Crítica de cine
'El ministro de propaganda': lecciones de actualidad política a cargo del Dr. Goebbels
Goebbels se convierte en un artista del relato, en un buscador de palabras, un creador de emociones… con el fin de convertir la verdad de los hechos en otra cosa, siempre idílica e inspiradora
En 1938 la Alemania del Tercer Reich comienza sus movimientos expansionistas con la Anschluss de Austria, la crisis de los Sudetes y anexión de Checoslovaquia. Desde ese momento, Hitler (Fritz Karl) necesita que los mensajes que se lancen al mundo sean positivos, de paz y optimismo. Para ello confía a Joseph Goebbels (Robert Stadlober) la misión de tergiversar, camuflar o directamente negar la verdad en función de la estrategia de intereses del régimen —o de Hitler— en cada momento. Goebbels continuará este encargo hasta el día del suicidio de Hitler, un día antes del suyo propio, el primero de mayo de 1945.
Después de la impactante película El hundimiento (O. Hirschbiegel) estrenada justo hace veinte años, no habíamos vuelto a ver una aproximación a Adolf Hitler tan a corta distancia hasta El ministro de propaganda. La novedad es que en esta película, escrita y dirigida por Joachim Lang, ese acercamiento lo hacemos a través de los ojos de su amigo y ministro de propaganda, Joseph Goebbels. La cinta no es un biopic clásico, sino que el guion pone el foco en los mecanismos de propaganda (hoy diríamos marketing) que desplegó Goebbels para engañar al pueblo alemán y para tratar de hacerlo al mundo entero. El resultado suena desgraciadamente bastante actual. Goebbels se convierte en un artista del relato, en un buscador de palabras, un creador de emociones… con el fin de convertir la verdad de los hechos en otra cosa, siempre idílica e inspiradora.
De esta manera, la cinta va siguiendo los distintos acontecimientos desde la perspectiva de la propaganda. En una primera parte no resulta difícil porque Alemania triunfa con su guerra-relámpago: la invasión de Polonia, la ocupación de Francia, la declaración de guerra a la Unión Soviética. Pero en la segunda parte, el retroceso y el colapso final con la caída de Berlín, llevan la propaganda al delirio más absoluto, alejada totalmente de la realidad, y cada vez con menos ingenuos seguidores. La película muestra cómo Goebbels en el fondo disiente cada vez más de las decisiones militares de Hitler, pero su lealtad a toda costa o el miedo a perder su favor, le llevan a hacer de tripas corazón y acabar creyéndose sus propias mentiras.
En paralelo a todo ello está la cuestión judía, cuestión prioritaria para el Führer. Para ella, la propaganda exacerba la mentira con la finalidad de difundir el odio contra los judíos, creando fábulas, realizando películas y extendiendo bulos para mostrar a los judíos como una raza abyecta y criminal, nociva para la humanidad. Otra trama nos da a conocer —cosa que no hizo la cinta de Hirschbiegel— la desastrosa vida matrimonial de los señores Goebbels, con infidelidades a dos bandas. Un matrimonio fallido mantenido unido por decisión explícita de Hitler, que les hizo prometer que seguirían juntos por el bien de la causa.
El director, a lo largo de toda la película, va trufando su avance con numerosas imágenes de archivo que se corresponden con el momento preciso del argumento, y de esta manera reforzar el mensaje de autenticidad histórica del guion. Aunque la película está lejos de lo que significó la citada El hundimiento, y se nota mucho su intención didáctica «de mensaje», es sin duda interesante porque se centra en una cuestión de mucha actualidad: la posverdad, los fakes o la mentira en la que viven instalados nuestros gobernantes. Cuesta acostumbrarse a la caracterización de Hitler y de Goebbels, aunque hacen un brillante trabajo.