Fundado en 1910
Interior de Santa Cruz de Jerusalén, Roma

Interior de Santa Cruz de Jerusalén, Roma

Santa Cruz de Jerusalén, la iglesia romana que alberga las reliquias de la Pasión de Cristo

Forma parte del peregrinaje de las siete iglesias y en ella hay tres fragmentos de la Santa Cruz, dos espinas de la Corona de Jesús, uno de los clavos y el letrero de la Crucifixión INRI

Se trata de algunas de las reliquias más importantes de la Pasión de Jesucristo y se encuentran en Roma en la iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén, un majestuoso edificio no lejos de la basílica papal de San Juan de Letrán. Santa Croce es una de las siete iglesias de Roma, las llamadas iglesias jubilares a las que se peregrina durante los años santos (el próximo será en 2025).

Entre los vestigios de la Pasión de Cristo, la capilla de las Santas Reliquias de Santa Croce contiene: dos espinas de la Santa Corona, parte del Titulus Crucis (un trozo de madera fijado sobre la cabeza de Jesús durante la Crucifixión con la inscripción INRI), un trozo de clavo y tres trozos de madera de la Vera Cruz. Una pieza más grande se trasladó a la Basílica de San Pedro en 1629. También hay reliquias que pertenecerían a la gruta de Belén.

La construcción de la iglesia, que se alza sobre los restos del Sessorium, un complejo residencial imperial, está vinculada a santa Elena. A principios del siglo IV, el complejo fue elegido como vivienda por Elena, madre del emperador Constantino, que transformó el gran atrio en una capilla para albergar las reliquias que había traído de Jerusalén a Roma. Alrededor de la capilla se construyó la basílica, por lo que también se la denomina Eleniana o Sessoriana.

Reliquia de la Cruz de Cristo

Reliquia de la Cruz de Cristo

En los relatos de san Ambrosio (340-397) leemos que, en el año 326 d.C., Elena partió hacia Tierra Santa, a los lugares de la Pasión del Señor. En Jerusalén, «inspirada» por el Espíritu Santo, hizo excavar los santos lugares.

Su identificación no fue difícil, ya que el emperador Adriano, en el siglo II d.C., había erigido dos templos para borrar todo recuerdo del cristianismo. Uno, dedicado a Júpiter, se alzaba sobre el Santo Sepulcro; el otro, dedicado a Venus, se erigía en el lugar de la crucifixión de Cristo.

Durante las excavaciones se encontraron tres cruces. Sin embargo, averiguar cuál pertenecía al Señor no era tan sencillo. Elena decidió entonces detener un cortejo fúnebre y ordenó depositar el cadáver en cada una de las tres cruces. La Leyenda Dorada de Jacopo Da Varrazze cuenta que, en cuanto el difunto entró en contacto con la cruz del Redentor, resucitó milagrosamente.

Elena la dividió entonces en tres partes. Una permanecería en Jerusalén, otra fue a Constantinopla, para su hijo. La tercera parte la llevó consigo a Roma, junto con otras reliquias de la Pasión y la tierra tomada del monte Calvario. Extendida sobre su oratorio privado, la tierra se convirtió en los cimientos de un lugar para guardar las reliquias de la Pasión de Cristo.

Titulos crucis

Titulus crucis

Las reliquias de la Pasión se conservan desde el siglo IV d.C. en el interior de un santuario de cristal. Las largas y afiladas espinas están en la parte superior. En el centro del santuario hay un relicario en forma de cruz que contiene tres fragmentos de la cruz: dos en el brazo horizontal y uno en el brazo vertical de la parte inferior. El clavo mide unos once centímetros y no tiene punta.

Sin embargo, el Titulus crucis salió a la luz en 1492 durante los trabajos de conservación de la iglesia. La inscripción original colocada sobre la cruz de Cristo indicaba el motivo de la condena a muerte: INRI, Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum (literalmente, «Jesús Nazareno, Rey de los Judíos»).

La triple inscripción está en hebreo, griego y latín. La latina puede leerse al revés, como la escritura oriental (costumbre en las provincias romanas orientales).

Sobre la autenticidad del Titulus no todos los estudiosos están de acuerdo. Los análisis de carbono 14 realizados en 2002 afirman que la tablilla está fechada en torno al año 1000 d.C. Los partidarios de la autenticidad del Titulus rebaten que el análisis de radiocarbono debe obedecer a una serie de condiciones que no se cumplieron en el caso de la lápida, que además lleva las huellas biológicas de los numerosos peregrinos que la tocaron y besaron, hasta el punto de consumir parte de la inscripción. El misterio sigue hoy sin resolverse.

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