Débora Altit

Débora Altit, terapeuta psicocoporal

Débora Altit: «No vas a curar tu ansiedad si no abordas lo que está ocurriendo en tu cuerpo»

La terapeuta psicocoporal explica cuáles son las características y ventajas de este método

La terapia psicocorporal es una alternativa poco conocida en nuestro país que propone hacer un trabajo integrado en el que el paciente no sólo habla con el terapeuta, sino que también aprende a escuchar más sus sensaciones y a prestar atención a los mensajes que su cuerpo esconde. Débora Altit, terapeuta psicocoporal, cuáles son las características y ventajas con respecto a métodos más tradicionales.

–¿Cuál es el origen de este tipo de terapia?

–El origen en Occidente se remonta al austriaco Wilhelm Reich, que fue un discípulo de Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis. Es decir, que aunque este estilo de terapia sea poco conocido, cuenta ya con una larga historia.

Reich era un discípulo aventajado de Freud, al que asignó la tarea de descubrir por qué los pacientes de psicoanálisis, a pesar de que terminaban entendiendo cuál era su problema, no lo resolvían. Reich se dedicó a observar a los pacientes y descubrió que a menudo lo que decían y lo que expresaban a través de sus cuerpos se contradecía… Propuso prestar atención al cuerpo, y desarrolló una teoría que relacionaba las tensiones musculares con distintos tipos de personalidad. Su propuesta era demasiado revolucionaria para Freud, que lo expulsó de la sociedad psicoanalítica. De hecho Reich fue polémico en muchos sentidos, y terminó muriendo en la cárcel en EE.UU.

A partir de Reich, y en ocasiones dialogando con influencias de Oriente, fueron surgiendo nuevas escuelas y derivaciones, como el Análisis Bioenergético, el Método Hakomi, la terapia sensoriomotriz, Somatic Experiencing…

–¿Por qué dirías que, a pesar del paso del tiempo, la gente conoce poco este tipo de terapia?

–Es fácil: porque va totalmente en contra del modelo sobre el que se estructura nuestra sociedad. Desde «pienso luego existo» de Descartes, Occidente tomó el camino de priorizar lo cognitivo por encima de lo sensorial… Hay un libro interesante del científico Antonio Damasio sobre eso, llamado precisamente «El error de Descartes».

La cuestión es que plantear el sentir y la no separación cuerpo-mente desafía toda la estructura. Las universidades, los colegios profesionales, la industria farmacéutica… En España son lobbies muy potentes, que creen ver amenazado «el pastel».

–¿Y qué aporta el trabajo que tú haces que no pueda satisfacer un psicólogo?

–Bueno, lo primero de todo es tener presente que dentro de lo que la gente llama «psicólogo» hay perfiles profesionales muy diferentes… Es decir, hay muchas personas que hacen la carrera y se dedican a recursos humanos y otros trabajos donde no se aprende a acompañar a personas. Luego, psicólogos que se mantendrán fieles a la mirada y valores que les enseñaron en la facultad, que en nuestro país es casi exclusivamente terapia cognitivo-conductual (no es igual en todos los países). Por último, estarían los psicólogos que continúan formándose para ser psicoterapeutas y que por interés personal o como decepción al ver que lo aprendido no les funciona, comienzan a buscar en otros ámbitos y pueden llegar a acercarse líneas más holísticas o incluso renegar totalmente de lo que aprendieron en la carrera…

Dicho todo esto, en el trabajo de un terapeuta psicocorporal hay dos elementos importantes, ajenos a lo que se enseña en la universidad: por un lado, el elemento puramente físico, y por otro el cultivo de la relación entre el terapeuta y el paciente/cliente.

–¿Cómo ayuda el trabajo físico?

–De muchas maneras. Una de ellas es que aprendemos a poner más atención a leer el cuerpo y los mensajes que nos da. Las tensiones físicas crónicas, la postura, los gestos, el tono de la voz o de la piel, la vitalidad… A la vez que hablamos con la persona estamos prestando atención a todo esto en paralelo, que nos da pistas valiosas.

Por otra parte, está también la llamada resonancia límbica. El terapeuta no sólo está atendiendo a la persona que acompaña sino a sí misma todo el tiempo, ya que las propias sensaciones físicas que experimenta pueden estar dándole información sobre el paciente que de otra manera no podría reconocer (por ejemplo, imagina una persona que está tan desconectada de su rabia que no la expresa en su cara, no se la permite, pero tú como terapeuta empiezas a sentir ese enfado).

En línea con esto, el terapeuta entrenado se utiliza a sí mismo como instrumento para facilitar estados en el paciente. Por ejemplo, si yo tengo enfrente una persona con mucha ansiedad, con un sistema nervioso desregulado, lo primero que yo hago es calmarme y regular mi propio sistema nervioso, para desde ahí iniciar su regulación. Un poco como idealmente haría una madre que quiere calmar a su bebé, y que utiliza un tipo de voz, una cadencia, y que necesita estar tranquila para hacerlo.

