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El ingeniero Guillermo García, durante la entrevista

El ingeniero Guillermo García, durante la entrevistaM. Martín-Lunas Cruz

Sociedad

Un practicante de la 'Gran Renuncia': «Ahora tengo disponibilidad para la vida»

El ingeniero Guillermo García cuenta cómo abandonó su trabajo bien remunerado para irse a vivir con su familia a China y comenzar una nueva vida, más tranquila y gratificante

Podría tratarse del título de una película, pero está lejos de la ficción. La pandemia ha revolucionado todos los aspectos de nuestra vida. La situación de desestabilidad ha provocado profundas reflexiones existenciales, dando pie a la 'Gran Renuncia', fenómeno surgido en 2020 en Estados Unidos. Es un movimiento que ha llevado a millones de personas a renunciar a sus puestos de trabajo bien remunerados para buscar otro modo de vida que les hace sentir más realizados.

En España, esa gran renuncia se ha quedado simplemente en una pequeña llamada. Son pocas las personas que se han atrevido a este cambio, entre ellos el ingeniero espacial Guillermo García Díaz-Ambrona, cuya historia refleja esta idea.

–¿Cuál ha sido su caso de renuncia?

–He pasado fundamentalmente de ser un jugador bastante mainstream dentro del sistema a encontrar una forma de vida mucho menos cercana al paradigma del éxito. Vengo de una familia militar española. Estudié becado en Estados Unidos Ingeniería espacial. Luego trabajé durante bastantes años en el mundo espacial, tanto en EE.UU. como en la central principal europea, Toulouse, para Airbus Espacio, en satélites. Posteriormente seguí trabajando ya más a nivel de desarrollo de negocio, llegué a ser el director de marketing internacional de una empresa que cotiza en la Bolsa de Madrid y me fui a vivir a China con mi mujer y cuatro hijos [ríe al decir esta frase, contagiándome enseguida] cinco años, en Shenzhen. A lo largo de estos años he encontrado la plasmación que tienen los japoneses en el concepto de ikigai, hacer aquello en lo que consideras que eres bueno, que se te reconoce, que te gusta y además que tiene un sentido un poco más trascendente.

–¿Qué le llevo a dar este giro?

–Había una cierta falta de sentido en esos trabajos bien remunerados internacionales, en los que estás viajando a EE.UU. o a China y es el cumpleaños de tus hijos y su madre les dice «no, Guillermo no está, es que está en China» o «es que ha ido por trabajo a EE.UU». En mi caso, todo empezó a raíz de mi divorcio y de la vuelta de China, donde me di cuenta de que tenía que tomar decisiones muy concretas. ¿Custodia compartida o no? ¿Me ocupo de mis hijos de verdad o no? Y luego darte cuenta de qué quieres hacer en la vida. Mi amigo Nacho es muy orteguiano y siempre le gusta citar la idea de que a partir de los 40 el sol sigue, la luz calienta pero ya da de espalda, ya no te ofusca. Entonces, los cuarenta son una edad muy interesante para tomar esas decisiones, y a partir de ahí hice mi doctorado y me estoy dedicando a la docencia.

–¿Eso quiere decir que el concepto que tenemos de ‘crisis de los 40’ tuvo algo que ver?

–Sí, hay dos etapas de vida, una donde uno se cree infinito, donde la noción de finitud es tan lejana que no se considera y luego hay un momento en la vida extraño donde, de golpe, uno se da cuenta y dice «ostras, que esto no es eterno, que la vida da de sí lo que da de sí». Entonces, de alguna forma te compele a buscar un modo de vida que tiene sentido, no en cuanto al objetivo, sino en un sentido casi estético del día a día.

–¿Cómo reaccionó su entorno?

