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Javier Corrales junto a su familia

Javier Corrales junto a su familiaCedida

Superviviente de cáncer

«Me enteré de que tenía cáncer cuando mi mujer estaba embarazada de siete meses»

Dos meses después, puede decir que está limpio, aunque siempre con algo de «miedo» por las revisiones que tiene que pasar

Cuando una pareja se casa, piensa en su futuro, en el tiempo que les queda por disfrutar juntos y en ir construyendo su vida poco a poco. Esto es lo que pensó Javier Corrales, cuando en julio de 2023 contrajo matrimonio con su mujer. Dios les sorprendió, y en noviembre de ese mismo año les dio el mayor regalo: María estaba embarazada. Su familia iba a crecer. Sin embargo, todo lo que había soñado se desmoronó en mayo de 2024, cuando unos dolores intermitentes en el abdomen hicieron que su madre, que es médico, insistiera en que fuera al hospital.

Como es normal, ya que es deportista y nunca ha tenido una vida de excesos, pensaba que iba a tener alguna úlcera o bacteria, «jamás pensé escuchar la palabra cáncer», comenta a este medio. Le mandaron una endoscopia de urgencia en un hospital privado, porque en el público le dieron cita para noviembre: «Si no me hubiese hecho el seguro privado por el embarazo de mi mujer, estaría probablemente en el otro barrio», asegura.

Llegó el día de la prueba y, lo que parecía una consulta de prevención, terminó siendo un «shock» para todos. Especialmente para su mujer y su madre, las personas que acompañaron a Javier en este proceso. «Me enteré de que tenía cáncer cuando mi mujer estaba embarazada de siete meses», recuerda. Cuando interiorizó la noticia intentó ponerse en lo mejor. No tenía por qué ser un carcinoma —que es uno de los más agresivos—, sino que podía ser un linfoma, una neoplasia algo más leve y con un 98 % de probabilidades de curación.

«Yo soy joven y los linfomas aparecen, sobre todo, en las personas como yo». Por eso pensó que se iba a tratar de un tumor de estas características. Para determinar el tipo le realizaron varias pruebas —entre ellas un análisis para ver si había metástasis—. «Teníamos mucho miedo, sobre todo porque teníamos ya un hijo», afirma. El primer alivio llegó cuando le dijeron a Javier que «no estaba extendido». El tumor era grande, pero estaba localizado. Sin embargo, la prueba de la biopsia de la masa maligna pronosticó lo peor: «Era un carcinoma difuso de células en anillo de sello». Un cáncer muy agresivo y raro. A pesar del resultado, la ‘suerte’ estaba de su parte, puesto que le estaba creciendo para dentro, algo que evitó que se extendiera.

Llegó el momento del tratamiento. Su doctor le explicó que su terapia iba a consistir en cuatro ciclos de quimioterapia cada 15 días y luego «me dejaban descansar», apunta. Una vez pasado esto, tenía que pasar por quirófano, una vez más, descansaba. Por último, debía volverse a poner la bolsita con quimio para limpiar todas aquellas células malignas que hubiesen quedado tras la operación. Aun así, «todo iba a ser dependiendo de la evolución», ya que estaba en estadio III casi IV.

Para nosotros Jacobo fue como un niñito de Dios

Comenzó los ciclos de quimio y, a pesar de estar «muy motivado» y de que, como mucho, se le iba a «caer el pelo», vio que, de repente, empezó a tener dolores «bastante chungos». «Tenía que estar siete horas en el hospital con la quimio», relata. El primer día pensaba que «me estaba muriendo, que me estaba dando un infarto». Todo se juntó. Los dolores le dejaban en cama tres o cuatro días algo que se juntaba con su mujer a punto de dar a luz: «Sin ella no sé qué hubiera hecho», confiesa, «ella hacía de todo».

El tercer ciclo le llegó el 23 de julio. La primera semana sabía lo que había. Sin embargo, le vino un chute de energía muy fuerte. Aunque su mujer salía de cuentas el 26 de julio, Jacobo nació el 25 de julio, día del apóstol Santiago: «Para nosotros fue como un niñito de Dios», explica emocionado. A pesar de que era el día más feliz de ambos, el parto fue «un show». Ella estaba con dolores y Javier «vomitando y tiritando». En el momento de llegar a casa con el bebé todo fue «muy fácil», pero parecía que «mi mujer tenía dos bebés», sobre todo, cuando le daban quimioterapia.

Javier Corrales y su familia

Javier Corrales y su familiaCedida

Llegó agosto, y con él el momento esperado: ver si el tumor se había reducido o seguía igual. Era una prueba clave para saber si le podían operar o no. En la consulta recibió la noticia esperada: «El tumor sí había dado algo de respuesta y había disminuido levemente».

Tuvo un verano «superbueno», pudo descansar y vivir lo que siempre había soñado: sus primeras vacaciones con su mujer y Jacobo, su hijo recién nacido. El 20 de septiembre fue la operación. Ese momento fue «bastante duro para mi familia», puesto que ahí iban a ver si se había extendido o no, porque desde el último ciclo de quimioterapia había pasado tiempo. En el momento de abrir —que iba a ser con dos pequeñas incisiones con el robot Da Vinci, una de las mejores herramientas científicas—, vieron el tumor estaba muy profundo, por lo que tuvieron que hacerle «una cruz en el abdomen para extirpar la neoplasia». Una vez más, recibió buenas noticias. Todo fue perfecto y estaba, a priori, limpio.

Los primeros días Javier los recuerda como «muy duros». No podía moverse de la cama y sentía que «la tripa se me iba a caer», pero poco a poco se fue recuperando, aunque seguía alimentándose con líquido.

Llegó de nuevo la temporada de quimioterapia para terminar de limpiar la zona afectada. Sin embargo, llegaron de nuevo malas noticias: «Me sacaron como 50 ganglios y 19 de ellos estaban afectados, con lo cual me dijeron que había riesgo de volver a tener una recaída». En ese momento, asegura que sintió «de nuevo miedo»; no obstante, sabía que tenía que vivir el presente, por lo que decidió afrontar el tratamiento con otra filosofía. Esta vez, al no tener el tumor, los dolores 'desaparecieron', por lo que lo pasó «mucho mejor». Además, llegaron las Navidades, y con ellas su último ciclo de quimioterapia: «Terminé justo para recuperarme para Nochebuena», apostilla.

Dos meses después, puede decir que está limpio, aunque siempre con algo de «miedo» por las revisiones que tiene que pasar. Sin embargo, si algo tiene claro es que, su mujer, su hijo, su familia, sus amigos y Dios le han dado la fuera para seguir adelante, puesto que, cuando se enteraron de que Javier tenía esta enfermedad, no duraron un segundo en rezar por él. Lo hicieron incluso «gente que no pisaba la iglesia desde la primera Comunión». Asimismo, afirma que todo «fue muy furo mentalmente» y sin Dios no podrían haber estado tan tranquilos como lo han estado. «El Señor nos ha dado mucha paz», concluye.

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