Como imaginarás, poder hacer este trabajo implica un proceso largo de entrenamiento, para el que no basta con leer libros. Hay que desarrollar mucho autoconocimiento y sensibilidad antes, y aprender a provocar de manera consciente muchos fenómenos que normalmente sólo realizamos de manera inconsciente, como el ejemplo de la madre.

–Has mencionado la ansiedad. ¿Crees que un abordaje psicocorporal obtiene mejores resultados?

–Sin dudarlo. Es que no vas a curar tu ansiedad si no abordas lo que está ocurriendo en tu cuerpo y en tu sistema nervioso, es imposible. De hecho, cuando trabajaba exclusivamente como profesora de yoga un porcentaje grande de las personas que acudían a mis clases venían porque un psicólogo les había recomendado que se apuntaran. Es decir, ellos veían cuál era el problema, pero no sabían tratarlo… Y casi era mejor así. Porque otro problema era cuando aparecía gente que había estado haciendo el ejercicio de respiración tal o cual, porque era lo que el psicólogo le había dicho que hiciera. Y entonces te encontrabas con alteraciones añadidas que llevaba más tiempo resolver, como la respiración paradójica, que es cuando la persona toma aire y hace el movimiento muscular de soltarlo.

–Además de para la ansiedad, ¿para qué otras problemáticas crees que la terapia psicocorporal es más efectiva?

–Creo que la terapia psicocorporal va a ayudar a cualquiera que quiera ser tratado de una manera más amplia, contemplando lo mental pero también lo emocional, lo sensorial, lo energético, lo relacional… Pero sin duda sería la primera opción para todo aquello que implique una afectación corporal. Por ejemplo, cuando una persona es consciente de que tiene tendencia a somatizar, o si de alguna manera está enfadada con su cuerpo y quiere sanar esa relación. Pero al final es que la diferencia cuerpo-mente, es una idea, no es real… Hoy por hoy al menos ya hay psicólogos que recomiendan a las personas con depresión que hagan ejercicio físico vigoroso. Es importante en las depresiones ver qué está pasando con la respiración y el cuerpo en general. Y, para las personas con ansiedad crónica, que tengan presente que la ansiedad es la antesala de la depresión y que es importante que se traten a tiempo.

Las terapias psicocorporales también son de gran ayuda en casos de trauma, tanto por ejemplo en situaciones de estrés postraumático como cuando las personas presentan problemas preverbales, con origen en la primera infancia. Es lo que se ha dado en llamar «trauma de desarrollo». Cuando hay trauma (que es algo mucho más amplio y habitual de lo que la gente cree) tenemos un sistema nervioso desregulado que hay que regular poco a poco. Y, en el caso de problemáticas preverbales, para sanar hay que ir construyendo las conexiones sinápticas para que la persona esté conectada con su cuerpo, que se sienta segura, vista, querida… Todo esto son experiencias físicas. Nadie cambia por entender teóricamente qué es el amor, o la seguridad, o en qué significa sentirse valorado… Necesita experimentarlo en su cuerpo.

–Tu proyecto lleva el nombre de Sentirte mejor. Incluso afirmas que sentir más ayuda a sufrir menos, aunque resulte paradójico.

–En nuestra cultura se sigue asociando ser sensible con ser débil; es una creencia heredada de un pasado milenario de guerreros y soldados, donde era importante acorazarse y no sentir… Tanto para los hombres que luchaban como para las mujeres y madres que veían a sus hombres partir, y sufrían también esa violencia.

Pero existen otras maneras y otras sociedades posibles: aún recuerdo a un psicólogo y chamán peruano, que explicaba que en las culturas amazónicas se considera que las personas muy sensibles tienen un don, y que se convierten en los futuros médicos y chamanes.

Andamos por la vida sin brújula interna, y el primer paso es comenzar a sentir de nuevo para despertarla

En cambio, a nosotros ya desde la niñez se nos empuja a desconfiar de lo que sentimos, a reprimirlo: cuando los padres nos obligan a dar un beso a algún familiar o conocido suyo, para quedar ellos bien, o cuando se nos obliga a comer cuando no sentimos hambre, o se censura la rabia en una niña, o las lágrimas en un niño… Hay muchos ejemplos. Luego surgen los problemas de mayores, como la dificultad para poner límites, o que la gente llegue a «adulta» y sea tan influenciable y esté tan desorientada sobre quién es, cuáles son sus dones o sus deseos… Incluso afecta, si me apuras, a que sea tan pasiva ante situaciones de injusticia, o de corrupción política, por ejemplo.

Andamos por la vida sin brújula interna, y el primer paso es comenzar a sentir de nuevo para despertarla... Poner más atención a lo que pasa en nuestro interior, para, como suelo decir, dejar de sentir en blanco y negro y empezar a sentir en colores, con matices. Y así, poco a poco, vamos convirtiéndonos en otro tipo de personas, más seguras y preparadas para los desafíos. Por eso digo que el camino a sentirse mejor pasa por poder sentir más.

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