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San Pedro, de Pedro Pablo Rubens

San Pedro, de Pedro Pablo RubensMuseo Nacional del Prado

¿Qué revelan los huesos de san Pedro? Un robusto pescador con signos de artrosis

En la década de 1950, Margherita Guarducci fue la primera arqueóloga que descubrió una inscripción griega en una pared de las excavaciones del Vaticano que decía: «Pedro está aquí»

¿Qué tipo de religión toma los huesos de una persona fallecida, los expone y espera que miles los veneren? Para muchos, la idea de rendir culto a restos mortales suena extraña, casi medieval. Sin embargo, la veneración de reliquias sigue siendo una parte importante de la fe católica, un vínculo con los grandes personajes que han dado forma al cristianismo. Y cuando se habla de reliquias, pocos ejemplos son tan icónicos como los huesos de san Pedro, el primer Papa y uno de los pilares fundamentales de la Iglesia.

Durante el siglo I, la zona donde hoy se encuentra el Vaticano, era un área que combinaba cementerios con villas de la élite romana. En ese lugar, el emperador Calígula había mandado construir un circo para las carreras de carros. La tradición cuenta que Pedro, el apóstol más cercano a Jesús, fue martirizado en ese circo en el año 64 d.C., bajo el gobierno de Nerón, y enterrado cerca de su lugar de ejecución. En el siglo IV, el emperador Constantino decidió erigir una basílica sobre esa tumba.

Con el paso de los siglos, y tras las invasiones bárbaras, el lugar exacto de su entierro fue olvidado. Con el auge de la historiografía crítica, algunos comenzaron a cuestionar si Pedro realmente había estado en Roma. Esto llevó al Papa Pío XII a autorizar una serie de excavaciones arqueológicas que comenzaron en 1939 y se extendieron hasta 1949, a pesar de las complicaciones impuestas por la Segunda Guerra Mundial y los métodos de excavación, que luego serían criticados por ser destructivos. Finalmente, en 1950, Pío XII anunció al mundo que la tumba de san Pedro había sido descubierta.

La tumba del pescador

Después del gran incendio de Roma en el año 64, el emperador Nerón inició una persecución contra los cristianos. Durante esta, san Pedro fue crucificado cabeza abajo en el circo que se encontraba en lo que hoy es la colina Vaticana. Su cuerpo fue enterrado en la necrópolis pagana del lugar, bajo un sencillo tejado de teja. Con el tiempo, la necrópolis se extendió hasta el Tíber y la tumba de san Pedro comenzó a atraer a numerosos peregrinos.

En el siglo IV, el emperador Constantino, tras permitir el culto cristiano, decidió construir una basílica cuya estructura se alineaba directamente sobre la tumba de San Pedro. Para marcar el lugar, erigió un monumento de tres metros de alto con mármol y pórfido, cuyos restos aún se pueden ver. Más tarde, con la construcción de la actual basílica de San Pedro, el altar papal fue ubicado directamente sobre la tumba del apóstol.

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Margherita Guarducci podría considerarse como la mujer que descubrió la tumba del apóstol san Pedro, en 1965.

En 1941, durante excavaciones cercanas a la tumba, se encontró una caja con huesos en un nicho próximo a un muro rojo del monumento constantiniano, pero fue apartada sin mayor análisis. En la década de 1950, la arqueóloga italiana Margherita Guarducci descubrió una inscripción griega en la misma pared que decía: «Pedro está aquí».

Al examinar los huesos de la caja, se descubrió que pertenecían a un hombre robusto del siglo I, de avanzada edad y con signos de artrosis, característicos de los pescadores. Además, los restos estaban envueltos en un tejido púrpura bordado con hilos de oro, lo que indicaba veneración. Los huesos, aparentemente, habían sido movidos desde la tumba original para protegerlos de posibles profanaciones. Finalmente, el 26 de junio de 1968, el Papa Pablo VI anunció en una audiencia que las reliquias de san Pedro habían sido identificadas de manera «convincente».

¿Por qué las reliquias son tan importantes?

Para los católicos, venerar reliquias no es una cuestión de superstición o reverencia desmedida hacia lo material. El hecho de que los restos mortales de un santo, como Pedro, sean venerados, radica en una creencia profunda: el cuerpo, incluso después de la muerte, sigue siendo sagrado. La santidad no se limita al alma; permea también el mundo físico.

Cuando los primeros cristianos eran perseguidos y martirizados, sus cuerpos eran recolectados con devoción y enterrados con la esperanza de que algún día esos restos volvieran a ser honrados. Una de las críticas más frecuentes hacia la veneración de reliquias es la duda sobre su autenticidad. La Iglesia, sin embargo, no cierra los ojos ante esto. A lo largo de la historia, la veracidad de los restos de un santo han sido cuidadosamente evaluados, y algunos han sido declaradas falsos. Para que una reliquia sea venerada públicamente, debe contar con una autenticación oficial, realizada por la autoridad eclesiástica, en muchos casos el obispo.

Por supuesto, siempre queda un margen de duda razonable. Pero la Iglesia no se aferra a la certeza absoluta en este tipo de cuestiones, sino que invita a la fe. Como dijo el exportavoz del Vaticano, el padre Federico Lombardi, cuando se expusieron por primera vez los huesos de Pedro: «Es una manera de sentirse espiritualmente cerca de la historia del apóstol». No se trata solo de pruebas físicas, sino de lo que esas reliquias representan para los orígenes del cristianismo y millones de creyentes.

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