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Gabriel Richi Alberti

El Papa del nuevo inicio

La «Iglesia en salida» por utilizar la expresión de Francisco, es la que da razón de la importancia de la dimensión sinodal de la Iglesia

Actualizada 18:25

La elección del papa Francisco, hace diez años, ha constituido, ciertamente, el inicio de una nueva etapa en la historia de la Iglesia, dado que, por primera vez en dos milenios, un hijo de la Iglesia latinoamericana ha sido llamado a ser sucesor de Pedro. No nos debe extrañar hablar de nuevo inicio porque, como bien recordaba Charles Péguy, en su obra Un nuevo teólogo. El Sr. Fernando Laudet, «se empieza de nuevo. Y hasta se empieza de nuevo todo el tiempo. Hasta se empieza de nuevo siempre. Hasta se empieza de nuevo eternamente. (…) Esto es lo único que se hace, empezar de nuevo. Eso mismo es la vida de la cristiandad». Somos cristianos, no anticuarios.

Pues bien, ¿podemos identificar la nota dominante de este nuevo inicio? A nuestro parecer se trata de un hilo conductor que señala la novedad permanente de la Iglesia mientras dure su peregrinación histórica: es la misión. En estos años, a través de su enseñanza, de sus iniciativas y gestos, el Papa –en profunda continuidad con el Concilio Vaticano II y con los pontífices que le han precedido– ha urgido permanentemente a todos los fieles del pueblo cristiano para que asuman con decisión la tarea misionera que caracteriza la naturaleza de la Iglesia peregrina (Ad gentes 2).

Esta urgencia misionera, la «Iglesia en salida» por utilizar la expresión de Francisco, es la que da razón de la importancia de la dimensión sinodal de la Iglesia, tan subrayada en nuestros días. En efecto, el papa Francisco ha recordado con insistencia que la reforma y la sinodalidad, como camino de la Iglesia para el tercer milenio, tienen como objeto la conversión pastoral de la Iglesia, es decir, esa apertura misionera radical que exige el cambio de época en el que estamos inmersos: «El objetivo de estos procesos participativos no será principalmente la organización eclesial, sino el sueño misionero de llegar a todos», nos recordaba en el número 31 de la exhortación apostólica Evangelii Gaudium.

Para lanzar al pueblo cristiano por los caminos del testimonio del Resucitado, el Espíritu Santo –verdadero protagonista de la misión– enriquece y rejuvenece constantemente a la Iglesia con diferentes dones jerárquicos y carismáticos (cf. Lumen gentium 4), a través de los cuales asegura, de modo indefectible, el ofrecimiento de la gracia a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos y, al mismo tiempo, sostiene y acompaña la libertad de estos mismos fieles en la acogida gozosa y misionera del Evangelio. En efecto, los carismas son concedidos a los fieles para impulsarlos a la misión. Y esta es la razón por la que el Espíritu suscita unos carismas en determinados momentos históricos y otros en otras etapas, o bien suscita determinados carismas en algunas Iglesias locales y otros en otras, para favorecer el dinamismo de la catolicidad propio de la Iglesia.

Hace dos mil años, como narra san Juan, Simón Pedro dijo a los otros discípulos «Me voy a pescar». Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo»» (Jn 21,3). A diez años del inicio del pontificado de Francisco, también nosotros queremos responder a su invitación, como hicieron los apóstoles con Pedro, y dedicar la vida a compartir la alegría del Evangelio.

  • Gabriel Richi Alberti es Decano de la Facultad de Teología de la Universidad Eclesiástica San Dámaso (Madrid)
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