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Pedro Almodovar

Pedro Almódovar, en la gala de los Goya 2022GTRES

Gala de los Goya 2022  Otra pintura negra de Goya para Almodóvar

El manchego llegó con ocho candidaturas y se fue de vacío. Roures dijo, en catalán, la penúltima palabra de una ceremonia que tuvo ritmo, momentos emotivos y a un renacido Sabina

Decía Cecil B. DeMille –o al menos así lo contaba Pumares– que una película tenía que empezar como un terremoto y a partir de ahí ir hacia arriba. La gala de los Goya se inició con la mascletá que Berlanga filmó en Calabuch, así que el primer precepto se cumplió. Es cierto que acabó en bajón con un discurso deshilachado de Jaume Roures, patrón de Mediapro, triunfadora con El buen patrón. Pero por el medio hubo momentos emotivos, números graciosos y un renacido Sabina. La negra sombra a la que cantó Luz Casal se proyectó sobre Almodóvar, que vivió otra 'gala horribilis' y se fue de vacío.

En realidad, el espectáculo había arrancado antes de la mascletá. Porque la pregala tuvo también su chicha. El vestido con formas redondas de Nuria Álvarez, que lucía joyas de Liz Taylor, fue lo más asombroso de la alfombra roja, en la que Javier Bardem pisó el vestido de una de las reporteras de TVE, que, rendida al patrón, presumió de pisitón. Un Bardem que llegó solo, sin su Pe, porque su mujer era prota de la película de la competencia, y de hecho acompañó a «Peeeeeeedro» en su paseo por la alfombra roja. El premio a la mejor improvisación se lo llevó Luis Zahera, que contó que su sector tiene mucho trabajo gracias a las series «aunque siempre trabajamos los mismos». «A ver si abrís un poco el mercado, estamos siempre los mismos», clamó el actor para pasmo de Carlos del Amor, al que el alegato del gallego sacó de su nube de buenrollismo y pareció dejar un tanto descolado.

A todo tren

Lo que es la gala en sí arrancó «a todo tren». Hacemos aquí un guiño a la película española que más recaudó el pasado año, que, por supuesto, no recibió ni una sola nominación. Pero el guiño tiene base: en media hora, sin dar respiro, repartieron cinco premios. En esa tanda hubo uno para Tres, tres –valga la redundancia– para Las leyes de la frontera y uno para Mediterráneo (¿cómo puedes titular en 2021 una película exactamente igual que una obra maestra italiana de 1991?).

La dirigida por el gallego Dani de la Torre no fue una ceremonia de los Goya con el mismo patrón de siempre. Tuvo su primer momento original cuando llegaron los premios a los actores revelación. En lugar de imágenes de sus películas, como es habitual, nos pusieron vídeos de sus familiares. Y hubo ríos de lágrimas entre los nominados. El de chicos le correspondió a Chechu Salgado por Las leyes de la frontera, que es un filme estupendo dirigido por un ex crítico de cine extraordinario, el mallorquín Daniel Monzón. A estas alturas, Las leyes… llevaba ya cuatro premios, y fue entonces cuando consultamos la lista de aspirantes a mejor película del año y comprobamos con estupor que no figuraba entre ellas. Una contradicción académica.

Momento Blanchett

A continuación, llegó el primer momentazo. Compareció, deslumbrante, Cate Blanchett, presentada por Pe(dro) y Pe(nélope). El público se quedó mirando, parado, con la misma reverencia y quietud con la que la vemos en el cine. Vamos, que no reaccionaba. El manchego, que por algo es director, pidió con su mano derecha una standing ovation y, entonces sí, todos se levantaron ipso facto. La actriz australiana hizo una confesión cinéfila: «Cuando estaba en el instituto, vi la obra de Buñuel y eso cambió mi visión del mundo».

Los premios se continuaron repartiendo a un ritmo vertiginoso, tanto que no daba tiempo ni para servirse un chupito. Ante tal frenesí, perdimos la cuenta y el orden con el cabezón al corto de ficción, que fue para Verónica Echegui por Tótem Loba. La también actriz pidió a Pedro Sánchez –así, a secas, sin el «presidente» ni el «señor» delante– que por favor la viese con su mujer y sus hijas, y que después hablarían. Sorprendió la confianza en el trato, la verdad.

Críticas a los patrones

Se hizo esperar al primer premio para El buen patrón, pero cuando llegó proporcionó el segundo momentazo de la gala. Ese galardón lo recibió Zeltia Montes, quien agradeció el premio a la música original a su madre, que la escuchaba en la platea, por las miles de horas que trabajó para poder darle una excelente educación. Montes se puso reivindicativa («es una profesión muy precaria») y exigió una reflexión a los productores. «Nos están pidiendo algo que no es asumible», clamó. Denunció que les piden hacer bandas sonoras como las de Hollywood con un presupuesto «treinta veces» inferior, lo que obliga a ajustes económicos que acaban pagando los músicos (lo «pagan» cobrando por debajo de su caché). Una gran y genérica rajada sobre los patrones del cine, que incluirá, o al menos no dijo lo contrario, a los de El buen patrón. Toda una contradicción, la segunda de la noche.

