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Paula Andrade

La ideología que pretende expulsar al talento del arte

Los grandes artistas siempre crearon al margen de las corrientes políticas, el requisito fundamental, que aplasta la verdadera inspiración, para acceder hoy a la visibilidad artística

Hay una forma de artista moderno que carece de talento. Es una forma de artista que siempre ha existido, pero, desde la perspectiva de los tiempos, parece haberse producido una aceleración en el decrecimiento (o la ausencia) de ese talento, sustituido por la ideología.

La cultura de la cancelación y los nuevos ismos parecen haber invadido una inspiración que no puede ser tal sino conveniencia y oportunismo, donde se ven casos como el de la reciente adaptación de Romeo y Julieta estrenada en Barcelona donde se suprimía «la parte romántica y toda esa mierda». «Toda esa mierda» no dejarían suprimirla, por ejemplo, en el Festival de Bayreuth, donde solo tocarle una coma a un libreto de Wagner puede ser casi constitutivo de delito penal.

Los grandes artistas siempre crearon al margen de las corrientes existentes. Los grandes artistas siempre fueron hacedores de corrientes. Los jóvenes y futuros grandes artistas se lanzaron a esas corrientes para nadar en ellas y luego salir y buscar, crear, las propias. Picasso incluso, mejor que nadar, se embarcó literalmente en el Bateau Lavoir parisino para en él, la escuela bohemia, sacar su esencia artística.

Los grandes artistas siempre se alejaron de (y se opusieron a) las corrientes políticas e ideológicas de turno

Crear no es seguir la tendencia política e ideológica predominante, como se estila hoy, sino todo lo contrario. Los grandes artistas siempre se alejaron de (y se opusieron a) las corrientes políticas e ideológicas de turno, del establishment que ahora dirige también el mundo artístico. Un ejemplo que casi duele después de haber hablado de Picasso y de toda la tripulación del Bateau Lavoir, donde viajaron Gauguin, Matisse, Braque, Apollinaire, Juan Gris o Cocteau, entre otros, es el caso del pianista inglés afincado en España, James Rhodes, cuyo fama «musical» se debe a aspectos tan alejados como su repentina y promocionada afición por el Betis y a romperle una silla en la cabeza a Santiago Abascal.

Ese antiguo rechazo es ahora el abrazo disfrazado de rechazo de artistas como Rhodes, en los que se duda de la existencia de talento verdadero ante la habitualidad, siempre en el mismo sentido, de sus públicas opiniones políticas. El sucedáneo «destalentizado» de la valentía del genio, de la naturalidad del genio, inmune a los tiempos, creador de sus propios tiempos y espacios y visiones. ¿Eligió Elvis su personalidad, su estilo único, o todo aquello surgió tras emerger de los rápidos del góspel y del country? A Ed Sullivan, el famoso presentador de televisión, acaso representante catódico máximo del conservadurismo de la sociedad de los 50 y 60 estadounidense, no le quedó más remedio que rendirse a la novedad y el escándalo de Elvis y después a los Beatles ¿Acaso los Beatles hicieron sus canciones con perspectiva de género? No les hizo falta fuera cual fuese la «perspectiva de género» de aquellos años porque tenían talento y se abrieron camino solo con él.

¿Se imaginan los nenúfares de Monet convertidos en «Nenúfaros, nenúfaras y nenúfares»?

Todo lo hicieron ellos sin adscribirse a ninguna moda ajena al arte. Los impresionistas tuvieron impresiones y el talento de expresarlas sobre un lienzo, la audacia de expresarlas en un lienzo en una inspiración pura, en una visión nueva, ajena a todos los usos. ¿Se imaginan los nenúfares de Monet convertidos en ‘Nenúfaros, nenúfaras y nenúfares’? Esto es lo que se hace hoy en día: hacer pasar por arte, como el de Elvis, Los Beatles o el de los impresionistas, transformaciones vergonzantes de la pureza artística, meras vandalizaciones debidas a la ausencia de talento.

O quizá por la invasión de los oportunistas del arte, los rateros del arte. Una politización o una ideologización del arte que ha desterrado al talento y lo mantiene, como un sátrapa que detenta injustamente el poder, fuera de los círculos, de las puertas y de los accesos que previamente ha cancelado.

Se tiene hoy por originalidad transformar el clasicismo a la actualidad que dictan los usos ideológicos predominantes para medrar y existir. A los grandes artistas nunca les importó ni les importa esto. Muchos incluso se murieron de hambre o de frío o de incomprensión en la honestidad artística, como Evan Shipman, el poeta amigo de Hemingway que no llevaba abrigo en el invierno de París, como Rodríguez o como Van Gogh, en la confianza verídica en su talento incorruptible.

No hay vanguardia

Otros muchos consiguieron triunfar con su simple y poderosa sinceridad (y con suerte) y no por las afinidades y el sectarismo que hoy invade casi toda expresión cultural. El arte, el auténtico arte es lo más alejado del sectarismo porque es individual y no gregario. Asistimos al arte gregario (que no puede ser arte) por todas partes. Las mismas temáticas estrenadas y expresadas en todos los ámbitos: el feminismo, la ideología de género, el antirracismo, el antisemitismo, el colonialismo, son los requisitos para hacerse un hueco en el «arte». Todas las causas comunes, sociales e ideológicas, no artísticas, por las que la individualidad valiente o al menos despreocupada, ha desaparecido. No hay vanguardia, el ariete con el que se echan abajo las barreras, sino retroceso.

Muchos grandes artistas han peleado por entrar en los círculos, pero no eran círculos ideológicos, sino acaso caprichosos, elitistas, nunca políticos, salvo en las dictaduras y los artistas afines a esos regímenes. En realidad, a los grandes artistas eran los círculos artísticos los que los buscaban, como círculos concéntricos, como anillos de humo por los que pasaban, livianos, como si nada, y por los que no hubieran pasado nunca, detenidos en esas puertas del Olimpo, la multitud de advenedizos a los que se ha de soportar con sus tópicas matracas, caracterizadas de falsos nuevos movimientos, de falsas elevadas ideas, en comparación a los que se contemplaron, escucharon o leyeron y aún se contemplan, se escuchan o se leen, por la razón que nos ocupa, con indudable mayor placer.