La gastronomía es un arte que puede ser capaz de teletransportarnos a otros lugares. Pero además, algunos productos y elaboraciones que no se realizan en nuestro país pueden darnos un aporte de nutrientes que desconocíamos o un sabor exquisito que no se encontraba entre los habituales. Un ejemplo es la halva, un postre tradicional de Oriente Medio, India, Pakistán e Irán y que también ha llegado al Mediterráneo a través de algunas cocinas de los Balcanes. El término proviene de la palabra árabe halwā, que significa dulce, y también es conocido como halwa, halvah, halava, helva, halawa, etc. Se elabora a partir de pasta de sémola, sésamo o girasol. Así se hace una pasta densa que luego se endulza con almíbar de azúcar o miel y posteriormente se añaden frutos secos, canela o agua de rosas. Lo tradicional es hacerlo con la fórmula del 1, 2, 3 y 4, es decir, una medida de aceite de oliva, dos de sémola, tres de azúcar moreno y cuatro de agua. También se incluyen otros ingredientes, como la canela molida y los frutos secos, normalmente pistachos, almendras, piñones o nueces. Se considera un dulce saludable, puesto que tiene un alto contenido de calcio, hierro de origen vegetal, fósforo, zinc, magnesio y fibra. Contiene, además, aminoácidos y proteínas, dos elementos esenciales para construcción de huesos y músculos. Se caracteriza también por su facilidad para digerirlo y su utilidad para mejorar el estado del cabello, las uñas y la piel. Todos los tipos de halva se concentran en sí mismos en los ácidos linolénico y linoleico, que son necesarios para eliminar el colesterol malo de la sangre y prevenir la aterosclerosis. para su elaboración, hay que calentar aceite a fuego medio para después añadir las semillas de sémola y remover hasta que sean de un color marrón claro. A continuación añadiremos los frutos secos y, una vez tostados, el almíbar. Ir revolviendo durante 15 minutos hasta conseguir una pasta homogénea y, cuando no haya humedad, añadir azúcar. Será el momento de retirarlo del fuego, taparlo con un paño y dejarlo descansar un cuarto de hora, para después verterlo en un molde. Una vez frío, desmoldarlo y trasladarlo a un plato.