–De formas diversas. Los padres son siempre conservadores por definición porque piensan que en lo original están muchas veces las papeletas para pegarse un buen pimiento morrón. Mis padres me decían «hijo, que estás haciendo lo que quieres». O sea, hacer lo que quieres en caso de los padres es muchas veces una crítica. En cuanto a mis hijos, de pronto les pude dedicar aquello que es absolutamente único, que es el tiempo. Lo que ha propiciado es que nos hayamos encontrado de alguna forma, estar muy presente. Entonces ellos reaccionan con la sabiduría del niño que todavía no tiene esos sesgos de irracionalidad que les damos con los biberones, por lo que ellos encantados.

Ahora mismo no se trabaja ni siquiera para vivir, se trabaja para malvivirGuillermo García Díaz-Ambrona

–¿Qué cambios ha notado?

–He notado primero el tiempo y la flexibilidad. El día tiene 24 horas. Entre que te acuestas ahí se van ocho horas y de las 16 que tiene el día «vivible», el trabajo te quita horas absolutamente centrales. De pronto me he encontrado con disponibilidad para la vida. Para poder pasear por el barrio, para tomar mi cafelito y estar mirando al sol en esta maravillosa ciudad donde nueve de 12 meses tienes un solecito suficiente para pegarte ese calorcito gustoso. Tiempo para leer, para viajar… todos los años me hago un par de viajes con un amigo aventurero y nos vamos a Birmania, a Irán…

–Entonces, ¿le podríamos dar respuesta a eso de ‘trabajar para vivir, no vivir para trabajar’?

–Bueno, fíjate, lo de que se trabaja para vivir creo que es demasiado optimista. Eso ocurría en los años 50-60 donde el mundo era ordenado, uno se sacrificaba y sabía que en función de lo que invertía en términos de esfuerzo, dedicación, abnegación… lo sacaba luego. Ahora mismo no se trabaja ni siquiera para vivir, se trabaja para malvivir. Si eso, para sobrevivir. El tema clave es el sentido. El ser humano, ya nos decía Kant, es un fin en sí mismo, no es medio para ninguna otra cosa. Uno no puede estar ocho o diez horas diarias dedicado a algo que no tiene propósito humano ninguno. El sentido hay que encontrarlo en todo, hasta en el trabajo.

–¿Diría usted que ahora mismo es feliz?

–No [dice rotundo]. Es que hay palabras muy peligrosas. Felicidad, amor… son palabras que las carga el diablo. La acepción habitual de felicidad es insostenible. Son esos momentos únicos, esa parte alta de la ola… La felicidad bien entendida se asemeja mucho con la serenidad. La serenidad implica todo: estar despierto de día, dormir bien de noche, estar cerca de gente a la que uno quiere, sentirse querido, tener un cierto propósito y sentido del día a día… La felicidad son palabras, y estas no son un pincel fino, son una brocha gorda para poder escribir en un lienzo muy pequeñito. Son puras aproximaciones de un mapa semántico.

–Teniendo en cuenta todo esto, ¿qué les recomendaría a los jóvenes que están decidiendo su futuro laboral?

–Nada [suspira]. Con un pequeño matiz, que cultiven la libertad de pensamiento. Tiene que ser su recorrido, que se encuentren sus obstáculos, que decidan qué es lo que tiene sentido… el acelerador del proceso de aprendizaje es la apertura mental. Como tengas las orejeras puestas y no seas capaz de ver las cosas con cierto ángulo te puedes pasar la vida entera equivocándote y no teniendo la valentía para tomar decisiones. Mi recomendación es que cultiven la libertad del pensamiento, el análisis crítico y que se atrevan.

       

Salgo de la entrevista con una sonrisa en la cara, y cargada de motivación. Me siento afortunada por haber sido elegida por mi destino. Me quedo queriendo aplicar el ikigai, con ganas de tomarme un café al solecito y con curiosidad por viajar a tierras iraníes… pero sobre todo inspirada, como espero que estén todos ustedes. Quién sabe, lo mismo la siguiente gran renuncia es la suya.

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