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Libres es el documental más visto del año en España

Libres es el documental más visto del año en EspañaBosco Films

Las claves del éxito del cine y las series cristianas

El documental Libres ya ha superado los 500.000 euros de recaudación y la serie The Chosen triunfa en todo el mundo

Para comprender por qué Chosen, Libres y otra serie de producciones cinematográficas tienen buena acogida, hace falta analizar los dos grandes factores que siempre operan: el público y el producto. Empecemos por el público y su contexto social y cultural. Desde finales del siglo pasado –y, de manera evidente, desde que han gobernado políticos como Barack Obama o José Luis Rodríguez Zapatero–, el cristianismo ha dejado de ser un factor dominante, sobre todo en las legislaciones: ¿qué país europeo no ha legalizado el aborto o el 'matrimonio gay'? Algo aún más sorprendente: mientras que el presidente norteamericano de vida privada más abiertamente irregular –o más francamente irregular, sin aquellos melindres de Bill Clinton acerca de su relación con la señorita Lewinsky y otras mujeres– ha sido el artífice de un notable paso atrás por parte de la Corte Suprema en relación con el aborto –lo que permite a los estados más conservadores aprobar legislación muy restrictiva en esta materia–, es un presidente católico el más destacado proaborto de Washington. Sí, hablamos de los señores Trump y Biden. Esta paradoja –el pecador provida, y el devoto católico pro choice— permite entender cómo es el público y en qué momento histórico y cultural nos desenvolvemos. Y también ayuda a hacerse cargo de algunos de los rasgos del actual pontificado.

Los patrones sociológicos son, por tanto, claves y muy diferentes a la América y la Europa de una generación atrás. Hoy, las sociedades están mucho más fragmentadas y polarizadas, y eso implica que, en bastantes casos, la conciencia grupal o identitaria se refuerce, sobre todo si se percibe hostilidad en el ambiente. El movimiento woke y la 'cultura de la cancelación' provocan el efecto boomerang. Una ghettificación que explica, al mismo tiempo, las multitudinarias convocatorias de las Jornadas Mundiales de la Juventud –un invento de un papa polaco muy aficionado al teatro–, y también, en el otro extremo, la apuesta que, durante unos años, Disney y DreamWorks, junto con otras empresas, han emprendido en producciones –muchas infantiles– de clara o sutil temática orientación homosexualista o transexualista, tal y como explica Noelle Mering en su libro Awake, Not Woke: A Christian Response to the Cult of Progressive Ideology (2021), cuya traducción a lengua española está en preparación.

En consecuencia, las señas de identidad se enfatizan gracias a un cine que se plantea de otra manera –porque en poco se asemeja el cine «cristiano» actual al clásico que, incluso todavía hoy, se cataloga como «cine de Semana Santa»–, y que incluye La túnica sagrada (Henry Koster, 1953), Quo vadis (Mervyn LeRoy, 1951), Jesús de Nazaret (Franco Zeffirelli, 1977), entre otras muchas que no han envejecido como un buen coñac. Es más: el público católico tiene ahora una actitud más flexible hacia lo que podría denominarse como un «cine de periferias»; por ejemplo, Silencio (2016), de Martin Scorsese. No es esta una película religiosa al uso, pero tampoco cae en los excesos –en especial, interpretativos y dramáticos– de La última tentación de Cristo (1988), del mismo director. Aunque cabe pulir esta aparente dicotomía: Zeffirelli era homosexual declarado y también hombre de creencias conservadoras. En 1968 había dirigido la más que sugestiva Romeo y Julieta, que le valió la nominación para el Oscar; y en 1972 Hermano Sol, hermana Luna, sobre Francisco de Asís.

El nuevo cine cristiano cuenta con un listado de ejemplos tan extenso como variado y repleto de matices. Ahí los católicos Mark Wahlberg –capaz de protagonizar películas tan diferentes como Ted (2012) y como El padre Stu (2022)–, Shia LaBeouf –se ha convertido, en gran medida, gracias al descubrimiento de la liturgia–, o Mel Gibson –su La Pasión de Cristo (2004)– y sus posiciones muy tradicionales conviven con una diversidad de facetas, como Hasta el último hombre, que dirigió en 2016, o su actuación, también, en El padre Stu. Por otro lado, encontramos cine francés, como De dioses y hombres (Xavier Beauvois, 2010), que narra la historia de unos monjes trapenses que conviven con la comunidad local musulmana en Argelia y acaban decapitados en 1996, si bien el largometraje opta por la elipsis y prefiere mostrar el brillo, dicha y paz de espíritu con que los religiosos celebran su «última cena». En Alemania se ha producido, por ejemplo, la miniserie La poderosa sierva de Dios (2011), que habla sobre Pío XII y sor Pascalina Lehnert, quien fue su cercana ayudante durante muchos y espinosos años. A lo cual puede añadirse el cine italiano, siempre prolífico en esta área. Quizá quepa destacarse la miniserie sobre Teresa de Calcuta dirigida por Fabrizio Costa, con guion de Francesco Scardamaglia y Massimo Cerofolini, y protagonizada por Olivia Hussey –la madre del Jesús de Nazaret de Zeffirelli, y la Julieta de 1968, entonces menor de edad– y la española Ingrid Rubio como hermana Inés. Hablamos, por tanto, de un producto más consolidado de lo que parece y de suficiente profesionalidad, algo que, en gran medida, explica también el éxito de la música de Hakuna. De Encontrarás dragones (Roland Joffé, 2011) a Un dios prohibido (Pablo Moreno, 2013), las producciones de temática religiosa son no sólo abundantes, sino muy diferentes entre sí y con todo tipo de repercusión en taquilla, densidad del reparto o calidad técnica.

El cambio general de paradigma se nota, por ejemplo, en series como Blue Bloods (2010–2023), cuyos protagonistas son católicos con una fuerte conciencia de que lo correcto, la religión y la familia son apoyos sólidos con los que siempre podrán contar. En El joven Sheldon (2017–2023), la madre del protagonista –cristiana convencida y abnegada– representa, con amable caricatura, los sencillos valores que el cristiano aprecia hoy más que nunca: la fe y la familia como lugares de acogida sin condiciones. Eso explica el conflicto de la madre de Sheldon con su parroquia baptista –que no abandona sus oraciones, y apenas una vez, triste con Dios, deja de bendecir la comida–, cuando surge un grave problema doméstico que pone de manifiesto la hipocresía de su comunidad. Hablamos de un cine y series que no eluden los aspectos más sombríos de la fe.

Por aquí podemos encontrar una conexión entre público y producto. Pues nuestra cultura secularizada no consigue dar respuestas convincentes. Comenta hace unos pocos días en Twitter el influyente intelectual católico Chad Pecknold: «A lo largo de la última década, el mundo ha experimentado la quiebra definitiva de una teología política fugitiva que originalmente, y luego progresivamente, se ha opuesto a la Iglesia y a un mundo en armonía con ella. La depresión ante las consecuencias es la respuesta más racional». Y enlaza con un tuit de Brad Wilcox –Director del National Marriage Project en la Universidad de Virginia– en que ofrece los datos sobre salud mental en adolescentes estadounidenses –de edades entre 13 y 18 años–, comparando 1991 con el momento en que nos hallamos. Se aprecia, desde 2014, una subida vertiginosa en chicos que aseguran que no les gusta vivir (uno de cada cuatro entre 1991 y 2014, y la mitad hoy), o que dicen que su vida no sirve para nada (también uno de cada cuatro en 1991 y uno de cada dos hoy).

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