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NAZI WAR CRIMINAL ADOLF EICHMANN SITTING IN A     GLASS CELL, AT HIS TRIAL AT BEIT HA'AM IN JERUSALEM...צילום תקריב של הפושע הנאצי אדולף אייכמן בתוך "תא הזכוכית" המשוריין, במשפטו       שנערך בבית העם בירושלים.

Adolf Eichmann encarnó la banalidad del mal; la normalidad de quien acomete un genocidio en nombre de la obediencia a unas ideas

El ahorcamiento del nazi Adolf Eichmann: la banalidad del mal sesenta años después

El caso del genocida nazi es uno de los ejemplos más palpables de que la maldad y la crueldad, brotan en la aparente normalidad de obedientes ciudadanos

Aparentemente inofensivo, de cuerpo menudo y respondiendo al nombre falso de Ricardo Klement, uno de los criminales más letales de la Segunda Guerra Mundial, vivió oculto en Argentina bajo la apariencia de hombre normal, según la imagen que a priori daba de sí mismo.

Adolf Eichmann llegó a Buenos Aires en 1950, tras huir del país en el que había intentado llevar a cabo uno de los mayores genocidios de la historia de la crueldad humana, en nombre de un ideal.

NAZI WAR CRIMINAL ADOLF EICHMANN SITTING IN A     GLASS CELL, AT HIS TRIAL AT BEIT HA'AM IN JERUSALEM...צילום תקריב של הפושע הנאצי אדולף אייכמן בתוך "תא הזכוכית" המשוריין, במשפטו       שנערך בבית העם בירושלים.

El criminal de guerra nazi, durante el juicio en Jerusalén, en 1961.

Apariencia normal

Estos días se cumple el sesenta aniversario de la ejecución de un hombre cuyas últimas palabras fueron: «Dentro de muy poco, caballeros, volveremos a encontrarnos. Tal es el destino de todos los hombres. ¡Viva Alemania! ¡Viva Argentina! ¡Viva Austria! ¡Nunca las olvidaré!».

Tras la caída de Berlín consiguió escapar después de ser arrestado por Estados Unidos y después de ver cómo juzgaban a sus compañeros de crueldad fría y calculada, desde su serena apariencia de personaje vulgar, o extra del montón en una película.

Adolf Eichmann: el perfecto funcionario del horror, sin arrepentimiento ni preguntas

Adolf Eichmann: el perfecto funcionario del horror, sin arrepentimiento ni preguntas

Del horror a la normalidad

Eichmann vivió como si nada bajo el gobierno de Perón, trabajando en la fábrica Orbis y en la Mercedes Benz, absolutamente mimetizado con el entorno, del mismo modo que tiempo atrás se había mimetizado con el horror de los campos de concentración, donde los hombres eran despojados de su dignidad, en aras de un «bien común germano» y del trabajo remunerado y milimétrico de sus obedientes responsables.

El fugitivo ausente de su mal encadenó quince años de libertad hasta que el Mossad israelí dio con él y le sentó ante un tribunal y ante una audiencia televisiva, que no dejaba de preguntarse de dónde puede salir un monstruo tan bien disfrazado de normalidad.

Documentación de Eichmann como Ricardo Klement.

Documentación falsa de Eichmann.

El tribunal integrado por Moshé Landau, Yitzhak Raveh y Benjamín Halevy condenó a muerte el 15 de diciembre de 1961 a un hombre tranquilo, sereno y algo pusilánime, que recibía la sentencia por sus crímenes desde una cabina de cristal blindado; un cristal tan blindado como un alma encerrada en sí misma y ciega a la bondad y a la belleza del mundo.

La banalidad de un vino

Tras ser negada toda apelación y clemencia pedida por el silencioso «ángel de la muerte» a las autoridades, la ejecución fue fijada para la medianoche del 31 de mayo. Su última voluntad fue fumar un poco, alguna copa de vino y una carta para despedirse de su amantísima y abnegada mujer y sus afectuosos hijos.

Después de satisfacer los últimos deseos, rechazó la visita y el consuelo espiritual del pastor protestante William Hull; y más tarde, ya bajo la soga, también rechazó la capucha que tapara su agonía.

Adolf Eichmann pasea por el patio de la cárcel de Ramla,

Adolf Eichmann pasea por el patio de la cárcel de Ramla, en Israel.,

La banalidad del mal

Tras la ejecución, su cuerpo fue quemado y echado a las aguas de Israel para que ningún nazi pudiera hacer de su cuerpo el lugar de veneración de unas ideas diabólicas encerradas en la banalidad de un hombre normal que solo declaraba la «obediencia al Tercer Reich» como única razón para llevar a cabo la sangrienta Solución Final contra el pueblo judío.

Una obediencia; una banalidad que manchaba todo y desprendía un hedor de muerte insoportable y que, según Hanna Arendt en su libro Eichmann en Jerusalén «fue como si en aquellos últimos minutos (Eichmann) resumiera la lección que su larga carrera de maldad ha enseñado, la lección de la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes».

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