La República que mantiene a un rey a cargo del Estado
Acaba de ser coronado en Sudáfrica el nuevo rey zulú, cuyo padre y antecesor era conocido por superar ampliamente con sus gastos el presupuesto asignado
Misuzulu kaZwelithini, el primogénito de la tercera esposa del rey Goodwill Zwelithini, fallecido el año pasado tras cincuenta de reinado, fue coronado el pasado domingo en el palacio de KwaKhangelamankengane, en las colinas de Nongoma, una pequeña ciudad de la provincia de KwaZulu-Natal, en el sureste de Sudáfrica.
En el país del apartheid y de Nelson Mandela, en la República democrática y bicameral africana, la monarquía ancestral zulú, descendiente del mítico rey Shaka, vencedor del Imperio Británico, resiste no solamente contra todo pronóstico, sino con el acuerdo y el favor del propio gobierno y de sus ciudadanos, quienes mantienen con el presupuesto público el lujo dispendioso de una casa real (con tratamiento nominal de civil) con todas las características de los monarcas cubiertos con una piel de león.
«Bayede»
De hecho la caza de este animal forma parte de la ceremonia de coronación con cuya piel, efectivamente, se presentó ataviado, en medio del éxtasis de sus súbditos, el nuevo rey Misuzulu, de 47 años. Más allá de los cánticos y del polvo levantado del suelo, de las tropas de guerreros con sus escudos forrados de piel, de las mujeres con ropas estampadas con la efigie del rey y la inscripción «Bayede» («Saluden al rey»), a Misuzulu le espera el presidente del país, Cyril Ramaphosa, que le reconocerá oficialmente con traje y corbata.
En Sudáfrica, donde existen once lenguas oficiales, los reyes y los líderes tradicionales, que ejercen una gran autoridad moral sobre sus pueblos, son reconocidos por la Constitución de 1996 que no les otorga ningún poder ejecutivo.
Los zulúes son la etnia más numerosa del país (unos 10 millones sobre una población total de 60) y su rey no tiene ningún poder político, pero sí simbólico. Lo que no es tan simbólico es el presupuesto a cargo del Estado sudafricano de 5 millones de euros anuales, a lo que hay que sumar unos 70.000 más para los gastos personales del propio rey que, además, es el propietario de sus tierras, unos 30.000 kilómetros cuadrados (con unas 1.500 propiedades), con grandes riquezas minerales, por los que no paga impuestos y que gestiona un fondo en el que figura como único administrador.
Por debajo del umbral de la pobreza
Las quejas de los partidos de la oposición sobre los enormes dispendios del rey zulú han sido una constante desde que la constitución republicana le confiriera semejantes privilegios. Aunque quizá la mayor «curiosidad», como han denunciado periódicos sudafricanos como The Times, es que más del 60% de los habitantes de la provincia zulú vive por debajo del umbral de la pobreza y la tasa de paro dobla a la del país.
Se desconoce la cantidad exacta de la previsiblemente descomunal fortuna del rey de los zulúes, quien gestiona sus propiedades y negocios con total libertad y prerrogativas impensables de un gobierno democrático, y sobre todo republicano (una asombrosa paradoja política ante la que Ortega también hubiera dicho: «¡No es esto, no es esto!»), del que recibe cuantiosas asignaciones con cargo a los ciudadanos, las cuales, por si fuera poco, están recubiertas por la opacidad de quien se encarga de gestionarlas: las mismas autoridades de la región zulú.