Su corazón guerrero se transformó en un instrumento de paz, como expresó en sus propios versos: «Donde haya odio, siembre yo amor; donde haya ofensa, perdón; donde haya duda, fe; donde haya desesperación, esperanza; donde haya tinieblas, luz; y donde haya tristeza, alegría».

«Francisco, repara mi Iglesia»

Cuando Francisco de Asís se despojó públicamente de sus ropas y tiró por la ventana las ricas telas del negocio de su padre, fue uno de los gestos más impactantes de su tiempo: una declaración radical de su renuncia a la riqueza y su unión con «la Dama Pobreza». Ese chico quedó impactado por las palabras del Evangelio: «Atesoraos un tesoro en el cielo, donde la polilla y el orín no lo corrompen», (Mt 6,19). Todo eran trastos que estorbaban su unión con Dios y aquel joven, que hasta entonces había vivido una vida acomodada, dio un giro absoluto a su existencia. Sus propios padres y el obispo de Asís lo consideraron un lunático, y le instaron a devolver el dinero que había regalado a los pobres. Sin embargo, Francisco ya no miraba atrás. Su revolución comenzaba desde lo más profundo de su ser.

Nacido en Asís en 1181 o 1182 como Giovanni, fue su padre, un próspero comerciante que viajaba con frecuencia a Francia, quien le dio el apodo de Francesco. Francisco, despreocupado y alegre, fue transformado por las heridas de la guerra, el cautiverio y la enfermedad, cayendo en una profunda crisis espiritual. Su encuentro con Dios en la pequeña iglesia de San Damián lo marcó para siempre cuando, mirando al crucifijo, escuchó una voz que le decía: «Francisco, repara mi iglesia, que se está cayendo en ruinas».

Aunque al principio lo entendió de forma literal, dedicándose a restaurar el edificio, con el tiempo comprendió que su misión era mucho más profunda: guiar a la Iglesia de vuelta al camino del Evangelio en una época en la que muchos de sus líderes estaban más enfocados en su bienestar personal que en su labor pastoral.

El director italiano Franco Zeffirelli reflejó esta realidad en su película Hermano sol, hermana luna. Con una banda sonora compuesta por el conocido músico escocés de los años 60, Donovan, el artista creó una canción que reflejara la sencillez de la vida que Francisco había descubierto: ya nada le importaba, solo vivir para Dios y reparar su Iglesia.

El tocayo de san Francisco del siglo XXI

Con el alma en paz, Francisco comenzó a predicar, proclamando la belleza de la pobreza y el amor de Dios. Solo tres personas le siguieron inicialmente, entre ellas Clara, una joven noble que abandonó su vida acomodada para seguir sus pasos y más tarde fundar la Segunda Orden de San Francisco para religiosas, mientras Francisco fundaba la Orden de los Franciscanos. De estas semillas crecieron las numerosas ramas que conforman hoy la gran familia franciscana.

A Francisco le fascinaba la naturaleza. Amaba a Dios a través de todas sus criaturas, y es conocido el relato del «hermano lobo», que aterrorizaba a los habitantes de la ciudad de Gubbio. Según las Florecillas de San Francisco, una recopilación de episodios de su vida, el santo logró que el lobo y el pueblo hicieran las paces: los habitantes lo alimentarían y la bestia nunca volvería a hacerles daño. «Quiero, hermano lobo, que hagamos las paces entre tú y ellos, para que no les causes más ofensas, y ellos te perdonen todas las pasadas», rezaba el pacto.

'San Francisco de Asís en éxtasis', de Caravaggio

'San Francisco de Asís en éxtasis', de CaravaggioWadsworth Atheneum Museum of Art, Hartford

Francisco, aquel misionero que recorrió miles de kilómetros anunciando el Evangelio, falleció la madrugada del sábado 3 de octubre de 1226. Antes de morir, pidió que lo colocaran desnudo en el suelo y, en esa posición, mientras cubría con la mano la llaga de su costado, exclamó: «Hermanos, he completado mi tarea. Que Cristo os enseñe la vuestra». Así falleció «El Francesito», Giovanni di Pietro di Bernardone, a la edad de solo 44 años.

En una entrevista, el actual Pontífice describió al santo de Asís como un «místico, poeta y profeta que se enfrentó al mal y salió victorioso». El Francisco de hoy sigue el legado del «pobrecillo de Asís», que no solo amó a la naturaleza, sino también a las personas, especialmente a los más vulnerables.

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