Volcán La Palma
El final de 31 noches sin dormir: evacuados en los últimos metros de la colada
Los habitantes de 50 viviendas de los barrios de Las Martelas, Marina Alta, Marina Baja, La Condesa y Cuesta Zapata, a los que poco después se ha sumado San Borondón han tenido que abandonar sus casas por el avance de la lava
La casa de Juan Manuel González en el barrio de Marina Alta, en Tazacorte (La Palma), dista apenas 6,5 kilómetros en línea recta del lugar donde estalló la erupción en Cumbre Vieja hace 31 días. Los mismos que Juan Manuel lleva sin dormir, seguro de que esta noche iba a llegar, la noche en la que su madre, de 92 años, y él tendrían que dejarlo todo atrás.
Poco después de las 21.00 horas de este miércoles, la dirección del Plan Especial de Protección Civil frente a Riesgo Volcánico de Canarias (Pevolca) daba la orden: los habitantes de 50 viviendas de los barrios de Las Martelas, Marina Alta, Marina Baja, La Condesa y Cuesta Zapata, a los que poco después se sumó San Borondón, debían evacuarlas, porque están en el camino de una colada de lava que ha rebasado la montaña de La Laguna y se acerca ya peligrosamente.
En Las Martelas, perteneciente a Los Llanos de Aridane, las cinco familias a las que afectaba esa situación ya se habían marchado hace tiempo. Todas sabían lo que se les venía encima. Más abajo en la ladera, en los barrios populares de Tazacorte, seguían viviendo vecinos de toda la vida, algunos pensionistas al cargo de ancianos.
Es el caso de Juan Ramón González, vecino «desde chico» de Marina Alta. El hombre parece firme para el trance que viviendo: sentado en una furgoneta, procura calmar a su perra, Lupita, que ladra nerviosa, sin quitar ojo de las atenciones que está recibiendo ya a la entrada del pabellón polideportivo su madre, una nonagenaria.
«Se lleva mal, mal, esta noche y las otras noches. No se puede dormir, ni nada. No he dormido ni un día desde que reventó el volcán, las noches las he pasado sentando viendo la televisión», relata a Efe, con aplomo. Pero cuándo le preguntan dónde irá a partir de ahora, el hombre se quiebra: «Donde me manden... vamos a ver... a ver lo que hay», dice, con los ojos encharcados.
Juan Ramón y su madre salieron de su casa con «los papeles, algunas cosas de casa y la perra», casi como Ana Begoña, vecina de San Borondón, el barrio evacuado en el último momento.
La mujer confiesa a Efe que está «atacada de los nervios», porque aunque había seguido el consejo de las autoridades de preparar una maleta con lo imprescindible por si se diera el caso (documentos, escrituras, medicamentos, recuerdos irreemplazables...), en realidad nunca pensó que también a ellos les llegarían a evacuar.
La suya es otra de esas vidas en pausa por el volcán. La suya... y la de su hija, su yerno y sus dos nietos. Hasta este verano residían en Lanzarote, pero decidieron mudarse a La Palma, regresar a la casa de toda la vida de la familia en Tazacorte, porque la crisis turística de la pandemia había pegado duro en las islas orientales y la joven pareja no encontraba trabajo con el que salir adelante.
«Me preocupan mis nietos y mi hija, claro. ¿De qué van a vivir? Mi yerno trabaja en una obra, mi hija tenía empleo, pero cuando nos confinaron (San Borondón fue confinado varios días, debido a los gases que desprendía unos kilómetros más al sur la entrada de la colada de lava en océano) no pudo ir a trabajar y la pararon al día siguiente. Y, ahora para conseguir trabajo... bueno. Es así», dice.
A Modesto Fabricio Pérez, vecino de Marina Alta, el volcán también le ha robado su empleo. Solo le quedan unos ingresos que obtiene cuidando jardines, lo que desde hace semanas se ha convertido en La Palma en una faena agotadora: retirar a diario ceniza y más ceniza.
Pérez estaba seguro de que tarde o temprano tendrían que salir del barrio, pero lo de esta noche le cogió por sorpresa. Había ido a Los Llanos de Aridane a llevar una botella de leche de cabra a su suegro y allí se enteró de la noticia, por la televisión.
«Vine corriendo y he podido sacar unos pocos enseres míos, pocas cosas. Se me quedaron arriba los animales, todos. Por la mañana los quitaremos de allí. Tengo cabras, hurones, gallinas, perros de caserío... se han quedado solitos toda la noche», explica.
Modesto intenta aparentar que aguanta el golpe: «No hay con quién pelearse, es la naturaleza», sentencia. Esta noche, dormirá en el albergue de Tazacorte; después, intentará que el Ayuntamiento le ayude a pagar un alquiler en los apartamentos de un amigo suyo.
Pendiente de todos ellos y de las camionetas que no dejan de descargar enseres por la puerta trasera del polideportivo está el alcalde de Tazacorte, Juan Miguel Rodríguez, que reconoce que este era un desenlace que se temían desde hace días, desde que una colada llegó a la vecina montaña de La Laguna y empezó a rebasarla.
Rodríguez remarca que la gente que esta noche sale de sus casas sin saber si volverán a ellas son familias corrientes, «gente que vive en esos barrios desde hace generaciones».
También el alcalde se emociona: «En este momento difícil tener ánimo, pero bueno... Tenemos que estar a la altura. Haremos todo lo posible por mitigar este sufrimiento».