Más contradicciones. La no actuación de C. Tangana, que cantó diez o quince segundos –no tenía el cronómetro a mano, pero por ahí– y dejó todo el protagonismo para Rita Payés. Ningún problema habría si no llega a ser porque se había anunciado una actuación de «El madrileño», y básicamente lo que éste hizo fue sentarse en una silla.

Sentado estaba Almodóvar, que ya presumía que la gala iba a ser del estilo de aquella de 1992, a la que Átame llegó con quince nominaciones y de la que se fue con cero premios.

Por entonces, a la favorita tampoco le estaba yendo de cine, sensación que se acentuó cuando Urko Olazabal, de Maixabel, se llevó el premio al actor reparto batiendo en buena lid a tres compañeros de El buen patrón. A esas alturas, la película de León de Aranoa llevaba 1 de 13; Madres paralelas, 0 de 4. Lo de El buen patrón se enderezó después. Lo de Madres paralelas, no.

Sentado, como Almódovar y como C. Tangana, compareció Joaquín Sabina, que reaparecía exactamente dos años después de su caída del escenario en el Wizink Center de Madrid. Lo acompañaba su amigo Leiva a la guitarra. El andaluz cantó Tan joven y tan viejo, uno de los temas favoritos del madrileño. Fue una versión que estuvo por debajo de la que Sabina, entonces acompañado de dos de sus músicos de cámara, dedicó a Leiva en El cielo puede esperar. Aquí pueden ver la anterior.

El cielo puede esperar: Leiva - "Tan joven y tan viejo" Joaquín Sabina

La Academia se parodia

Un pequeño –y muy divertido– sketch sobre los guionistas sirvió para que la academia se riese de sí misma, pues se citaron las tres películas de Santiago Segura que han arrollado en taquilla en los últimos tres años y han sido ignoradas por los votantes.

Esto fue antes de que la Academia ahondase en su contradicción –colmar de cabezones a una película que a la par excluyes de las cinco mejores del año– y concediese a Las leyes de la frontera su quinto Goya de la noche, recogido por Daniel Monzón en su condición de autor del guion basado en la novela de Javier Cercas, y de que Luz Casal cantase –en gallego– Negra sombra, el tema basado en un poema de Rosalía (de Castro) que en Galicia es recurrente en los ritos funerarios. Ese mismo uso, honrar a los que se fueron, tuvo en la gala de anoche. Impresionó ver tan sonriente a Verónica Forqué, a la que poco antes el director de la Academia, Mariano Barroso, había dedicado una frase bonita: «Nadie ocultó nunca su dolor de una forma tan hermosa».

Tras tanta emotividad, la ganadora del Goya a la mejor película de animación cortó de cuajo el ritmo de la gala con un discurso tan sentido como extenso. Sentido, pero no tan extenso, fue José Sacristán, premio a toda su carrera. La standing ovation –que fue doble, al principio y al final– se produjo esta vez sin que la pidiese Almodóvar.

Contra los talibanes

Quedaba ya solo el tramo final. La chicha: mejor actor, mejor actriz, mejor director y mejor película.

Para Javier Bardem fue el primero de esos premios: sus numerosas dedicatorias concluyeron con el recuerdo de su fallecida madre. Blanca Portillo, que se llevó el cabezón por Maixabel, declaró su «amor incondicional» por media humanidad, incluida su madre, fallecida hace dos años, y Juan María Jáuregui, asesinado por la banda terrorista ETA, que no fue nombrada en ningún momento.

Sí se nombró expresamente a continuación a esos «terroristas armados» que el mundo conoce como «talibanes». En el momento álgido de la noche, la Academia cedió su escenario a la directora afgana Sara Carami: «A todos los cineastas del mundo: que se escuchen vuestras voces en defensa de Afganistán. No reconozcáis el régimen de los talibanes». Recordemos en este punto que Pedro Sánchez estaba entre el público.

La gala acabó con el productor Jaume Roures recibiendo el Goya a mejor película por El buen patrón, escena que suponemos se le atragantaría a Pere Rusiñol, quien horas antes había colgado un tuit demoledor: «Los Goya de 'El buen patrón' coinciden con el 10º aniversario del cierre de la edición en papel de Público. Entonces, el patrón mandó al FOGASA al 85 % de la plantilla sin pagar las deudas y hoy es productor de una peli estupenda... ¡a partir d un único despedido!».

Roures no habló de derechos sociales, sino de cultura en general. Lo hizo primero en castellano, pero después se reservó «un 25 % en catalán», tomándose a choteo la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, ratificada por el Supremo, sobre el porcentaje de castellano en las escuelas catalanas. Así dijo su última palabra, penúltima de la noche, pues aún intervino León de Aranoa para dar las gracias a los académicos por su tercer premio de la noche (y sexto a su película). A Almodóvar (cero de ocho) ni lo enfocaron. Seguramente a esas alturas estaría desenfocado, como aquel personaje del hoy cancelado –ni que fuera un talibán– Woody Allen.

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