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16 de septiembre de 2024

Tunku Varadarajan, editor de opinión de The Wall Street Journal, agradece el galardón

Tunku Varadarajan, editor de opinión de The Wall Street Journal, agradece el galardónPaula Argüelles

II Premios El Debate a la Proyección de España

Lea el discurso más aplaudido de los premios: Tunku Varadarajan y su elogio a España

El periodista indo-británico recibió el premio a la Proyección de España: «Esta es la única gran nación cuya autoestima es inferior a la estima que otros tienen por ella», lamentó

Tunku Varadarajan fue uno de los tres galardonados en los II Premios El Debate a la Proyección de España. El periodista, distinguido en la categoría dedicada a la comunicación, realizó una emocionante defensa y elogio de España; una exposición muy celebrada por todos los asistentes, entre los que estaban Isabel Díaz Ayuso, José Luis Martínez-Almeida, Rocío Monasterio, Javier Ortega Smith o el expresidente José María Aznar. Debido a su interés, reproducimos aquí su contenido íntegro:

Señora presidente de la Comunidad de Madrid, señor alcalde de Madrid, señor presidente Aznar, Alteza Real, señor presidente de El Debate, señor Director de El Debate, señoras y señores:

Empiezo con las dos palabras más importantes que conozco, que son «Hala Madrid». Que ganemos.

Gracias por este honor. No lo merezco.

Pero, toda mi vida, he creído que hay tres cosas a las que un hombre nunca debería decir «nunca»: nunca digas que «no» a una audiencia con el Papa. Nunca digas que «no» a una copa de champán. Y nunca digas que «no» a un premio. Así que una vez más, gracias.

¿Quién soy? Un poco sobre mí, y, se lo prometo, sólo un poquito.

Soy indio de nacimiento y genética. Soy británico por cultura, preferencia y filosofía personal. Y soy español por aspiración y por deseo. Una de las ventajas de pertenecer a la religión hindú es el acceso que tengo a la reencarnación. Si vivo esta vida con el honor suficiente para merecer una vida mejor, o lo que los anglosajones llaman un «upgrade», espero renacer, en la próxima vida, como un español. España es un país que he amado y admirado desde que comencé a aprender el idioma de Quevedo y Machado y Borges, mis favoritos. Yo era entonces un estudiante de derecho en Oxford, y me dediqué al español en mi tiempo libre, con una maravillosa profesora inglesa que estaba casada con un catedrático de ingeniería español, Don Carlos Ruiz, de Exeter College, Oxford. En una de nuestras primeras lecciones, la profesora, que se llamaba Marie Ruiz, me hizo leer en voz alta un trabalenguas que, sospecho, estaría prohibido en las aulas de hoy:

«Teodoro el Moro, con su oro, compró un loro. Por eso el loro de Teodoro es un loro moro con oro».

Me mudé a España en 1996, a los 34 años, como corresponsal de The Times de Londres, y descubrí que, si bien ahora me encontraba entre personas que podían pronunciar esos trabalenguas, esas mismas personas no poseían la facilidad de pronunciar mi apellido. «Varadarajan» era para ellos un sonido diabólico, ingobernable. El primer día en Madrid, el conserje de mi edificio miró mi nombre y dijo:

«Bienvenido, Señor Barandiarán». Hábilmente, en un acto que fue a la vez genio lingüístico y resistencia a los excesos forasteros, me convirtió de brahmán indio en vasco puro: Tunku Barandiarán.

Por mucho que amo ame España, he descubierto que éste es un país que me frustra. España es la única gran nación cuya autoestima es tan notablemente inferior a la estima que otros tienen por ella. Los franceses, los británicos, los estadounidenses, ciertamente los chinos e incluso los indios, cometen el pecado de sobreestimar sus propias naciones. Los españoles, por el contrario, se avergüenzan de su propia historia y se autocritican hasta agobiarse con disculpas; están demasiado ansiosos de recibir el elogio del extranjero. Y si bien es mejor ser humilde antes que arrogante, la humildad deja de ser una virtud cuando te impide el reconocimiento de tu propio valor.

Por supuesto, a los españoles no les ayuda tener que soportar una política moderna (la política, ciertamente, de los últimos 50 años) en la que la narrativa reinante decreta que el patriotismo es feo, que el patriotismo es peligroso, que el patriotismo es, de alguna manera, franquista o «facha». Y por eso los españoles hoy tienen que tragar lo contrario: la apoteosis de lo progresista, el desprecio doctrinal del Estado-nación español, el culto al separatismo, y el mimo constante a aquellos que quieren desentrañar todo lo bueno de este Reino extraordinariamente democrático y tolerante.

En mis escritos, lucho por la integridad territorial de España y la intento defender contra las fantasías descaradas de los separatistas. En mi propia cabeza, que tengo aquí, la palabra «Puigdemont» suena como «Putsch Demon» en inglés –o sea, «Putsch Demonio» en español– siendo putsch, como sabéis, la palabra alemana para un intento ilegítimo de derrocar a un Gobierno.

A menudo me atacan en Twitter algunos catalanes indignados. Parte de ellos intenta razonar conmigo, pero la mayoría recurre al abuso ad hominem, a veces con tintes racistas –cosa que no debe sorprendernos, dado que el separatismo catalán es, en su esencia, racista–. No obstante, tengo que confesar que hay pocas cosas que sean más placenteras en la vida que ser atacado por puigdemontistas enfurecidos.

Hay un videojuego llamado ANGRY BIRDS: Pájaros Enfadados. Hace unos años yo sugerí en Twitter que los inventores de ANGRY BIRDS podrían considerar una secuela rentable, llamada ANGRY CATALANS –catalanes enfadados–. También agregué que agradecería una comisión del 10 % por la idea.

Como era de esperar, o como la noche sigue al día, se produjo un gran alboroto. Me acusaron de recibir dinero del Estado español. De denigrar el oficio sagrado del Periodismo. De ser prostituta. De ser Madridista (cosa que soy, con orgullo). De recibir instrucciones anti-catalanas de José María Aznar. E incluso –y éste era mi favorito– de haber cenado en privado con Mariano Rajoy, sugiriendo, supongo, que yo era una mascota del Partido Popular. Que conste en acta que no he cenado con el señor Rajoy. ¡Al menos hasta ahora! Pero esta noche tengo una cena de lo más agradable, en compañía de hombres y mujeres que no son sólo españoles, sino que están orgullosos de ser españoles. Y yo, por mi parte, estoy orgulloso de estar entre ellos.

Muchísimas gracias por el honor.

¡Viva el Rey!

¡Viva España!

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