El Papa Francisco y la tentación cátara de una «Iglesia pura para los puros»
«Es necesario tener como punto de partida la memoria del bien, y no el lamento o la amargura por las cosas que han ido mal», ha vuelto a recordar el Papa Francisco
Gratitud, conversión y paz han sido los tres «dones» que Francisco ha pedido para sí mismo y para los presentes en su tradicional discurso navideño a la Curia Romana.
El Papa ha sugerido que es la Navidad, precisamente, el modo como se puede llegar a comprender la pedagogía de Dios a través de «la humildad del Hijo que viene en nuestra condición humana»; de ahí que se convierta para nosotros en «escuela de adhesión a la realidad».
Gratitud contra la queja
Por eso, lo primero a reconocer el camino cristiano es la gratitud, y no la queja o el orgullo espiritual de «considerarse mejor que los demás y atribuir valor salvífico a las propias estrategias y programas».
Cuando «se examina la propia existencia o el tiempo transcurrido –ha dicho el obispo de Roma– siempre es necesario tener como punto de partida la memoria del bien» y no el lamento o la amargura por las cosas que han ido mal. Ser conscientes de nuestra nada sin Dios, «nos aplastaría» y terminaríamos «por hacer la lista de nuestras caídas».
De ella y de sus monjas se decía: «Puras como ángeles, soberbias como demonios»
No aprisionar a Cristo
El segundo «don de Navidad» que Francisco ha pedido para es de la conversión, que nace de la gratitud y nunca puede considerarse como una posesión adquirida del todo y para siempre, como un «discurso acabado» y bien aprendido. Lo peor que nos puede pasar –ha remarcado el obispo de Roma– «es pensar que ya no necesitamos conversión, sea a nivel personal o comunitario».
«Lo contrario a la conversión es el fijismo» como «el error de querer cristalizar el mensaje de Jesús en una única forma válida siempre», mientras «conservar significa mantener vivo y no aprisionar el mensaje de Cristo». Por eso, en el camino de la iglesia el «primer gran problema es confiar demasiado en nosotros mismos, en nuestras estrategias, en nuestros programas. Es el espíritu pelagiano del que he hablado otras veces», ha recordado el santo padre con el ejemplo de las famosas monjas de Port Royal: «una de sus abadesas, Madre Angélica, había comenzado bien; se había reformado «carismáticamente» a sí misma y al monasterio, expulsando de la clausura incluso a los progenitores. Era una mujer llena de cualidades, nacida para gobernar, pero después se volvió el alma de la resistencia jansenista, mostrando una cerrazón intransigente incluso ante la autoridad eclesiástica. De ella y de sus monjas se decía: «puras como ángeles, soberbias como demonios».
Habían expulsado al demonio, pero más tarde volvió siete veces más fuerte y, bajo apariencia de austeridad y rigor, había llevado consigo la rigidez y la presunción de ser mejores que los demás».
La posibilidad de una vida nueva no depende de rigorismos y métodos de auto–purificación, sino que descansa enteramente en el perdón
Creerse justos
El Sucesor de Pedro ha recordado «el engaño de creerse justos y despreciar a los demás», por eso, el Papa se ha detenido en el hecho de que «formalmente nuestra vida actual transcurre en casa, tras los muros de la institución, al servicio de la Santa Sede, en el corazón del cuerpo eclesial; y justamente por esto podríamos caer en la tentación de pensar que estamos seguros, que somos mejores, que ya no nos tenemos que convertir». Precisamente por esto – ha añadido el Papa «Nosotros corremos mayor peligro que todos los demás, porque nos acecha el «demonio educado», que no llega haciendo ruido sino trayendo flores».
La paz
Francisco concluyó hablando sobre la paz como el «tercer don», teniendo presente que «no existe sólo la violencia de las armas; existe la violencia verbal, la violencia psicológica, la violencia del abuso de poder, la violencia escondida de las habladurías, que hacen tanto daño y destruyen tanto» en una espiral de dureza y murmuración contra los demás.
Para Francisco es necesaria la conciencia de «aceptar que el otro pueda tener sus límites» y que las personas e instituciones «precisamente porque son humanas, son también limitadas. Una Iglesia pura para los puros es sólo la repetición de la herejía cátara. Si no fuera así, el Evangelio, y la Biblia en general, no nos hubieran narrado los límites y los defectos de muchos de aquellos que hoy nosotros reconocemos como santos».
La posibilidad de una vida nueva no depende de rigorismos y métodos de auto–purificación, sino que descansa enteramente en el perdón, que concede «siempre otra oportunidad» desde su fuente inagotable, que es Jesús, nacido en Belén y que luego, «al hacerse grande, se dejó clavar en la cruz. No hay nada más débil que un hombre crucificado y, sin embargo, en esa debilidad se manifestó la omnipotencia de Dios. En el perdón obra siempre la omnipotencia de Dios», para volver a empezar de nuevo sin la pretensión de ser el hombre el salvador de los errores de otros hombres.